Martes, 26 de abril de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
Los gobiernos progresistas latinoamericanos –posneoliberales– siguen ocupando el centro del escenario político del continente. Sus grandes líderes –Lula, Cristina, Evo, Rafael Correa, Mujica, entre otros– siguen siendo las referencias centrales para los pueblos de sus países y para el conjunto de la región.
Los que apuntaban, apresurados, por un “fin de ciclo” –afinados en términos de marketing con la onda de los fines: de la historia, de la política, del Estado, de los partidos, etc., etc.– se dan cuenta de que la alternativa a los gobiernos posneoliberales no son superadoras por derecha o por izquierda.
La derecha busca –como Argentina lo demuestra fehacientemente– la restauración del modelo neoliberal, anterior a los gobiernos posneoliberales, que lo han rechazado. La ultraizquierda no tiene ni propuesta, ni fuerza alguna, en ningún país protagoniza las disputas políticas, solo existe en solitarios y dogmáticos artículos.
Los gobiernos posneoliberales ocupan el centro de las disputas políticas, porque el neoliberalismo se ha proyectado como el modelo de hegemonía capitalista en el período histórico actual. La disputa neoliberalismo/antineoliberalismo es la disputa esencial de nuestro tiempo. Quien personifica, como liderazgo, como fuerza política, la lucha por la superación del neoliberalismo, gana ese protagonismo.
Esos liderazgos y las fuerzas que los sostienen son, así, lo más avanzado de que dispone América latina en la lucha central de nuestro tiempo: la de la construcción de alternativas superadoras del neoliberalismo. Son, al mismo tiempo, víctimas privilegiadas de los ataques de la derecha, que tiene en ellos el obstáculo fundamental para reimponer el reino del dinero y de las mercancías, en contra de los derechos de todos.
Esos gobiernos son los que mejores condiciones tienen para garantizar los avances logrados y desarticular los nudos para retomar un proceso de crecimiento con distribución del ingreso. Dos de esos nudos son fundamentales: la hegemonía del capital financiero y el control de los medios privados de comunicación en la formación de la opinión pública. En otros términos, el monopolio del poder del dinero y el monopolio del poder de la palabra.
La hegemonía del capital financiero y su naturaleza especulativa en la era neoliberal canaliza recursos que la economía productiva necesita para producir riquezas y empleos. En Brasil se calcula que 15 por ciento del PIB es canalizado hacia la intermediación financiera, retirando de la economía productiva recursos fundamentales. Rebajar las tasas de interés y poner impuestos sobre la circulación del capital financiero son dos de los mecanismos indispensables para quebrar el rol determinante que ese capital predatorio tiene sobre nuestras economías.
No es solamente que exista un monopolio de los medios privados de comunicación, sino su rol de verdadero partido de la derecha, que juega permanentemente la carta de la desestabilización económica y política de los gobiernos progresistas. Sin democratización en la formación de la opinión pública no habrá democracia efectiva.
La polarización política en los países progresistas se mantiene así entre fuerzas que sostienen el restablecimiento del modelo neoliberal y las que luchan por su superación. La alternativa a los gobiernos posneoliberales sigue siendo la derecha y su proyecto de restauración neoliberal. Esa es la disputa política fundamental en la era neoliberal.
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