EL MUNDO › COMO LOS INTERESES PETROLEROS ENCUBRIERON AL ENEMIGO DE FONDO
El amigo de Bush (y del terrorismo)
Arabia Saudita es uno de los pilares prooccidentales en Medio Oriente, dice la leyenda. Pero las investigaciones más serias descubren allí un activo patrocinante de la red de Osama bin Laden.
Por Eduardo Febbro
La familia real de Arabia Saudita continúa paseándose por Europa como si el mundo, sobre todo el mundo saudita, fuera el mismo que antes del 11 de septiembre del 2001: Marbella, la Costa Azul, Ginebra. No hay balneario chic que no haya recibido la visita de algún miembro de la familia del rey Fahd. El tren de vida de los príncipes de Ryad representa unos cinco millones de dólares por día. En verano, el rey se desplaza con una corte de 400 personas y pone en serías dificultades los servicios de seguridad locales. Durante su estadía en Marbella en el pasado mes de agosto, Fahd alquiló todos los jet-skis de la bahía, utilizó 50 limusinas para trasladarse del aeropuerto a la ciudad más dos autocares y 4 camiones que transportaron 2000 maletas... Y sin embargo, nada es igual en el cerrado círculo del rey. A sus 82 años, Fahd y Arabia Saudita aparecen en el telón de fondo donde se mueven las finanzas del terrorismo internacional. El reino del petróleo lleva años aportando contribuciones a las cajas del terrorismo sin que, hasta el 11 de septiembre, nadie haya prestado atención. La riquísima monarquía le saca hoy el sueño a los occidentales. La política de antaño, es decir, cerrar los ojos a cambio de petróleo y ventas millonarias de material militar y de alta tecnología, se enfrentó al límite de los atentados del 11 de septiembre.
Los especialistas occidentales denuncian en voz alta lo que antaño se decía en voz baja. La implicación del régimen saudita en la financiación de la nebulosa terrorista es una certeza sembrada de pruebas. Las redes islamistas se benefician con el aporte financiero del régimen saudita. El ministerio de Bienes Religiosos saudita dispone de 10.000 millones de dólares por año con los que alimenta unas 20 instituciones que tienen a su cargo la enseñanza, la justicia, la propagación del Islam, la beneficencia, las obras sociales, escolares y humanitarias en la mayoría de los países del mundo. Pero los expertos en circuitos financieros calculan que un “porcentaje consecuente” de ese dinero es transferido a las cajas de los movimientos terroristas. Jean Charles Brisard y Guillaume Dasquié, autores del libro Bin Laden, la verdad prohibida, explicaron a Página/12 que Bin Laden no es un extremista rodeado de un puñado de fanáticos, que decidió por arte de magia librar por sí solo un combate contra Estados Unidos. Para ellos, “Bin Laden no es sino un soldado de los clérigos sauditas. El 11 de septiembre marca el fracaso de la diplomacia paralela. En nombre de intereses económicos fabulosos se pactan alianzas con países como Arabia Saudita sin medir las consecuencias de esas alianzas”. Hace dos semanas, los abogados norteamericanos de las familias de las víctimas de los atentados del 11 de setiembre presentaron una querella judicial civil en Estados Unidos contra Arabia Saudita, país al que, a lo largo de las 250 páginas del legajo, acusan de tener lazos estrechos con los terroristas. “La relación estrecha entre Bin Laden y algunos miembros de la familia real saudita va muy lejos y todavía prosigue hoy”, dice el documento, que cita explícitamente el nombre del Sultán Ben Abdul Aziz Al-Saound, ministro de Defensa saudita, como uno de los interlocutores privilegiados de Bin Laden en los años ’90. Otro de los nombres implicados es el de Turki Al-Feyzal Al-Saoud, ex jefe de los servicios secretos sauditas, quien, según los querellantes, mantiene relaciones con Bin Laden desde hace muchísimos años. Estas afirmaciones hacen sonreír a Richard