ESPECTáCULOS › MARIANA CARRIZO APUNTA AL PREMIO CONSAGRACION DE COSQUIN
“A mí me gusta usar la picardía”
La joven coplera salteña tomó el escenario principal con un repertorio poco habitual para los parámetros del folklore. “Hago coplas, digamos, feministas: trato de reivindicar a la mujer”, dice en esta entrevista.
Por Karina Micheletto
Caja en mano, solita y su alma, la coplera Mariana Carrizo subió al escenario y, como suele decirse, se comió la plaza. Con un repertorio de coplas populares, picarescas, amorosas, tiernas y filosas, capaces de reivindicar con altura la condición femenina, y un manejo del público envidiable, logró dejar un sello distintivo. Al otro día todos preguntaban por la coplerita salteña que parecía gigante sobre el escenario y su nombre circula como una candidata al premio Consagración. “Parece que ahora soy artista de radio y televisión”, se ríe la bagualera en diálogo con Página/12, antes de una segunda presentación confirmada para el domingo, que no estaba prevista.
Actualmente Carrizo vive en Salta, pero gran parte de sus relatos están ligados a los lugares en los que creció, Cafayate, Angastaco y San Carlos, en el corazón de los Valles Calchaquíes. Y a personas importantes en su decisión de vida como su abuela Lolita, que con su pequeña plantación de vides fabricaba vinos que luego trocaba por queso, charqui o bollos. “Venía gente del campo, de los parajes más lejanos, a intercambiar lo que podían. Les llevaba un día o dos atravesar esos caminos peligrosos, de mucho abismo, caminando a la par de los burros cargados de productos”, cuenta. “En medio de tanto sacrificio, lo que tenían para sentirse menos solos eran las coplas que contaban lo que iban sintiendo.” Esas coplas nacidas en medio de las quebradas profundas son las que Carrizo recopiló viajando por los valles desde los doce años, escapándose de su casa y de los consejos de un padre que pensaba que lo mejor era que fuera monja, y que ahora canta en los escenarios de festivales o en los improvisados en los carnavales. “Pero yo no tenía conciencia de eso. Recién a los 20 años, cuando ya vivía en Salta capital, empecé a valorar de otra forma lo que había tenido a mi alrededor, y que para mí era cotidiano. Todas esas creencias, ritos, mitos, anécdotas se me quedaron. Y trato de transmitirlas en el escenario, aunque sea un poquito.” La cantante cuenta que el oficio de bagualera no le viene de familia: “En mi casa hubieran preferido que yo fuera cualquier otra cosa, si era por mi papá tenía que ser monja. Pobrecito, ¿no?”, se ríe con picardía.
–¿De dónde surge entonces su vocación?
–Salió solita. En la plaza del pueblo la municipalidad pasaba música por los altoparlantes, y a mí me gustaba un disco de Plácido Domingo que repetían. En la escuela las volvía locas a las maestras, ya no me aguantaban con la caja para todos lados. Le decía a mi papá que quería estudiar música, pero para él eso no era bueno para mí. Lo que me quedaba era escuchar a la gente del pueblo, y así aprendí, pero sin tener conciencia de lo que hacía. Hasta que alguien que me veía tan loca con las coplas me regaló un casete de Leda Valladares. Cuando lo escuché, me saltó la curiosidad por ver si era cierto o no lo que ella documentaba, y entonces empecé a andar, pueblito por pueblito. Me alegro de haberlo hecho porque ahí aprendí tanto...
–¿Qué, por ejemplo?
–Yo pensaba que todas las coplas eran iguales. Y descubrí que en cada pueblo, cada paraje, así estén a cinco kilómetros de distancia, tienen una característica diferente. Aprendí un poquito de cada uno, lo que podía, porque en mi casa no les gustaba nada. Yo sabía que cuando volviera iba a recibir un par de azotes, pero también sabía que lloraba un rato y ya se me pasaba. Ahora admito que era un peligro, tenía 12 o 13 años y andaba a dedo, o haciéndome la dormida en los colectivos. Y mis padres sufrían por eso, sabían que estaba haciendo algo referente al tema de las coplas... pero no sabían dónde, pobres.
–¿Qué otras cosas aprendió en esas giras prohibidas?
–Aprendí de la gente, sobre todo de la gente mayor. Me conmueven los viejitos por la forma que tienen de cantar, por lo que saben, por el valor de lo que dicen. Eso siempre me marcó. Después empecé a investigar en las recopilaciones. Leda recopiló muchas cosas, pero el otro gran referente que tengo es Juan Alfonso Carrizo, que hizo una recopilación muy grande. Ahí hay muchas coplas españolas, que son en realidad el origen de las nuestras, modificadas de generación en generación y en el canto colectivo. Después, en los carnavales adquirí mucha agilidad mental. Porque ahí hay que ser capaz de armar en el momento una copla de cuatro versos, con rima en el segundo y en el cuarto, y tiene que haber un buen mensaje. Decirle a un chico que te gusta pero con altura, por ejemplo... es difícil. Y en el Carnaval hay rondas de hombres y mujeres cantando, como en una conversación que hay que ir siguiendo, hasta que se dé algo, o hasta que no dé para más.
–¿Cómo selecciona el repertorio?
–No tengo algo armado, voy viendo lo que quiero cantar según la ocasión. Generalmente me gusta usar la picardía para decir cosas, ya sea en cuestiones de amor, o para hablar mal de los hombres, o a favor de las mujeres. Hago coplas, digamos, feministas. Me molesta mucho que en la mayor parte del norte, y en toda la sociedad, el hombre es muy machista, y la mujer más. Entonces trato de reivindicarlas en la copla, aunque sea picarescamente. “La mujer que quiere a dos no es tonta sino advertida, si una vela se le apaga, la otra le queda encendida”, dice una, antiquísima. Cuando la digo las mujeres están chochas, se sueltan, aunque sea un ratito. Y los hombres quedan mirando, como que perdieron terreno, o quedan con la duda, si será que sus mujeres tienen un repuesto por ahí. Otra: “La que sale con un viejo tiene que hacer como el gato, pa’ poder comer el bofe, hay que cachetearlo un rato”. Los hombres se ponen colorados, incómodos, y me encanta.
Entre tantos escenarios recorridos, la bagualera recuerda especialmente una noche en el Festival del Poncho de Catamarca. Ahí se largó con una copla que no gustó entre los varones. “Si la mar fuera de tinta y el cielo de papel doble, no se pudiera escribir, lo falsos que son los hombres”. “Hubo una silbatina por duró quince minutos”, cuenta divertida. “A tal punto que en un momento me asusté, pensé ‘acá muero linchada’. Dije algo para revertir la cosa y zafé. Por lo menos por un rato los hombres se tienen que tragar la lengua escuchando lo que tiene para decir una mujer”. En Cosquín, Carrizo recorre cibercafés para chequear el correo con felicitaciones varias e invitaciones para otros festivales y ferias, como la de San Carlos, adonde actuará esta noche. Como dice la canción de León Gieco, ella es mezcla de baguala, Internet y canto viejo.