EL MUNDO › OPINION
Un falso reactivador
Por Claudio Uriarte
Una superstición muy difundida consiste en creer que las guerras reactivan las economías. Es un disparate. Si la guerra reactivara, el Imperio Británico habría emergido de la Segunda Guerra Mundial más potente que nunca; si el gasto militar fuera un estímulo económico, la Unión Soviética no sólo seguiría existiendo, sino que sería un éxito despampanante. Incluso cuando se cita el caso clásico, la salida de la Gran Depresión en Estados Unidos a comienzos de la Segunda Guerra, lo estrictamente militar no tuvo nada que ver con eso, sino el paquete de medidas de reactivación de la economía civil simultáneamente impulsado por Roosevelt, y atribuir a la guerra que Hitler lanzó en 1939 los éxitos de la política de pleno empleo que aplicó en 1933 tiene tanta lógica como ese otro mito que atribuye su ascenso en 1933 a una hiperinflación terminada en 1923. Las guerras no reactivan, son inversiones inmensamente autodestructivas y la industria de armamentos carece de la capacidad de impulsar una economía moderna, incluso cuando hay una presa posible en el horizonte –los yacimientos petroleros de Stalin para Hitler, o los de Saddam para Bush Jr.–, lo primero a pagar es sangre, sudor y lágrimas, con la promesa en un incierto futuro. Por eso, los cálculos de que Estados Unidos, con su presunta ofensiva contra Irak, está pensando en términos de “keynesianismo militar”, implican una contradicción en los términos; no hay tal cosa como keynesianismo militar; el keynesianismo es civil. Y el diagnóstico no mejora cuando se sugiere que Estados Unidos podría ocupar el país en forma permanente, aprovechándose de su riqueza petrolera. Una idea semejante sólo puede provenir de alguien que ignora por completo cómo funciona Estados Unidos, y cómo funciona Medio Oriente.
Por eso, la recesión que atraviesa Estados Unidos hace menos y no más probable una guerra que sería cara: si se cree al cálculo de Lawrence Lindsey, asesor económico de Bush, aumentará entre 100.000 y 200.000 millones un déficit del gobierno, que ya está en 157.000 millones de dólares y creciendo sin pausa hasta por lo menos 2005. Y sería un mal déficit, no uno bueno: una enorme transferencia de fondos a la industria militar –que no es precisamente labor-intensiva– y no plata fresca para reactivar la economía. Lo que sí está reactivando la retórica de guerra es la popularidad de los republicanos hacia las elecciones legislativas del 5 de noviembre, mientras Saddam Hussein nada en su elemento: una confrontación cada vez más bizantina sobre las inspecciones de armas.