Viernes, 13 de julio de 2007 | Hoy
Uno de los más populares y viejos dirigentes socialistas abandonó ayer el partido: el emblemático Jack Lang, ex ministro de Cultura de Mitterrand. Lang se suma a una lista de políticos tentados por Sarkozy.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Un teatro con un escenario vacío, algunas sombras se mueven entre los bastidores, pero los actores de primer plano han desertado la pieza. Ese espectáculo insólito es el que ofrece hoy el Partido Socialista francés. Los grandes elefantes socialistas han, como se dice en francés, cambiado el fusil de hombro. Un puñado de históricos del partido se incorporó a la esfera gubernamental del gobierno conservador del presidente Nicolas Sarkozy; otros se esfumaron en la bruma de la derrota en las elecciones presidenciales y quienes podían aparecer como los guardianes del templo están dejando el barco. El ex ministro de Economía y candidato a la candidatura del PS en la pasada consulta presidencial, Dominique Strauss-Kahn, recibió el apoyo de Nicolas Sarkozy para postularse a la dirección del FMI, en reemplazo del español Rodrigo Rato, que deja su puesto dos años antes del fin de su mandato. Ayer fue uno de los más populares y viejos dirigentes socialistas quien abandonó el jardín: el emblemático Jack Lang, ex ministro de Cultura durante la presidencia del difunto presidente socialista François Mitterrand.
Lang, que fue además consejero especial de la candidata socialista Ségolène Royal en las elecciones presidenciales de abril pasado, renunció a las instancias ejecutivas del PS. El inventor de la hoy casi planetaria fiesta de la música estaba bajo la mira telescópica de la pirámide socialista desde que se hizo casi evidente que también aceptaría trabajar con la derecha integrándose a una comisión de reflexión sobre la reforma de las instituciones. Después de la fusión de seis socialistas con el gabinete de derecha el bureau nacional del PS había advertido que cualquier nuevo intento de atravesar la frontera sería sancionado con una suspensión. Lang se adelantó a la sanción y, en dos etapas, consagró el divorcio con un partido cuyos dirigentes dan muestra de una bajeza política patética. Primero, en una carta remitida al primer secretario del PS, François Hollande, Lang insinúa que aceptará la propuesta presidencial: “Como ciudadano libre serviré a mi país según las reglas de conducta que sólo me dicta mi conciencia”. En otro párrafo, Lang explica que no se reconoce más en los métodos de dirección de François Hollande. El segundo acto intervino ayer a través de una campaña de difusión de su pensamiento perfectamente orquestada a través de los medios de comunicación. Jack Lang propuso que la dirección del PS renunciara colectivamente y, en una entrevista con el diario Libération, opinó que el PS se estaba suicidando.
La izquierda socialista ofrece a sus simpatizantes una telenovela única en la historia de los partidos occidentales. Que los defensores de las distintas corrientes que componen un partido se disputen a muerte es una cosa, otra muy distinta es cambiar de etiqueta e ir a trabajar con la opción política que siempre combatieron en nombre de la idea socialista. En lo concreto, Jack Lang le reprocha a la dirección del PS su incapacidad de hacer un balance y analizar las consecuencias de la derrota de la línea directiva en las elecciones presidenciales y legislativas. El gran debate socialista era la renovación. Esta se hizo realidad, pero no por la presión interna sino por la inteligencia táctica de Sarkozy. Hombres ya maduros, más de 60 años en algunos casos, se cambian de vereda en nombre de la postergada renovación del PS.
Desde que Nicolas Sarkozy ganó la elección presidencial, el PS vio a cuatro de sus miembros integrar el gabinete conservador, entre ellos a Bernard Kouchner, ministro de Relaciones Exteriores, Jean-Pierre Jouyet, Asuntos europeos, Jean-Marie Bockel y Eric Besson. Este último, encargado de la Cooperación y la Prospección, era hace exactamente cuatro meses el responsable de las cuestiones económicas del PS. A ellos se agregan muchas personalidades de la izquierda que cedieron a las sirenas de la derecha y otros tres hombres de influencia considerable en el seno de la..., ¿cómo llamarla? ¿Izquierda? Jacques Attali, ex consejero de François Mitterrand; Hubert Vedrine, ex jefe socialista de la diplomacia francés, y el ya mencionado Dominique Strauss-Kahn. Lo más paradójico reside también en el hecho de que, en el caso concreto de Strauss-Kahn, este responsable aparecía como uno de los próximos jefes del PS. Pero ahora ha aceptado dirigir el FMI.
Para los socialistas, la llamada política de apertura del jefe de Estado se está convirtiendo en una política de asfixia. Sarkozy estrangula al PS, tanto más cuanto que es él quien elige a las personalidades de la izquierda con quienes quiere trabajar. La maniobra es perfecta: Sarkozy no se dirige al PS para que éste le haga propuestas y seleccione nombres. No. Es él quien deshoja la roja socialista. Y en este concierto de transfusiones, Ségolène Royal, la candidata a las elecciones, la pretendiente al trono socialista y a impulsar la renovación, guarda un prolongado silencio. Hay, al parecer, una sola persona en el trono: Sarkozy. El presidente convoca a sus miembros a su gobierno, les entrega puestos clave, les propone comisiones, la dirección de organismos internacionales y, de paso, va diseñando el perfil que tendrá en los próximos años el PS. Curiosa izquierda la francesa, biodegradable y reciclable en aventuras políticas ajenas a su identidad.
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