EL MUNDO

“Jerusalén, ya llegamos” dice Hezbolá en el Líbano

Hezbolá, con la que Israel consumó ayer un histórico intercambio de prisioneros (ver pág. 15) es más que una milicia. En esta nota, un enviado de Página/12 cuenta lo que vio y oyó en una recorrida por el sur del Líbano, una zona desgarrada por la guerra civil y por el conflicto con Israel.

 Por Eduardo Febbro

La ruta que conduce de Beirut al sur del Líbano bordea el Mediterráneo. Saida y Tiro son las ciudades más importantes entre la capital libanesa y la “frontera” con Israel. A partir de un punto del camino, la calle principal de cada pueblo aparece decorada con dos banderas y un montón de afiches: a la derecha las banderas azules del movimiento chiíta Amal, a la izquierda las banderas amarillas de Hezbolá. Entre ambas, una serie ininterrumpida de afiches recuerda que la paz de hoy se llevó centenares de vidas. Los afiches llevan impresos los “rostros de los mártires”, es decir, los hombres del Hezbolá que cayeron en los campos de batalla durante la guerra contra la ocupación israelí del sur del Líbano.
Los paisajes son majestuosos, mar y colinas con naranjos, tabaco, limoneros y olivos. La ruta al sur está salpicada con la iconografía de una de las guerras más terribles que haya conocido la región: tanques israelíes destrozados, estrellas de David tachadas, banderas de Amal y el Hezbolá. La victoria de la “resistencia” se celebra sin medida. Desde el sector más alto de la zona se domina toda Galilea. Un café para turistas ofrece una vista única. El Hezbolá instaló allí una de sus sedes. Cuatro morteros katiuchas apuntan hacia Israel. Por la noche, un enorme letrero luminoso se enciende con el mismo mensaje: “Jerusalén, espéranos, ya llegamos”.
Tanios conoce bien estos paisajes y la sangre que corrió. El hombre todavía lleva las huellas de una historia mal digerida. Le tiemblan las manos y camina con una inseguridad heredada de la extensa guerra que sacudió al sur del Líbano durante la invasión israelí. Tanios eligió el bando que perdió frente a la resistencia del movimiento chiíta Hezbolá. El hombre integró el ELS, el Ejército del Líbano Sur, la fuerza “libanesa” que se alió con Israel para controlar los 850 kilómetros cuadrados ocupados por las tropas y los tanques israelíes. Las 400 almas cristianas de su pueblo, Qaouzah, sobreviven como pueden en medio de un territorio reconquistado por las milicias del Hezbolá. Cada día al levantarse, Tanios puede ver el escenario de lo que, aún hoy, es una guerra sin fin. Frente a la ventana principal de su casa la ladera desciende hacia la frontera israelí: una antena gigantesca posada sobre una colina y los primeros kibutzs del Estado Hebreo le recuerdan días amargos de su vida. A la derecha, un kilómetro más arriba, la bandera azul de las Naciones Unidas señala la presencia de un puesto de la Finul, un vestigio activo de la “línea azul” que separaba la zona ocupada por Israel del resto del territorio libanés. Cuando en mayo del año 2000 Israel empezó a retirarse del sur del Líbano tras casi 20 años de ocupación, Tanios se vio arrastrado por la gran estampida protagonizada por el Ejército del Líbano Sur. Quienes habían “trabajado” con el “invasor” se quedaron repentinamente huérfanos. En el curso de su retirada, el ejército israelí abandonó en el camino a sus aliados del ELS, destruyó los pozos de agua y arrancó de cuajo los naranjos y los olivos. “Nosotros les decíamos destruyan nuestras casas si quieren, pero no los olivos, son nuestro patrimonio”, cuenta Halisa, una habitante de Aïn Ebel, otra de las localidades de la “primera línea”. A Tanios lo arrastró esa corriente. Se quedó en el campo vacío de los perdedores. Algunas unidades del Ejército del Líbano Sur volvieron a sus casas, otras se entregaron al enemigo o pidieron refugio en Israel. El Estado Hebreo los recibió primero y luego los “invitó” a partir de su territorio. Tanios pasó del Líbano a Israel y de allí de nuevo a su país, donde cumplió los 8 meses de cárcel obligatorios. Al fin retornó a su pueblo, Qaouzah. Un caserío de construcciones grises golpeado por el viento y los recuerdos de tanta gente desaparecida, de tantos amigos o familiares tragados por la guerra.
