EL MUNDO › JACQUES CHIRAC, TRAS LA CONSULTA

La primera víctima

Por Joaquín Prieto *

Jacques Chirac ha abrazado casi todas las opiniones a lo largo de su carrera y ha defendido múltiples programas, siempre dispuesto a dejarse seducir por inteligencias más brillantes que la suya, porque considera las ideas como una cuestión secundaria frente al objetivo de obtener o conservar el poder. Pero esta vez ha ido demasiado lejos: jugarse el europeísmo de los franceses a un referéndum era la última tabla de salvación del presidente; acaba de perderla y ahora no tiene de dónde asirse para sostenerse a flote.
No es que sea un veleta: simplemente es un político sumamente experimentado, que no está dispuesto a sacrificar el poder en beneficio de un proyecto. En 1976 fundó el partido neogaullista Unión por la República (RPR, en siglas francesas) con la finalidad de “aliar la defensa de los valores esenciales del gaullismo con las aspiraciones de un verdadero laborismo a la francesa”. Diez años más tarde, en pleno reinado de Ronald Reagan y Margaret Thatcher sobre el mundo anglosajón, abordó su primer mandato presidencial con recortes al Estado del bienestar y la orden de hacer estallar unas cuantas bombas nucleares de prueba, para demostrar que Francia seguía en la primera división. Pero en su segundo mandato se ha reconvertido al liderazgo del pacifismo europeo frente al belicismo de George W. Bush, intentando hacerlo compatible con recortes de impuestos y tímidos intentos de privatizar grandes empresas francesas que permanecen en manos del Estado. Ha cambiado de opinión tantas veces porque tiene una visión puramente utilitarista de la política.
Lo que menos se le puede reprochar es el europeísmo. Tardó en apoyar el referéndum para el Tratado de Maastricht, de 1992 (antes se había opuesto a la ampliación de la Comunidad Europea a España y Portugal), pero al final lo hizo y arrastró a una parte del neogaullismo hacia el proyecto europeo, hasta entonces defendido en Francia esencialmente por socialistas (François Mitterrand, Jacques Delors). Ahora, defender la Constitución europea ha sonado a falso cuando su propio gobierno culpa sistemáticamente “a Bruselas” de los males nacionales, unas veces por no poder rebajar el IVA a los hoteleros o permitir la ruina de los estanqueros (por dejar que España, Italia y otros países mantengan precios más baratos del tabaco); otras, por haberse opuesto a engordar el déficit presupuestario o dificultar las “ayudas de Estado” a empresas como Alstom, símbolo del orgullo industrial galo en dificultades. Contarles a las clases populares francesas que Europa es estupenda, cuando sus intereses inmediatos lo desmienten; hacer como que lo importante es dotarse de instituciones para gobernar la UE de 25 miembros, cuando los trabajadores franceses temen el dumping de los ciudadanos del este de Europa y la capacidad de estos países para llevarse empresas hoy radicadas en Francia, gracias a sus bajos niveles de imposición y de salarios, habría requerido de un liderazgo mucho más sólido y convincente que el de Jacques Chirac. Habría necesitado no sólo de un presidente, sino de un equipo convencido de defender un compromiso creíble entre los sacrificios del presente y el futuro en común de una Europa capaz de defenderse mejor, toda junta, en un mundo globalizado.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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