EL MUNDO › EL TEMOR A LA PERDIDA DE EMPLEO
Y DE IDENTIDAD SE REFLEJO EN LAS URNAS

Bajo las cenizas de la Carta Magna europea

El electorado francés provocó una crisis tanto en el seno de Europa. Los líderes del bloque intentaron minimizarla como en el gobierno de Jacques Chirac, que anunciará hoy sus cambios y cuyo primer fusible tiene nombre: Jean Pierre Raffarin. Blair cuestionó la realización de la consulta en su país y Holanda se prepara para un “no”, mañana.

 Por Eduardo Febbro

En pleno sismo político luego del masivo “no” al Tratado Constitucional europeo manifestado el domingo en el curso de un controvertido referéndum, Francia se prepara hoy a cambiar de primer ministro. “La mudanza ya está lista”, adelantó ayer un allegado del jefe de Gobierno Jean Pierre Raffarin. El presidente francés, Jacques Chirac, se dirigirá esta noche al país para anunciar los cambios que le impone la sanción de las urnas. Al votar en casi un 55% contra el texto constitucional, los electores franceses provocaron una ola desestabilizadora tanto en el seno de Europa como en las dos corrientes políticas francesas, la derecha y la izquierda socialista. Ambas militaron juntas a favor del “sí” pero demostraron su incompetencia para vencer la reticencia de una opinión pública que mezcló una inaudita serie de temas en el voto por el que debía pronunciarse únicamente acerca del Tratado Constitucional. Las encuestas de opinión sobre las razones que motivaron el “no” dejaron perplejos a los analistas nacionales: en primer lugar aparece la preocupación del desempleo, en segundo el “hastío” y, en último, el voto sanción contra el presidente.
Francia se encuentra hoy en una situación doble y paradójica. En primer lugar, es el país que teorizó y fundó la construcción europea para luego rechazar el texto magno. En segundo, la clase política y la sociedad aparecen claramente en dos veredas opuestas. Por ejemplo, si la ratificación del Tratado se hubiese hecho por vía parlamentaria, este hubiese sido aprobado. Sin embargo, las urnas dijeron que “no”. El jefe del Estado francés se encuentra en una difícil coyuntura. Faltan dos años para las próximas elecciones presidenciales y, encima, tiene que conseguir en ese lapso de tiempo que el Tratado Constitucional sea aprobado mediante otro voto. Ayer, en una atmósfera de crisis, Chirac multiplicó las entrevistas con los posibles candidatos a remplazar al ultraimpopular Jean Pierre Raffarin. Dos nombres circulan con insistencia: el del actual ministro de Interior y fiel aliado de Chirac, Dominique de Villepin, y el de su enemigo personal, el líder de la conservadora UMP y ex ministro de Economía, Nicolas Sarkozy. En ambos casos y pese a las promesas de introducir un “nuevo impulso” a la acción política, se trata de dos figuras de la derecha, más centrista en el caso de Villepin, ultraliberal en lo que atañe a Sarkozy.
El “no” también dejó un agujero sideral en el ya dividido Partido Socialista. El oficialismo del PS perdió en las urnas, dejando como ganador al ex premier, Laurent Fabius, quien, por extraño que parezca, fue uno de los arquitectos y más fervientes defensores del Tratado de Maastricht de Unión Europea. Este voluminoso documento es en realidad el que “fundó” la Europa tal como se conoce hoy y el que impulsó cambios tan fundamentales como la introducción del euro, la moneda única europea, y la creación del Banco Central Europeo. Fabius fue junto con el difunto presidente socialista François Mitterrand el más comprometido portavoz de la aprobación del Tratado de Maastricht, aprobado en 1992 mediante un referéndum. En ese entonces, los campos estaban cambiados. Chirac lideraba la corriente contra el Tratado y Fabius la de su aceptación. Quien fuera apodado durante largos años “el heredero” de Mitterrand se llevó una contradictoria victoria: con el triunfo del “no” el domingo pasado, Fabius se impone como el jefe de un PS. Según declaró ayer, que el “no” mayoritario expresa “una potente voluntad popular de cambio” y traduce el rechazo de la manera en que