Labévière, autor de una investigación sobre las conexiones entre Arabia Saudita y las redes terroristas aparecida en Francia en 1999, “Los dólares del terror”. Labévière argumenta que la “profunda implicación” del reino saudita en la expansión del fundamentalismo violento tiene tres claves: la religión, el sistema bancario y el petróleo, medio de presión contra Occidente y arma de disuasión. Labévière anota que la “preocupación central” de Ryad consistió en buscar una “posición dominante en el mundo árabe y musulmán”. Prueba de ello son las numerosas “donaciones” directas de los príncipes sauditas a la causa islámica. Yussef Djamil Abdelatif, poderoso financiero saudita y accionista de Sony, ofreció un millón de dólares a Ahmed Simozrag, uno de los tesoreros del FIS, el Frente Islámico de Salvación (grupo argelino que perpetró centenares de asesinatos y varios atentados sangrientos en Francia). No es un azar que en la querella presentada en Estados Unidos contra los dignatarios sauditas también se mencione a algunas organizaciones caritativas o grupos como la Liga Mundial Musulmana y la IIRO, Internacional Islamic Relief Organisation. Tanto Labévière como Guillaume Dasquié y Jean-Charles Brisard constatan que casi todas las redes islámicas implantadas en Medio Oriente, Africa y Occidente están financiadas por el Estado saudita a través de “instituciones” internacionales que ese Estado controla: la Organización de la Conferencia Islámica (creada en 1970), o la Liga Islámica Mundial (1962).
La CIA y los servicios de inteligencia europeos tienen sobradas pruebas de la utilización directa de los fondos del IIRO por parte de Bin Laden. La International Islamic Relief Organisation fue fundada en 1968 y su misión consiste en intervenir en el campo médico, humanitario o agrícola en cada uno de los “frentes” del Islam. Las principales familias del reino saudita hacen donaciones a esa organización. Guillaume Dasquié asegura que el IIRO “es uno de los vehículos financieros y operacionales del islamismo militante, ampliamente explotado por quien se convirtió en su emblema, Osama bin Laden”. La publicación confidencial francesa Africa Online revela que la rama kenyata de la organización, Bin Abdul Aziz Al-Ibrahim Foundation, creada por el príncipe Abdul Aziz Al Ibrahim –cuñado del rey Fahd–, fue “asociada” a la nebulosa de Bin Laden dentro de la investigación llevada a cabo por el FBI sobre los atentados contra las embajadas de Estados Unidos de Nairobi y Dar es Salaam, en agosto de 1998.
A estos núcleos se le agregan los holdings financieros y bancarios de Arabia Saudita: Faisal Islamic Bank, Dar al-Mal, Dallah Al-Baraka. Detalle relevante, Abdul Aziz Al Ibrahim, a través de empresas pantallas, detenta la mayoría de las acciones del establecimiento inmobiliario de Marina del Rey, en Los Angeles. La imbricación de las instituciones financieras y bancarias es enorme y en muchas de ellas –como Dar Al Mal Al Islami (DMI)– las manos de Bin Laden dejaron huellas perfectamente identificables. Entre compañías principales, sucursales, filiales, los nexos se pierden en el infinito. La DMI, dirigida desde 1983 por el príncipe Mohammad Al Faisal Al Saud, hijo del rey Al Saud, está considerada por los servicios secretos occidentales como una de “las estructuras centrales” mediante las cuales Arabia Saudita financia el islamismo internacional. La DMI, que quiere decir “Casa del dinero islámico”, opera según el método islámico. Esta institución financiera hace pagar el “zakat”, el impuesto religioso cobrado cuando se ingresa en el capital. Los accionistas se comprometen a “entregar” una porción de “capital” que no figura en la transacción. Pero esos fondos no aparecen en ninguna contabilidad y son “reinvertidos” en las cajas de los grupos islámicos o en las asociaciones caritativas.
