EL PAíS › PAGINA/12 HABIA ADELANTADO EL PAPEL CLAVE DE PONTAQUARTO EN EL SENADO
El nudo para dar con el poder en las sombras
En medio de la crisis de las coimas en el Senado éste fue el primer medio que detalló el papel de Pontaquarto como cruce indispensable para peronistas de toma y radicales de daca, o viceversa. Y esta misma semana reveló que el ex secretario del cuerpo aparecía como la gran pista para los sobornos.
Por Martín Granovsky
¿Por qué se quebró Mario Pontaquarto? ¿Amenazas? ¿Miedo a algo peor? ¿La esperanza de ser mirado de otra manera? ¿Un tremendo remordimiento? ¿El apoyo a tiempo de un amigo? Todos los motivos son posibles. Los más nobles y los más tremendos. Y también el derrumbe personal, como el de un jugador compulsivo cuando pierde en el juego y se queda sin la red de contención, los otros jugadores le dan la espalda, se queda sin fondos y ya no consigue crédito.
Son muy pocos los casos de participantes de un hecho de coima que hayan contado la operación. Uno fue Alfredo Aldaco, el diplomático de carrera que el cavallismo y el deslumbramiento por el dinero sorpresivo convirtieron en pieza del escándalo IBM-Banco Nación. Aldaco confesó, directamente, que había cobrado dinero. Pontaquarto dijo hasta ahora que él no cobró. Pero hay una diferencia entre ambos arrepentidos. Recién llegado al cavallismo, Aldaco no pertenecía a una estructura sólida y arraigada. Pontaquarto sí: había sido el camino donde se juntaba, en el Senado, lo peor de los radicales con lo más degradado de los peronistas. Un camino que comenzó como la construcción de una necesaria convivencia después de la dictadura y terminó, en el gobierno de Fernando de la Rúa, en el éxtasis del toma y daca, de la ley a cambio de la coima.
Pontaquarto es el primer arrepentido del submundo de la política, de ese gobierno que está por debajo de la mesa y por lo tanto puede tender lazos reales –económicos, comerciales, de soborno– con otros sectores del poder político y con el poder económico.
Por eso el testimonio de Pontaquarto es histórico. Porque viene de bien adentro: ya, con sus declaraciones, el juez deberá citar a dos gobernadores (el sanjuanino José Luis Gioja y el pamepeano Carlos Verna) y un dirigente clave como el radical Genoud.
De la Rúa tuvo varias obsesiones, además del avistaje de aves en su quinta de Villa Rosa y su preocupación por pronunciar las palabras “república” y “consenso” en cada discurso. Una obsesión fue el déficit fiscal. La segunda, mantener la fe en la convertibilidad y garantizar la exportación de dólares, junto con José Luis Machinea, que no renunció para acompañar a Carlos Chacho Alvarez el 6 de octubre del 2000. Y la tercera, no perturbar la continuidad de los negocios que venían del menemismo.
La reforma laboral fue la síntesis de las tres inquietudes y muestra la miopía del gobierno de la Alianza. El proyecto de ley buscaba flexibilizar una economía ya precarizada. También fue entendida como símbolo de credibilidad ante el FMI. Pero lo más llamativo, más de tres años después, es que se trató de la única gran iniciativa política de De la Rúa. La única iniciativa, y salpicada por el escándalo de las coimas en el Senado, como fue denunciado en su momento y viene a comprobarse ahora con la confesión de Pontaquarto.
“Tato”, como lo conocen sus amigos, no es cualquier arrepentido. Cuando el Senado negoció y aprobó la ley laboral, Pontaquarto era secretario parlamentario del cuerpo. El cargo implica mucho más que un simple administrativo. Si el Congreso es un poder independiente y los legisladores valen como el presidente, un secretario parlamentario es el equivalente de un ministro del Ejecutivo.
El famoso anónimo sobre las coimas lo nombraba. Pero este diario no se hizo eco entonces del papel como elemento central de investigación sobre los sobornos. El domingo 27 de agosto del 2000, Página/12 publicó una tapa con el título “Las tres llaves del Senado” y este texto: “Los hombres clave en el escándalo del Senado: Augusto Alasino, José Genoud y el misterioso Mario Pontaquarto, el funcionario donde se cruzan todos los intereses de los senadores”. Y debajo, las fotos de los tres.
Pontaquarto era conocido en General Rodríguez, su ciudad, donde sus suegros, los ferreteros Costalonga, prestaban el quincho del negocio para encuentros radicales.
Durante el menemismo se convirtió en el hombre fuerte de la DAS, la Dirección de Ayuda Social, la obra social del parlamento. El vicepresidente de la Nación y presidente del Senado era el actual diputado Carlos Ruckauf. Fue Ruckauf quien aportó la cuota máxima de poder. Pontaquarto le sirvió como una forma perfecta de comunicación con el aparato radical más arcaico y opaco, que cifraba grandes esperanzas en la capacidad de Raúl Baglini para ordenar cuentas. Ordenar quiere decir eso, ordenar. Limpiar es otra cosa y transparentar supone un grado diferente de manejo. Baglini, por cierto, es el mismo legislador que impulsó la pasividad ante la Corte Suprema vieja mientras llamaba “Nazaroni”, por Nazareno, a quien no quería atacar, a Raúl Zaffaroni, el jurista que sí convirtió en blanco.
El también mendocino José Genoud manejó el bloque del Senado entre 1992 y 1999 y siguió haciéndolo en las sombras desde su cargo de presidente provisional, durante el gobierno de la Alianza, por debajo de Alvarez, a quien hostigó cuando vio que el todavía vicepresidente no aprobaría el paquete completo del Senado. “Es nuestro fiscal”, decía de Chacho.
“Tato, ¿vos tenés un 406?”, le preguntó un día Alvarez a Pontaquarto, en sorna, mientras Eduardo “El Gordo” Colombo leía el anónimo. “Tato” tenía un 406, el dato más veraz del papelito, como se ve ahora, porque allí llevó el dinero.
El último martes, Página/12 traía una nota de Eduardo Tagliaferro con este título: “Tato y la Banelco de los senadores”. Así se completaba la pista del dinero de la SIDE que había comenzado a investigar Rafael Bielsa, irritando mortalmente a De la Rúa, cuando era síndico general de la nación.
Ayer TXT publicó el reportaje-confesión de Pontaquarto.
Anoche el ex secretario parlamentario aún declaraba en la Justicia federal.
El hilo se cortó por la parte más frágil –la del jugador que se derrumbó– pero justo en el nudo del gobierno en las sombras.