Jueves, 13 de agosto de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Rocco Carbone *
Honduras sufrió una interrupción del orden democrático y el Poder Judicial, vía una capilla de militares, desterró al presidente de iure. Su lugar fue ocupado por el presidente del Congreso –representante de la élite económica local–, que se adueñó de los órganos y los atributos del poder político al cabo de una acción imprevista con un margen de sorpresa cuyo objetivo inicial fue reducir la violencia intrínseca del acto. Violencia que fue aumentando exponencialmente en detrimento de un pueblo pacífico cuya sangre sigue siendo derramada.
Imperialismo: palabra que como sinónimo de “paz internacional” encuentra una connotación positiva en el De Monarchia, de Dante Alighieri. Matiz que pierde su módico halo si pensamos en la ideología del “speak softly and carry a Big Stick” que se abatió sobre Nuestra América desde el apoyo a la (segunda) independencia de Panamá en 1903 en contra del gobierno colombiano que había rechazado el “mandato de civilización” de Roosevelt de construir el Canal. El reposicionamiento conservador y el golpe a las condiciones de institucionalización democrática y popular en Honduras deben ser situados en este contexto.
El imperialismo contradice el principio de la autodeterminación nacional afirmado por la Revolución Francesa y afianzado por la soviética. Autodeterminación y soberanía latinoamericana hacia las cuales Obama hizo respetuosos ademanes (retóricos), que invierten su signo cuando se trata de Honduras, país hacia el cual la política exterior de EE.UU. muestra sus ribetes intervencionistas, soslayando la voluntad soberana de ese país. Esta aparente escisión no tiene nada de ambiguo: se inscribe en esa articulación del imperialismo que apela a la autonomía de la política exterior respecto de las estructuras internas del Estado.
El caso de Honduras responde menos a una ofensiva en contra del chavismo que a abrir un tajo en el entramado del ALBA, que no es un mero tratado comercial, sino una propuesta mayor de integración y colaboración política, social, económica. Y que conlleva una toma de distancia de Washington, del consenso neoliberal que las oligarquías dominantes con sus contraofensivas más o menos disimuladas quisieran –y no como mero deseo– mantener vigente en el subcontinente.
El golpe en Honduras puede ser leído como una suerte de laboratorio donde desarrollar estrategias y quizás un modelo a implementar sublimado posteriormente (de no mediar alternativas eficaces del lado de acá). Modelo cuyo objetivo inmediato es recuperar para la órbita del Big Stick a Honduras, país inmerso en un contexto ocupado por El Salvador del Frente Farabundo Martí y la Nicaragua del Frente Sandinista. Justo cuando Zelaya estaba planteando alternativas para su país y un nuevo proyecto de desarrollo.
Lo acusaron de “desviaciones institucionales”, cuando en realidad pretendía que se abriera una Asamblea Constituyente para articular un espacio de participación y decisión ciudadana. Espacio actualmente vacío y que, de ser llenado, habría constituido un instrumento real para rever los intereses de la oligarquía mediática y del empresariado hondureño (frequent flyers a EE.UU.), junto con sus privilegios, contratos, concesiones que se concretan en las formas de explotación de electricidad, energía térmica, telefonía, combustibles, monopolios del agronegocio, empresas multinacionales, Clarines locales.
Zelaya también es “culpable” de un acercamiento a Chávez vía un contrato petrolero. Y de crear programas antipobreza, emitiendo por ejemplo un decreto ejecutivo con el que aumentó el salario mínimo. Decisión que más de 100 empresas decidieron boicotear presentando recursos en la Corte Suprema. Desde el sector privado se lanzó una ofensiva frontal con despidos masivos y amenazas de otros 20 mil puestos comprometidos.
Cosas que dieron paso al golpe y cuyo fin es entorpecer, en el mejor de los casos, borrar en el peor, algunos ajustes económico-políticos –paralelos a otros de la región– tendientes a contener una polarización económico-social que en América latina supo –en los indignos ’90– y sigue sabiendo, aunque ahora con más matices, ser feroz.
Si en Honduras, vía un golpe, EE.UU. implementa un modelo imperialista, éste tiene ya un fenómeno correlativo posibilitado por Uribe, Alvaro. Por un lado, la inflexión de la vieja tradición golpista en trenza con la oligarquía mediática, el empresariado local, las grandes fortunas familiares, los medios de comunicación, la iglesia. Por el otro, un fenómeno imperialista básico: el aumento del poder de fuego bajo la forma estratégica de más bases yanquis en Nuestra América mestiza, con el sempiterno estribillo de guerrilla y narcotráfico. Se trata de la amenaza de una actuación violenta como forma de presión: una modalidad más del Big Stick.
* Ensayista; profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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