EL MUNDO › SURGEN VOCES DISIDENTES A LA
ENTRONIZACION DE JOSEF RATZINGER COMO NUEVO PONTIFICE
La reforma contraataca en el Vaticano
Después de versiones de que el archiconservador Josef Ratzinger, titular del ex Santo Oficio y ex “príncipe negro” de Juan Pablo II, sería el favorito para sucederlo, tres temas parecen cambiar la tendencia: la economía, la colegialidad y la homosexualidad.
Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano
Cuando faltan pocas horas para que se abra oficialmente el cónclave que deberá elegir al sucesor de Juan Pablo II, el debate interno dentro de la Iglesia se torna cada vez más endógeno, dando por sentado que, cualquiera sea el candidato elegido, de puertas afuera se seguirá por la senda marcada por Karol Wojtyla, sin que se produzcan terremotos muy visibles. Son los problemas domésticos los que les quitan el sueño a los cardenales, preocupados por la situación de una Iglesia que, a juicio de muchos, no ha sido “gobernada” por Juan Pablo II. Este desgobierno, atribuido a la mayor atención que Wojtyla prefirió darle siempre a su exposición mediática, a sus viajes y a su desconocimiento de los complejos mecanismos internos del Vaticano, ha generado a lo largo de los últimos 26 años tensiones que se mantuvieron ocultas hasta la muerte del Papa polaco.
En primer lugar, el Vaticano afronta una situación económica preocupante, con un déficit anual (en el 2003) de 11,5 millones de dólares. La cifra puede parecer pequeña pero no lo es para un Estado pequeño que depende de modo absoluto de las donaciones de los fieles en todo el mundo. Pero no todas las iglesias locales aportan y las que aportan lo hacen con diversa intensidad. En ese sentido, la iglesia italiana sigue siendo la más fuerte, gracias a la ley del “ocho por mil” que permite a los ciudadanos italianos destinar ese porcentaje de dinero al Vaticano, deducible de su declaración de impuestos anual, sin que ello signifique tener que pagar más dinero al fisco. Otra iglesia fuerte, a la hora de hacer cuentas, es la alemana, segunda contribuyente en importancia a nivel mundial. Es una de las razones por las que cobró fuerza en los últimos días la candidatura de Josef Ratzinger, aunque el veto que muchos de sus compatriotas ponen a su elección puede ser también determinante para impedir su éxito.
La iglesia norteamericana no se quedaba atrás a la hora de las contribuciones, sólo que fue muy perjudicada por el escándalo de los “curas pedófilos” que llevó a muchos creyentes a dejar de hacer donaciones. El resto de las iglesias europeas no se destacan por la generosidad de sus fieles y las del Tercer Mundo reciben más dinero para el desarrollo de distintos proyectos caritativos del que aportan a las arcas vaticanas.
Afrontar este problema no es simple. La Iglesia tiene una gran cantidad de obras de arte de inmenso valor, pero su política ha sido siempre la de no venderlas. Por si fuera poco, durante el último período de “desgobierno” ha realizado inversiones en títulos en dólares que se transformaron en un verdadero fiasco cuando la divisa norteamericana comenzó a devaluarse frente al euro. Encontrar un candidato capaz de resolver esta espinosa situación es una de las cuestiones que preocupan a los cardenales.
Otro punto fuerte de esta agenda tiene que ver con la falta de democracia interna que caracterizó al Vaticano desde siempre y que durante el período Wojtyla se acentuó hasta llegar a límites preocupantes. Los cardenales han hablado en público durante estos días de la importancia de una mayor “colegialidad”, lo que en términos internos significa darle a los purpurados mayor grado de autonomía, sin que tengan que depender de Roma para todo. Ignorar esta cuestión de la “colegialidad” de un modo abierto le costó el papado al cardenal italiano Siri en 1978, cuando subestimó la cuestión en una entrevista concedida a un periódico local.
