Miércoles, 13 de septiembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por G.A.A.
Bienvenidos a Foxilandia, el país en marcha y en paz que asegura el presidente le dejará a su sucesor. Mientras tanto, la violencia política en Oaxaca secuestra la paz social durante 110 días de manifestaciones que al principio eran por reivindicaciones sindicales y muy pronto devinieron en tomas de edificios públicos y estaciones de radio privadas, policías que acribillan a balazos los bloqueos y matan a seis personas, turbas que arman barricadas incendiando buses y casi linchan a empleados públicos, y misteriosas guerrillas que aparecen y desaparecen de la noche a la mañana sembrando zozobra, en demanda de que renuncie o destituyan al gobernador priísta Ulises Ruiz, que se aferra a un poder que no puede ejercer.
Bienvenidos al país del no pasa nada del que presume el presidente ante la prensa extranjera. Aquí, el crimen organizado ha ejecutado a más de mil personas en lo que va de este año con una saña inaudita, como el comando armado que apenas hace unos días irrumpió en una discoteca de la ciudad de Uruapan y arrojó a la pista de baile las cabezas de cinco personas decapitadas en un ajuste de cuentas, o las otras dos cabezas que hace meses clavaron en picas a las puertas de la estación de policía de Acapulco –el centro turístico de playa más tradicional del país– en venganza por un operativo, o la docena de granadas de mano que han hecho estallar en varios cuarteles policíacos de esa misma ciudad en el último semestre, o las fosas con decenas de cadáveres con rastros de tortura que lo mismo aparecen en ciudades fronterizas con Estados Unidos que en el centro del país, o los asesinatos de media docena de directores de corporaciones policíacas en varios estados y hasta de un juez federal que negó la libertad a un narcotraficante, o el misterioso estrangulamiento del hermano del ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Por no mencionar los extraños atentados contra dos funcionarios públicos acribillados en plena calle de la capital federal durante la semana pasada. Uno de ellos, muerto, era director de una empresa pública descentralizada creada por la Secretaría de Hacienda y la Secretaria de Gobernación, encargada de procesos de desincorporación de activos federales y vinculada a negocios del cuñado del presidente electo; el otro, un tecnócrata responsable de mediar en litigios contra la banca comercial, apenas sobrevivió y sigue muy grave en el hospital. Y los recurrentes enfrentamientos a tiros entre bandas fuertemente armadas, ya comunes en Baja California, Quintana Roo, Tamaulipas, Nuevo León, Michoacán, Sonora, Sinaloa, Guerrero.
Bienvenidos al país del surrealista equilibrio macroeconómico y la estabilidad financiera que alaba el Banco Mundial, pero que expulsa a 400 mil personas al año que migran hacia Estados Unidos en busca de los trabajos que aquí no encuentran, parte de los 40 millones de personas que sobreviven por debajo de la línea de pobreza (la mitad, en la miseria extrema), y cuyas remesas –casi al nivel de las exportaciones petroleras– son las que verdaderamente sostienen la economía nacional, porque ese dinero sí llega a la gente.
Bienvenidos al país de las libertades pregonadas de dientes para afuera, donde el poder político se presta a cancelar un canal de televisión privado en litigio para entregárselo a un poderoso grupo mediático que lo alaba, y modifica las leyes que regulan las concesiones públicas al antojo de los intereses del duopolio de la TV; donde la esposa del presidente demanda por daño moral al principal semanario nacional (Proceso) por publicar un documento escrito por ella misma como adelanto de un libro para el que ella abrió su vida privada pensando que sería una novela rosa, pero que en realidad la desnuda; y donde han sido asesinados 22 periodistas en lo que va del sexenio (la mitad, sólo en los últimos dos años) y otros dos fueron secuestrados hace meses y siguen desaparecidos, sin que nadie haya sido juzgado por estos crímenes.
Bienvenidos al país que se ufana de los demócratas y las oportunidades para los que menos tienen. Aquí primero se privatiza impunemente la esperanza y luego se desata el encono social –si no mediante el fraude electoral, sí desde el ilegítimo avasallamiento desde el poder–, para que después venga el más rancio conservadurismo social, empresarial y político a demandar que el gobierno mande al ejército y a la policía a que les parta ya toda su puta madre a esa pinche bola de narcos, indios muertos de hambre y desharrapados que bloquean sus negocios y sus paseos por Reforma, el centro y el Zócalo capitalino desde hace mes y medio. No soy yo quien dramatiza la vulgaridad: se lo he escuchado a gente común en los modernos centros comerciales, restaurantes, bares y cafeterías.
Bienvenidos a un país que se pudre, carcomido por la ingobernabilidad, sin que nadie que pueda pretendiera hacer algo para evitarlo. ¡Carajo!
Pareciera que Zitarrosa le lloraba a México cuando cantó: “En mi país / qué tristeza / la pobreza / y el rencor”.
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