EL MUNDO › LA RECONSTRUCCION DE UN PASADO OSCURO
El falso héroe español
Enric Marco cambió con una fabulación su etapa como voluntario en la Alemania nazi.
Por Carlos E. Cué *
Desde Madrid
Un héroe no puede tener claroscuros, manchas en su pasado. Eso debió pensar Enric Marco cuando, en 1978, en pleno proceso de ascenso a la cúpula de la CNT, el sindicato que se reconstruía entonces tras 40 años de brutal represión del anarquismo, decidió mentir públicamente. Pero en 1977, cuando comenzó a elaborarse el libro Los cerdos del comandante, el primero que narraba las peripecias de los españoles que sobrevivieron a campos de concentración nazis, Marco decidió dar el gran paso. El, rodeado de gente de izquierda, militante del anarquismo, mecánico de los de mono azul, casado con una mujer mucho más joven y también con familia relacionada con el exilio, no podía o no quería contar lo que hizo en los años duros, los de la posguerra.
El, dotado de una gran capacidad oratoria, llamado al liderazgo de su organización, la CNT, tenía que ocultar que al acabar la guerra no se fue al exilio, como muchos compañeros. Y no sólo eso. Que en 1941, con 20 años, en plena guerra mundial, tal vez para escapar de la miseria, tal vez para huir del brutal servicio militar, se apuntó voluntario y trabajó en la Alemania de Hitler, en una de las múltiples expediciones que Franco mandó para ayudar al Führer en la retaguardia y, de paso, sacar del país a algunos miles de obreros hambrientos. Marco tomó la decisión de inventarse un pasado heroico. Eligió para ello el campo de concentración de Flossenbürg, en Alemania, un lugar del que entonces no se conocían sobrevivientes españoles, aunque hay una lista con 14 muertos de esta nacionalidad. Fue además un campo con 80 comandos de trabajo muy separados entre sí, donde la gente apenas se conocía, muy diferente, por ejemplo, de Mauthausen, donde fueron a parar la mayoría de los españoles, que estaban todos juntos.
La narración de 1978, vista con perspectiva, sorprende por su exactitud. “En Flossenbürg estuve muy poco tiempo, y como me llevaban de un lado a otro en plan de incomunicado, no podía entrar en contacto con nadie.” Poco antes había contado que con 14 años participó en el desembarco de Mallorca y luego se unió, con 15, a la columna Durruti. Difícil de comprobar. Después, en el campo, empieza el héroe, siempre sin testigos rastreables. “Allí encontré a otro español, un andaluz. Eramos toda la representación ibérica de Neumünster, pero nos bastamos para meternos en un organismo internacional de resistencia que crearon los franceses y los letones. Luego estuve en el penal de Kiel ocho meses incomunicado. Aprendí alemán gracias a una Biblia protestante, cuyo texto era bilingüe, en latín y en alemán.”
Marco cuenta que lo liberaron los canadienses en Kiel en 1945. En realidad los españoles lo reclamaron en 1943 para que hiciera el servicio militar, y volvió, aunque él insiste en que lo detuvieron por hacer sabotaje. Su vida siguió, hasta que empezó a inventársela. Ya en ese libro de 1978, según la copia que conserva la Amical de Mauthausen, la asociación que presidió hasta hace 15 días, Marco demostraba su capacidad para definir un sufrimiento que no había vivido, algo que todos los que lo conocieron destacan ahora. Sin embargo, en 1978 Marco no ejercía de deportado, de hecho no tuvo vinculación con la Amical de Mauthausen hasta finales de los ‘90.
A sus 84 años, dijo ayer: “Todas las cosas que dije son verdades en boca de un mentiroso.”
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.