El tema es muy complicado, porque el poder de un Papa es, por definición, absolutista. Si quisiéramos traducirlo en términos laicos, habría que hablar de los cardenales como integrantes de una especie de “Senado”, que en la práctica tiene sólo el poder para elegir al soberano. La cuestión comienza a clarificarse cuando se oyen los lamentos de estos días. “Roma no puede continuar haciendo de cuenta que ciertas cosas no existen o no ocurren”, dice uno de los cardenales africanos en voz baja. En Africa, sostienen los purpurados, el discurso contra el preservativo que hizo Juan Pablo II se había transformado en un problema. Roma lo prohibía y las diócesis locales lo distribuían a los fieles para intentar frenar el sida. Ciertas reformas internas oportunas, afirman los que sostienen el reclamo de una mayor “colegialidad”, tendrían que permitir a cada iglesia local tomar decisiones de acuerdo a su realidad cotidiana.
Ocurre algo parecido con el déficit de vocación que se ha manifestado con fuerza durante el último cuarto de siglo. Cada vez hay menos sacerdotes, un fenómeno que se expresa más que nada en Europa, ya que en América latina y Africa no se siente con la misma intensidad. Cuando Juan Pablo II llegó al trono de Pedro en el ’78 llegaban a Roma 500 pedidos semanales de “reducción al estado laico” de sacerdotes que tiraban la toalla, casi siempre por problemas ligados a la mantención del celibato. Pablo VI había agilizado los trámites sobre todo para los casos de sacerdotes que se querían casar o estaban esperando un hijo, cosa que Wojtyla decidió cambiar retrotrayendo la situación a como era durante el período del conservador Pio XII, en los años ’40. Quien quería dejar los hábitos tenía que declarar que nunca había sido digno de ser sacerdote, que estaba loco o que era un vicioso. A este deshonor se le sumó una enorme burocracia, que dio como resultado que los pedidos se redujeran de 2000 al mes a los ocho que llegan en la actualidad.
Una vez más son los africanos los que afrontan el problema rompiendo tabúes. “No puede seguir reinando la hipocresía”, sostienen. “Todo el mundo sabe en el Vaticano que en ciertas zonas del Africa hay sacerdotes casados y, por si fuera poco, algunos hasta tienen más de una mujer.” ¿La solución? Nadie se anima a decirla, pero todos coinciden en que se debe encontrar el modo de no seguir haciendo de cuenta que no pasa nada.
Pocos días atrás el diario La Repubblica publicó un artículo en donde el vaticanista Giulio Anselmi sostiene que hasta el Opus Dei está dispuesto a encarar estos espinosos temas. “El gran problema de los seminarios, de las academias y de las órdenes religiosas es la homosexualidad”, habría sostenido uno de los jefes del Opus que quiso preservar el anonimato. “El problema está presente, se lo ve: voces aflautadas, modos afeminados.”
Karol Wojtyla prefería meter sordina a estos conflictos, siguiendo la tradición vaticana de esconder la basura debajo de la alfombra. Es más, el difunto Papa defendió a rajatabla a los cardenales que tuvieron que afrontar bajo su papado escándalos sexuales, provocando una rebelión, por ejemplo, en la iglesia austríaca, que perdió la mitad de sus fieles dando origen a un movimiento contestatario entre los que siguen fieles a Roma que pretende una urgente reforma eclesiástica.
Más allá de las consideraciones de geopolítica mundial, que tradicionalmente forman parte de la agenda de un cónclave, y que fue un argumento determinante a la hora de elegir al Papa polaco en 1978, la Iglesia está afrontando durante estas horas un arduo debate interno como no se había visto desde el Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII. Es por ello que los cardenales más reformistas manifestaron ayer su oposición a la candidatura de Ratzinger, visto como un guardián de la ortodoxia que sólo serviría para sacar las castañas del fuego a la crisis de imagen que tiene que afrontar la Iglesia huérfana del carisma de Juan Pablo II.
“No podemos elegir un Papa de transición, como pretenden algunos –sostienen los reformistas– porque sería interpretado como un signo de debilidad. Este es el momento oportuno para nombrar un Papa con audacia, que afronte estos problemas internos con sinceridad y que a su vez le dé continuidad a los aspectos más positivos del pontificado de Wojtyla.” El problema, empero, es ¿quién? Una respuesta que, a pocas horas del comienzo del cónclave, los cardenales “progresistas” todavía no tienen.