EL MUNDO

“‘No llores, mamá, no sentí dolor’, me dijo mi hijo muerto en sueños”

El terrorismo checheno redobló ayer la apuesta del presidente Vladimir Putin y ofreció 20 millones de dólares por su captura, mientras destituían al gobierno de Osetia del Norte. Aquí, nuevos relatos estremecedores de la atrocidad de la escuela de Beslán.

Por Rodrigo Fernández *
Desde Beslán

Nadezhda Tsaloyeva fue al colegio el 1º de septiembre con sus dos hijas –Vera, de 12 años, e Irina, de 8– y su primogénito, Boris, de 14. Además, llevaba a su sobrina Anna, de 10. Todos estudiaban en la Escuela Nº Uno, de la que ella misma se había graduado, y adonde regresó después ya como profesora de Historia, continuando así la tradición familiar, comenzada por su tatarabuelo, que creó una auténtica “dinastía de maestros escolares”. La habitación donde Nadezhda recibió a este diario es la de Boris y Vera, donde a veces también dormía Irina.
A la izquierda, la camita de Vera, con su foto; encima están apilados sus cuadernos, juguetes, tres muñequitas, los collares y pendientes. De la pared cuelgan dos vestidos de baile, uno gris y otro rosa. Al fondo, pegada a la ventana, la cama de Boris, un fanático del fútbol. En la pared, cuatro carteles, entre ellos, uno de Luis Figo, del Real Madrid, y otro del equipo de Barcelona. Encima de la cama, su foto, videojuegos de fútbol, cuadernos con fotos de los jugadores famosos, su atuendo de baile, sus lápices de colores. “Las cosas permanecerán así hasta el 13 de octubre, cuando se cumplan los 40 días. Entonces cada adulto se llevará algo de recuerdo.”
Boris y Vera –que asistían a un círculo de danza de ritmos latinoamericanos– debían bailar ese día fatídico. “En nuestra escuela solemos organizar una fiesta para los de primer grado; los salientes les hacen regalos a los pequeñitos y mis hijos debían bailar para ellos”, cuenta Nadezhda. Recuerda que Vera no tenía ganas de ir al colegio. “Mami, ¡no quiero bailar hoy!”, exclamó, lo que le pareció muy extraño, pues no perdía oportunidad de ponerse hermosos vestidos y lucirse con su hermano. Cuando irrumpieron los terroristas, Nadezhda estaba con sus alumnos del grado 11. Unos niños corrieron hacia las calderas, para esconderse, pero un secuestrador los vio y los siguió con su kalashnikov. “Corrí y me le adelanté, para que no fuera a disparar. ‘Yo los sacaré de allí, pero, por favor, ¡no dispares!’ Entré en la sala de calderas y los hice salir. No sé qué pensarían esos alumnos, quizá me creerían una cómplice, pero tenía mucho miedo de que el terrorista los matara a todos. Cuando salí con los niños, el canalla lanzó una ráfaga por todo el recinto”, rememora Nadezhda los primeros minutos del drama que para ella no terminará nunca.
Ya en el gimnasio, comenzó a buscar con la mirada a los suyos, y al poco tiempo había reunido a sus hijas y a su sobrina. No quería que Boris se les uniera, porque donde ellas estaban había varias bombas grandes, y su hijo correría menos peligro con sus compañeros. Pero cuando él la vio, no hizo caso de las señas que le hacía para que permaneciera donde estaba. “Se lo mostraré en un esquema que he hecho.” Nadezhda se volvió hacia la cama de Boris, y dijo: “Hijito, te tomaré un cuaderno, ¿bueno?”.
“Cuando ocurrió la explosión, las esquirlas mataron de inmediato a mi Vera y dejaron mal herido a Boris. Irina se salvó porque estaba detrás de una señora muy gorda, que recibió el grueso de los impactos. A mí me sangraba la cabeza, el brazo derecho estaba herido y no oía nada. Vera yacía sin vida; me acerqué a Boris, lo comencé a tocar y le encontré dos orificios en el cuerpo. En esto los terroristas ordenaron a todos los que habíamos sobrevivido que saliéramos. Traté de tomar en brazos a Boris, pero no pude, no tenía fuerzas. Pensé en arrastrarlo, pero ¿cómo iba a hacerlo por sobre los cuerpos sangrantes de mis alumnos? Pedí ayuda, nadie reaccionó. Entonces apoyé a Boris contra la pared y le dije: ‘Ahora vuelvo por vos. Saco a Irina y Anna y regreso’. No podía responderme, pero todavía estaba con vida. Cuando dejé a las niñas en el comedor, quise volver al gimnasio, pero un terrorista me cerró el paso; insistí y traté de pasar, pero me dio un culatazo por la espalda.”
Encontró a Boris y Vera dos días más tarde, en la morgue. No le mostraron los cuerpos –más tarde había estallado un incendio en el gimnasio–, pero reconoció los restos de sus vestimentas. Un forense trató de tranquilizarla: “Su hijo ya estaba muerto cuando las llamas envolvieron el gimnasio”, la consoló. Y antenoche Boris se le apareció en sueños: “No llores, mamá, no sentí dolor, nada me duele”, le aseguró. Irina ya está casi bien, sólo que no quiere volver al colegio y tiene miedo de quedarse sola.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Una madre y una abuela sostienen el retrato de uno de los niños muertos en la toma de la escuela.
 
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