Viernes, 2 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › HISTORIAS ANóNIMAS DE LA REVOLUCIóN
El gobierno cubano eligió la ciudad de Santiago como sede de los festejos, porque fue justamente su caída en manos de las fuerzas de Fidel Castro la que determinó el triunfo de la revolución. Sus habitantes cuentan historias de esos y estos días.
Por F. Y.
Desde Santiago de Cuba
Nadie en la capital santiaguera, la ciudad Héroe y Cuna de la Revolución, como la definieran los revolucionarios de 1959, está exento de alguna historia de los días previos o de la jornada del triunfo que se concretó con el ingreso de Fidel Castro a Santiago, la primera escala hasta La Habana.
José Quiala Hernández, delgado, negro y con 74 años sobre sus hombros se muestra orgulloso de ser el primero de los combatientes que entró a Santiago en la marcha triunfal sobre la ciudad. “Yo conduje el primer jeep que llegó. Me lo había encomendado mi comandante Juan Almeida Bosque, el más firme y correcto comandante que tuve”, dice este hombre que hoy coordina la finca Sabana Ingenio que reúne en el trabajo a ex combatientes y sus familias que con unas vacas producen leche para la ciudad.
“Habíamos sufrido hambre, calor, muertes y heridos pero la alegría de aquel día me permite decir que soy un hombre feliz de haber combatido al lado de los mejores. Usted pensará que es un honor menor haber conducido un jeep aquel día, pero imagínese, era el jeep de los revolucionarios y yo soy uno de ellos”, dijo mientras detrás suyo se levanta imponente la histórica Sierra Maestra.
Daysi es una bella mujer septuagenaria. Ha logrado, entre tantas carencias, disimular sus canas que resaltan sus ojos verdes. Ella como José Quiala también fue una de las primeras en ver llegar a la columna revolucionaria. A diferencia de Quiala ella no era combatiente pero recuerda el ingreso de aquel entonces muchacho negro y delgado que conducía el jeep. “Había estado días antes en la sierra porque tenía un hermano combatiendo. Llevamos junto con mi madre bajo nuestras polleras, bolsas con comida, galletas, un poco de pernil para los que peleaban por nosotros. Cuando por fin llegamos mi hermano nos dijo que regresáramos de inmediato porque la revolución estaba por triunfar. No le creí, pensé que buscaba protegernos. Pero cuando vi a ese negrito entrar con el jeep casi muero de la emoción”, sostiene mientras sus ojos verdes ahora están más claros por sus lágrimas.
Dalila tiene hoy 23 años, estudia ingeniería y como muchas de su edad se criaron bajo el denominado “período especial” que provocó penurias y carencias al pueblo cubano:
“Yo crecí en el período especial –señaló Dalila–, sé lo que es no tener nada, pero le digo que antes nací en la revolución, socialista y humanista. Esto es algo que llevo con orgullo porque sólo así pudimos soportar todo lo que vivimos en aquellos años. Si lo hicimos, entonces me animo a jurarle que, como dijo nuestro comandante Raúl, los próximos 50 años serán difíciles pero triunfaremos”.
En los barrios de Santiago de Cuba es posible ver durante la tarde del 31 de diciembre a los hombres de la casa cavar en las veredas una pequeña fosa de un metro y medio de largo por unos 40 centímetros de profundidad. Allí depositarán los carbones ardientes y sobre una madera larga un puerco girará por horas hasta que se convierta en la cena de fin de año.
Manuel es uno de los tantos que preparan esta cena tradicional y espera que su puerco se cocina con un vaso de ron a su lado. “Si usted quiere lo invitamos a cenar con nosotros, no será mucho ni muy elegante, pero le aseguro que esta sabroso. Anímese, sólo los que hemos sufrido, como en el período especial, sabemos el valor de la solidaridad”, indicó mientras le pedía a su esposa otro vasito de ron para brindar con este cronista por un 2009 mejor.
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