funciona Europa”. Para Fabius, este voto es “una esperanza de que, a través de la democracia, iremos hacia una Europa potente y solidaria”. El dirigente socialista, que ya se postula como candidato “natural” de la izquierda a las presidenciales de 2007, estimóque el presidente francés tendría que “renegociar” un nuevo Tratado Constitucional para contar con un texto “más social, más humano”. Con el propósito de no incendiar lo que queda del PS, Fabius aclaró que no pensaba asumir la jefatura del partido y convocó a la unión de la izquierda en torno de un proyecto común. A pesar de que el actual primer secretario del PS, François Hollande, aseguró que no pensaba renunciar de su cargo, el socialismo francés tiene por delante meses difíciles. Sin líder legítimo, cruzado por los antagonismos y aún carente de un programa de combate, el partido fundado por Jean Jaurés es una sombra que busca su Julieta original.
La geografía electoral del “no” revela un país asustado que hizo pagar en las urnas el peso de las reformas, la incompetencia del gobierno, el miedo a perder su identidad o sus derechos sociales. El “no” más masivo se registró en regiones como Picardía o Alta Normandía, dos zonas francesas realmente golpeadas por la desindustrialización. Más sobresaliente aún, el 54% equivale en los hechos a una suerte de alianza tácita entre dos corrientes opuestas. Los votos de la extrema derecha, que totalizaron el 22%, se unieron a los de la extrema izquierda para converger en el “no”. Los electores crearon así una suerte de “mayoría nacional” por encima de los partidos. En cierta medida pero con otro telón de fondo, se repitió la experiencia de las elecciones presidenciales de 2002, cuando el jefe de Gobierno socialista Lionel Jospin quedó eliminado desde la primera vuelta y fue el patrón de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen, quien disputó la segunda vuelta contra Jacques Chirac. En abril y mayo de 2002, los votos de la extrema izquierda a favor de listas menores privaron a Jospin de la fuerza necesaria para pasar a la segunda vuelta.
Suprema lección del referéndum, la sociedad no votó en realidad contra el Tratado Constitucional sino contra el poder, contra el desempleo, contra la opresión del miedo a las migraciones de empresas, de las que Francia se beneficia ampliamente, y hasta contra la obsesiva idea de que Francia se vería “invadida” por “plomeros polacos”. El electorado quiso conjurar un puñado de miedos o amenazas confundidas en una sensación de pérdida de identidad. “Acá la gente no encuentra trabajo y además yo estoy en contra de que Turquía ingrese a la Unión europea”, explicaba ayer un elector “noísta”. “¡Qué desastre! –decía un síista–, la gente se equivocó de blanco. Estábamos convocados a construir Europa y no a destruir el poder que nos gobierna.”
Como lo señalaba el vespertino Le Monde, Francia versión 2005 ofrece el retrato de un país con signos de “una angustia social mayor”. Todos los sectores sociales votaron en contra del Tratado: 81% de los obreros, 79% de desempleados, 56% de los profesionales de categoría media, 60% de los empleados. Más aún, el referendo reveló la existencia de una “mayoría joven” totalmente reacia al texto constitucional: el 59% de los franceses de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años votó “no”. El porcentaje es similar entre los 25 y 34, y sube al 66% entre la gente que tiene entre 35 y 44 años. Ejemplo inobjetable del divorcio entre los partidos y la sociedad es el voto socialista. La mayoría de las regiones franceses que el año pasado votaron por los socialistas en las elecciones regionales no siguieron ahora las consignas del PS. La única excepción es París, donde el 65% votó a favor del tratado. La generación urbana, los famosos “bobos”, burgueses y bohemios, adhirieron al Tratado. El resto del país lo rechazó.

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El premier Jean Pierre Raffarin, tras reunirse con el presidente Jacques Chirac.
 
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