EL MUNDO › ALEGRíA EN LA PLAZA DE LA BASTILLA

Victoria de la juventud

 Por Eduardo Febbro

“Díganme que no estoy soñando, que puedo hacer saltar el corcho.” El muchacho, parado en una de las avenidas que conducen a la Plaza de la Bastilla, tenía una botella de champagne en la mano. Se restregaba los ojos y gritaba: “No lo puedo creer, llegó el cambio”. De pronto salieron de todas partes. La fiesta de la victoria de François Hollande fue la victoria de la juventud (foto). “Soy el presidente de la juventud de Francia”, dijo Hollande en cuanto llegó a la Plaza de la Bastilla, donde la izquierda festejó el fin de la aventura sarkozysta. “Mundo joven, mundo nuevo”, decía una señora que protegía a su hijo de 17 años de los empujones de la multitud. No fue una fiesta sino un fiestón, a través de todo París. La ciudad nació en plena noche. Abrazos y brindis en una inmensa algarabía de paradojas: París de fiesta en plena crisis. “Nos desunió el miedo, nos unió de golpe la esperanza”, decía Joel, un joven de 22 años que votó por primera vez y que, hasta ayer, sólo había conocido “la histeria y la gula de un presidente que le inyectó al país sus esquizofrenias, sus complejos y su locura”. “Esto es la libertad, esto es vivir, ganamos, ganamos, Hollande presidente”, gritaba Etienne, 26 años, en pleno delirio a través del Boulevard Henry IV.

Pierre Dupont también protegía de los empujones a sus tres hijos, dos muchachos grandes de 19 y 23 años y otro de 11. “Aquí, en este lugar, hace 30 años festejé la victoria de Mitterrand, en mayo de 1981. Ahora regreso con los hijos que tuve en estos años. Traje al más chico para que respire la historia, para que vea de lo que somos capaces y de todo lo que cambiará a partir de ahora.” Más lejos, en medio de una batahola de banderas y retratos, seis jóvenes estudiantes de la carrera de Historia bailaban en círculo. Sonia, la más aguerrida, decía: “Ah, ah, ah, ah, se pensaban que éramos tontos, apolíticos, mezquinos y sin cultura. Pero no. Nosotros, los jóvenes, llevamos a Hollande al poder con nuestro voto, en contra de esa Francia envejecida, ricachona y miedosa que Sarkozy quiso vendernos”.

Hugo, un tipo de 34 años de origen español, canta con sus amigos La Internacional y La Marsellesa. “El Menem francés se fue al abismo”, grita Hugo en español para que lo escuchen. Cantan y bailan con botellas de espumantes en la mano. “Sarkozy nos insultó, nos pisoteó, nos agredió, nos violó”, dice Muhammad, un joven del grupo de Hugo, más exaltado que los demás. “Ha llegado la libertad y la justicia”, dice Armel. “Sarkozy, tu Francia no existe”, corea un poco más lejos otro grupo de muchachos. Están henchidos de alegría, de fuerza, de esperanza. “Me siento como si acabara de nacer, nueva, radiante, con futuro”, dice Juliette desde sus recién estrenados 26 años. “Hoy los cumplí. Francia me hizo el mejor regalo.” Julian, su novio, le da un beso en la mejilla y dice dirigiéndose a todos y a nadie: “Amigos, hermanos, camaradas y curiosos, festejemos juntos porque no estamos soñando. Francia está en paz”.

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