Miércoles, 13 de septiembre de 2006 | Hoy
Los sindicatos despidieron con frialdad al primer ministro británico en su último discurso en el congreso.
Por Walter Oppenheimer *
Desde Londres
Gordon Brown anunció su inminente mudanza al número 10 de Downing Street. Aunque se trata de la residencia oficial del primer ministro, el cambio no significa que sea –ya– el jefe del gobierno británico. Brown, que entonces era soltero, intercambió con los Blair las residencias que a ambos les correspondían al llegar al gobierno hace casi diez años porque la suya, en el número 11, era más amplia y el primer ministro tiene una familia numerosa.
El cambio de residencia de Brown ha llegado en el peor momento, cuando sus aspiraciones de ocupar no ya el departamento, sino el despacho del primer ministro y las reticencias de éste a darle paso han provocado una profunda crisis en el Partido Laborista. El polémico canciller del Exchequer quería anunciar la mudanza más adelante, pero todo ha saltado por los aires porque Cherie Blair recibió un día un paquete de cortinas nuevas que ella no había encargado. En realidad eran para los Brown y la noticia acabó filtrándose a la prensa.
La explicación oficial de la mudanza es que el canciller del Exchequer, que ahora está casado y tiene dos niños de corta edad, necesita más espacio para su familia y los servicios de seguridad –que protegen 24 horas al canciller y su familia desde los atentados del 7 de julio del año pasado en Londres– prefieren que vivan de forma definitiva en el piso oficial de Downing Street.
Cuando los laboristas llegaron al gobierno, en 1997, Brown no tuvo inconveniente en quedarse con el departamento privado del número 10 y ceder el del número 11 a Tony y Cherie Blair. Los Blair tenían entonces tres hijos adolescentes y aún tendrían un cuarto hijo poco después. Brown ha utilizado desde entonces el piso del número 10 como despacho de día y en las cenas y tertulias de sobremesa, pero seguía durmiendo en su cercano piso de soltero, a tiro de piedra de su despacho como responsable del Tesoro y cerca también de Downing Street. La llegada de los Brown no ha sido recibida con mucho entusiasmo por Cherie Blair, al decir de la prensa británica. La combativa esposa del primer ministro no tiene muchas ganas de encontrarse constantemente a los vecinos por los pasillos que comunican las residencias privadas y los despachos oficiales que conforman las laberínticas dependencias de Downing Street.
Mientras Cherie aclaraba de quién eran las cortinas, su esposo lidiaba con uno de los momentos menos gratos del año: su habitual discurso en el congreso de los sindicatos. Blair fue recibido con un pequeño desaire cuando una treintena de delegados de tres sindicatos abandonaron la sala en protesta por su presencia.
Luego fue silbado en varias ocasiones, sobre todo cuando lanzó una encendida defensa de la invasión de Irak, mientras numerosos delegados le reprochaban sus decisiones en materia de política exterior y le pedían con pancartas que dejara el cargo de inmediato.
El primer ministro, molesto, pidió a los congresistas que al menos escucharan sus argumentos y reservaran sus comentarios para la posterior sesión de preguntas y respuestas. Blair hizo una defensa de las mejoras conseguidas por el laborismo en sus casi diez años de gobierno y advirtió a los activistas sindicales que “la cruda realidad es que no hay ningún gobierno perfecto” y que nunca habrá ninguno que satisfaga plenamente sus posiciones. “Pero es mucho mejor hacer remiendos aquí que estar en la oposición aprobando resoluciones que nadie escucha o que son imposibles de aplicar”, los espetó. Los congresistas lo despidieron con un cortés pero frío aplauso final. El último, porque en el próximo congreso del TUC, Blair ya no será primer ministro.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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