Este es un detalle mínimo dentro de la gigantesca implantación financiera en Estados Unidos. En un libro aparecido esta semana, Labévière revela que Arabia Saudita tiene colocados en los fondos de inversión de Estados Unidos 750.000 millones de dólares. Luego de los atentados del 11 de septiembre, los flujos financieros y las inversiones no sufrieron la menor merma. La suma es colosal y al lado de ella los 55.000 millones de dólares que Arabia Saudita pagó en concepto de “compensación” por la operación Desert Storm, Tormenta del Desierto, es una gota de agua. Citar los nombres de los bancos, los holdings y las estructuras financieras conectadas a Arabia Saudita y a Bin Laden ocuparía centenas de páginas. Basta con fijar el objetivo sobre Khalid Bin Mahfuz, apodado en Occidente “el banquero del terror”. Mahfuz, cuya hermana está casada con Bin Laden, es el hijo del fundador del primer banco de Arabia Saudita, el National Commercial Bank, NCB. La fortuna de los Mahfuz está valuada en 2500 millones de dólares. Mahfuz es, junto a Gaith Pharaon, uno de los protagonistas centrales del escándalo del banco BCCI. Los “puntos de contacto” entre las actividades financieras y caritativas de Mahfuz y Bin Laden son múltiples: Sedco (Saudi Sudanesse Bank), Al Khaleejia for Export, Promotion and Marketing Co., dirigida por uno de los hermanos de Bin Mahfuz. Para citar un sólo ejemplo, el FBI acumuló sólidas pruebas sobre las donaciones efectuadas por Al Khaleejia for Export, Promotion and Marketing Co. a una serie de asociaciones caritativas ligadas a Bin Laden. Khalid Bin Mahfuz cuenta con un interminable tejido de compañías, muchas de ellas basadas en Londres, que aparecen en la estructura financiera de Bin Laden o como uno de los “soportes” económicos de Al-Qaida.
La asociación caritativa Muwafaq Foundation, dirigida por un industrial saudita multimillonario, Yassim Al-Qadi, figura en la lista de los 30 grupos o individuos sospechosos de “complicidad” con la red de Bin Laden. Muwafaq es una asociación saudita administrada por reconocidas familias del reino. Hoy, según los norteamericanos y los europeos, Muwafaq constituye una “pantalla de Al-Qaida” por medio de la cual transitan las “donaciones” efectuadas por influyentes empresarios sauditas. No es de extrañar que en el holding de Yassim Al-Qadi figuren dos miembros de la familia Bin Mahfuz, entre ellos su hijo Abdul Rahman, director de la ONG Blessed Relief, implicada en la tentativa de atentado contra el presidente egipcio Hosni Mubarak (Etiopía, 1995). Otro ejemplo ilumina con más vigor la trama secreta de los capitales fundamentalistas. El hermano de Khalid Bin Mahfuz, Mohammad Salim Bin Mahfuz, es el fundador de la International Developmen Foundation, IDF, cuya sede se encontraba en Oxford... domiciliada en la misma dirección que la International Islamic Relief Organisation, una de las bases de reclutamiento en Occidente de Bin Laden.
Los analistas afirman que hasta el 11 de septiembre se pensó que las actividades de los grupos fundamentalistas con inclinaciones violentas eran “como una suerte de accidente” dentro de los procesos políticos de las monarquías petroleras. John O’Neill, ex responsable de la lucha antiterrorista del FBI, renunció a su cargo el año pasado porque no se le permitió investigar “en condiciones normales” las actividades, las estructuras y los apoyos de Al-Qaida en Arabia Saudita. El FBI consiguió contundentes elementos de prueba sobre la implicación de los clérigos sauditas y de las ONG controladas por el reino saudita en la red de AlQaida. Las inversiones y los intereses petroleros limitaron el alcance de las investigaciones. Casi todos los actores de la crisis actual trabajaron juntos en algún momento. En la década de los ‘80, George W. Bush tenía una empresa donde su principal accionista era el representante en los Estados Unidos de Khalid Bin Mahfuz, el gran banquero saudita cuya hermana no es otra que la ya mencionada esposa de Bin Laden.