EL MUNDO
El antiguo Imperio del Sol Naciente es el nuevo rehén de la resistencia
Bajo los términos de la Constitución dictada por EE.UU. a Japón, su ejército no puede combatir salvo en defensa propia. Hoy todo Japón pide el retiro del millar de tropas enviadas a Irak para que la resistencia no queme vivos mañana –como amenazó– a tres rehenes civiles.
Por David McNeill *
Desde Tokio
Japón estaba envuelto ayer en la angustia y en llorosas protestas a medida que el país asumía las consecuencias de su emprendimiento militar exterior más riesgoso desde la Segunda Guerra Mundial. Es difícil imaginar tres víctimas más inocentes que los tres rehenes japoneses que están amenazados de muerte, a menos que Japón repliegue fuerzas no combatientes de Irak mañana. Noriaki Imai, un pacifista de rostro fresco de 18 años y periodista improvisado que había escrito un artículo criticando el envío de los soldados a Irak para estudiar los efectos de las granadas de uranio empobrecido. Naboko Takato, voluntario, ha pasado gran parte de sus 34 años ayudando a los niños pobres de Asia, y Soichiro Koriyama, de 32 años, dejó las fuerzas armadas en 1996 para trabajar como periodista en la prensa de izquierda.
Miles de personas se congregaron en torno de la residencia del primer ministro para mantener una vigilia a la luz de las velas por los tres rehenes. Cientos de manifestantes, incluyendo a monjes budistas con carteles que decían “Guerra No”, se reunieron en torno de la Dieta (Parlamento) reclamando la evacuación de los soldados. Algunos manifestantes afirmaron que enviar a las tropas a una zona de guerra violaba la Constitución de Japón –que no tiene par en el mundo en este sentido– y que prohíbe el uso de la fuerza internacional para dirimir disputas. El primer ministro Junichiro Koizumi, que ayer descartó el repliegue, tenía el aspecto de un hombre que había apostado fuerte y perdido, un líder que previamente había parecido invencible con una popularidad digna de una estrella de rock que está enfrentando la mayor crisis de su carrera política. Koizumi apostó a que podía mantener la opinión pública de su lado después de enviar tropas japonesas a Irak, pese a enormes dudas en este país aún intensamente pacifista. En los tortuosos debates que llevaron al primer envío de tropas japonesas a una zona de combate desde la Segunda Guerra Mundial, su gobierno había intentado apaciguar esta oposición diciendo que las Fuerzas de Autodefensa (FA) estarían desplegadas en una zona “segura” de Irak y que el pueblo iraquí comprendería que el medio millar de tropas japonesas se encontraría allí en una misión puramente humanitaria.
Ambos argumentos de Koizumi yacen ahora en el polvo en Samawah, en el sur de Irak, donde 500 soldados japoneses que no han sido probados patrullan nerviosamente su campamento después de un aparente ataque de morteros el jueves. Y cualquier esperanza que quede, de que el renuente papel de Japón como aliado de Estados Unidos de algún modo le evitaría las carnicerías que se están desarrollando en Irak, ha sido destruida por la angustiosa transmisión vista por TV de ciudadanos japoneses comunes con cuchillos y espadas ante sus gargantas.
Sus secuestradores, un grupo llamado las Brigadas de los Mujaidines, han amenazado con quemar vivos a los rehenes mañana, a menos que los soldados se retiren de Irak. Los tres rehenes representan lo que la mayoría de los japoneses considera sus contribuciones más valiosas al mundo desde 1945: la neutralidad y la compasión por los demás. Su sufrimiento ha dejado estupefacto a un país que se ha acostumbrado a pensar de sí mismo como un ente ajeno al caótico mundo más allá de sus fronteras.
Las tomas de los rehenes fueron transmitidas durante todo el día ayer en la TV japonesa, con sus angustiadas familias rogando al gobierno que cumpla con las demandas de sus captores. La madre de Imai llorosamente rogó al gobierno retirar a sus soldados “inmediatamente”. El padre de Takato declaró: “Estoy rezando por su retorno y por que el gobierno resuelva todo esto”.
Katsuya Okada, secretario general del Partido Demócrata, principal fuerza de oposición, fue implacable: “El primer ministro tiene la culpa de esta situación”. Los editoriales de los diarios transmitieron mensajes más mezclados: el derechista Yomiuri dijo que “Japón debe permanecer firme ante las cobardes amenazas”, pero, desafortunadamente para el primer ministro, la mayor parte del país está en desacuerdo.
De este modo, el gobierno parece dirigirse a un choque con lo que la gente siente. Koizumi dijo que “no cederé ante estas despreciables amenazas”, agregando que la prioridad del gobierno es liberar a los rehenes. Yasuo Fukuda, su principal vocero, respondió irritadamente a las demandas permanentes de los periodistas sobre un posible repliegue de tropas. “¿Ustedes creen que está bien dejarse arrastrar por el terrorismo y tragarse sus demandas? –dijo–. No es tan simple. Estamos allí para ayudar al pueblo iraquí.”
El primer ministro formó un comité de emergencia para manejar la crisis y despachó a un alto funcionario de la Cancillería a Jordania para intentar rescatar a los rehenes. Sin embargo, toda la actividad parecía sólo enfatizar la impotencia del gobierno. Los riesgos para Koizumi se verán reforzados hoy por una visita, cuyo momento es poco feliz por parte del vicepresidente estadounidense Dick Cheney, quien lo presionará a mantenerse firme en función de la alianza de 50 años entre Estados Unidos y Japón. El primer ministro intentará cumplir, al tiempo que mantendrá la vista atenta al drama que se está desplegando en las televisiones japonesas. Su futuro político puede depender de lo que pase en Irak.
Corea del Sur mantuvo sus planes de enviar 3600 tropas nuevas a Irak, pero prohibió a sus ciudadanos viajar allí luego de que siete misionarios se convirtieran en el segundo grupo de surcoreanos en ser secuestrados esta semana. Tailandia tampoco tenía intenciones de retirar sus tropas, pero el primer ministro Thaksin Shinawatra dijo que reconsideraría su posición si había un aumento de la violencia que dificultara la ayuda humanitaria.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.