Viernes, 13 de julio de 2007 | Hoy
Un año después, la violencia se apoderó del Líbano, la influencia de Hezbolá ha disminuido en el sur del país e Israel sufre el trauma de la derrota.
Por Sal Emergui *
Desde Jerusalén
Nueve y un minuto de la mañana del 12 de julio de 2006. Frontera entre Israel y el Líbano. Reservistas israelíes patrullan en su último día de servicio. El grupo chiíta Hezbolá secuestra a dos soldados y mata a otros tres. Bajo una lluvia de cohetes Katiushas, un tanque israelí cruza la frontera. Instantes después vuela por los aires. Cuatro soldados más muertos. Israel inicia una represalia que desemboca en una guerra de 33 días. Un año después, Hezbolá está alejado de sus dominios en el sur libanés, Israel sigue traumatizado por la ausencia de victoria y Líbano sufre los devastadores efectos de las bombas.
Para Israel, fue una guerra mal dirigida políticamente, muy mal gestionada militarmente y pésimamente digerida por la opinión pública, que hoy reclama la vuelta a casa de Eldad Reguev y Udi Goldwasser, los soldados secuestrados. La comisión Vinograd responsabilizó en su primer informe a tres dirigentes. El jefe del Estado Mayor, Dan Jalutz, dimitió el 17 de enero. El ministro de Defensa, Amir Peretz, dejó su puesto a Ehud Barak. El primer ministro, Ehud Olmert, lucha contra el clamor popular que le exige la dimisión.
La guerra provocó un terremoto en la esfera militar, donde la soberbia de Jalutz equivocó al gobierno. “Los ministros aprobaban misiones sin tener ni idea de su propósito ni del estado de las tropas”, dice el analista Ofer Shelaj. En privado, Olmert confiesa: “Si hubiera sabido cuál era el verdadero estado del ejército, no habría optado por la guerra”. En público, presume: “La guerra ha hecho que, en el sur del Líbano, en lugar de terroristas haya soldados de la ONU”.
Desde la entrada en vigor de la tregua, el 14 de agosto, el ejército ha llevado a cabo más de 50 investigaciones pensando en la próxima guerra. “Recuperemos la capacidad de disuasión”, ha exigido el nuevo jefe castrense, Gaby Ashkenazy. Desde entonces, los soldados se entrenan sin pausa. Los oficiales siguieron la guerra en los televisores del Ministerio de Defensa. Ahora están en el terreno, tragando el polvo y respirando los riesgos. “No habíamos entrenado así en muchos años. Los soldados se incorporan a filas con una motivación muy alta”, dice un sargento.
Horas después del secuestro de los dos reservistas, el ex piloto Jalutz ordenó un ataque aéreo. En solo 34 minutos, la aviación israelí destruyó la mayoría de misiles de medio y largo alcance de Hezbolá. Esos 34 minutos cegaron de euforia a Jalutz. Los 5000 Katiushas lanzados por Hezbolá y la muerte de 44 civiles fueron el gran fracaso del Ejército. Al acabar la guerra, Hezbolá aún contaba con 5000 proyectiles.
La euforia también emborrachó a Olmert, que vio la oportunidad de machacar a Hezbolá. Con el apoyo de más del 80% de los ciudadanos y el aliento del Pentágono y cancillerías occidentales, Olmert decidió que el castigo se transformara en guerra. “Era su oportunidad de demostrar que podía ser igual de macho que su antecesor, Ariel Sharon”, escribió un articulista. Olmert prometió al presidente de EE.UU, George W. Bush, no “tocar” al primer ministro libanés, Fuad Siniora, ni atacar infraestructuras. Pese a ello, Israel bombardeó 46 gasolineras, 92 puentes, 14 estaciones de radar, 52 túneles, varios hospitales, aeropuertos y miles de viviendas. Olmert y Peretz, sin experiencia militar, se fiaron ciegamente de Jalutz y de los F-16 para atajar los Katiushas. Cuando vieron que no era suficiente y ordenaron la intervención terrestre, apareció la falta de preparación y de recursos.
En los últimos años, la maquinaria militar israelí se centró en la Intifada palestina. Los soldados se convirtieron en policías que, en lugar de defender las fronteras, perseguían a los milicianos palestinos. Tanquistas enviados a Líbano conocían mejor las callejuelas de Nablús que el funcionamiento de su Merkava. 55 fueron alcanzados por 500 misiles. Ahora se entrenan intensamente.
Cuando Olmert advirtió “Acabaremos con Hezbolá”, muchos se llevaron las manos a la cabeza, conscientes de que la guerrilla, que esconde su arsenal en casas y túneles, no se acaba con misiles. La protección de la retaguardia aún escuece y 3,3 millones de israelíes (de un total de 7,1) no disponen de refugios. Para los guerrilleros, el combate era una “guerra santa”. Para miles de israelíes llamados a filas a última hora, fue una adversidad que les fastidió las vacaciones.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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