A su manera disciplinada y vehemente, Abdul Hassan podría contar la misma historia que Tanios. Sólo que él no es cristiano sino un miliciano del Hezbolá, no le tiemblan las manos y está en el campo de los vencedores. Tiene un hermano muerto en el combate, dos primos desaparecidos y unas cuantas heridas en el cuerpo. “Nadie se atreve a decirlo en voz alta pero Israel perdió una guerra contra el mundo árabe. La perdió contra nosotros. Aunque nos traten de terroristas, fue el Hezbolá el que obligó a Israel a retirarse del sur del Líbano.” Abdul Hassan cuenta la estricta verdad. Sin el hostigamiento militar de la milicia chiíta y los errores cometidos por Israel la invasión perduraría aún en estos días. Más de tres años después del retiro israelí, el silencio cubre muchos rencores pero la herida flota en la comisura de los labios. La antigua zona ocupada –850 kilómetros cuadrados– representa el 10 por ciento del territorio libanés y la ocupación israelí provocó un éxodo masivo: tres cuartas partes de la población abandonaron sus casas. Hoy nada es igual. La reconstrucción del sur parece un milagro. Casas, hospitales, escuelas, cafés-Internet y confiterías han surgido allí donde antes había escombros. Gracias a un fondo especial, el Estado libanés indemnizó a las familias: 20 mil dólares por casa destruida que ayudaron al retorno y la reconstrucción.
Estados Unidos incluyó al Hezbolá en la lista de organizaciones terroristas y pidió que se congelaran los haberes de sus cuentas bancarias. Sin embargo, el Hezbolá es un partido político legal con una representación parlamentaria importante y un eco muy fuerte en la población. Su nombre inspira el respeto y, en muchos casos, admiración: nadie olvida el papel que desempeñó durante la ocupación israelí. “En el Líbano, la resistencia islámica no dispone de bases militares ni cuarteles. Llevamos armas cuando debemos combatir al enemigo que ocupa nuestro territorio”, dice Nasrallah. Si el Hezbolá mantiene su “resistencia activa” en el sur, principalmente debido a que Israel aún ocupa una parte del Golán, las granjas de Sheeba, el Partido de Dios rehúsa las insinuaciones según las cuales estaría infiltrando sus hombres en Irak. Naïm Kassen, el número dos del Hezbolá, explica que “en lo que atañe a Irak, no se trata de convocar a una nueva Intifada. Nosotros establecemos una distinción clara entre nuestra misión de enfrentamiento directo con Israel y nuestra posición respecto de Irak. El pueblo iraquí está en contacto directo con esa ocupación mientras que nosotros sufrimos las consecuencias de la ocupación israelí. Esa es la razón por la cual combatimos a Israel. Sin embargo, no pensamos en desencadenar acciones contra los norteamericanos”. La posición del Hezbolá es a la vez frontal y ambigua. Hassan Nasrallah dice a sus seguidores: “Nosotros percibimos a Estados Unidos como un enemigo de la nación islámica pero, por el momento, no emprenderemos una campaña militar contra ellos”. El objetivo es siempre Israel. La “victoria” del Hezbolá en el sur del Líbano tiene un valor emblemático para sus militantes. “Hemos demostrado que no son invencibles”, dice Ahmad, un miembro del Hezbolá. “El brazo de la resistencia es largo y su respuesta irá mucho más allá de lo que se espera”, advierte Nasrallah.
Aunque liberado, el sur del Líbano sigue siendo rehén de todos los conflictos regionales. Tanios no quiere ni pensar ni hablar mucho de esos años. “Nos hemos reconciliado, eso es todo. Antes vivíamos ocupados. Hoy no.” La tensión en Palestina mantiene las armas en estado de alerta. A lo largo de las regiones del sur el Hezbolá es más que un partido político, más que una “milicia”: el Partido de Dios es una escuela, una filosofía, un centro de adiestramiento y concientización, cuya eficacia crece con las injusticias que sufre Palestina. “Así como se fueron del sur del Líbano, algún día se irán de Palestina”, comenta un cuadro del Hezbolá de la localidad de Bent Jbail. El Partido de Dios se puede frotar las manos. La hecatombe que Israel dejó en el sur le abrió las puertas para controlar una inmensa porción de territorio. Aunque hay muchos roces “confesionales”, los enfrentamientos entre islamistas y cristianos no encendieron la región. “Vivimos en relativa paz, pero con desconfianza”, reconoce Antoine, un próspero comerciante de Tiro. Sin embargo, las guerras sucesivas, las alianzas erróneas pactadas por los cristianos libaneses y el miedo a las represalias provocaron el exilio de miles de familias cristianas del sur del Líbano. En Tiro, por ejemplo, los cristianos eran mayoritarios. Hoy ya no. La guerra contra la invasión israelí la ganó el Hezbolá. Paulatina pero eficazmente, el sur del Líbano va siendo “islamizado”. Israel, Estados Unidos y el juego “entre sombras” de Siria e Irán transformaron el equilibrio confesional de una región donde Cristo realizó su primer milagro. En Caná, el pueblo bombardeado por Israel en 1996, Cristo transformó el agua en vino. “El segundo milagro lo trajo la guerra”, sugiere Hachem, un profesor universitario de Saida. “La invasión israelí desdibujó fronteras, cambió las reglas del juego y el equilibrio confesional del Líbano. Hasta 1982, el Hezbolá no existía como tal. Los islamistas eran una minoría tolerada. Hoy, el poder lo tienen las armas que hablan en nombre de la religión.”

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Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbolá, habla flanqueado por dos guardaespaldas.
 
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