EL MUNDO
Ultimo llamado
–¿Por qué le decían Chicho a su padre?
–Siempre fue así, ni siquiera me acuerdo de dónde salió ese apodo. A veces le decíamos papá, pero fundamentalmente Chicho, y Tencha a mi mamá: y cuando se enojaban conmigo me decían Isabel (risas).
–¿Y cómo ve a su mamá en estos días?
–Tiene 88 años y está fantástica, muy lúcida, con algunos achaques. Yo la gozo mucho porque es entretenida, asertiva. Habla conmigo por teléfono cuatro veces al día y cuando viaje –aunque le gusta que lo haga– me echa terriblemente de menos. Me doy cuenta de que diez días se le hacen una eternidad. Vive sola en su departamento porque siempre ha sido muy independiente, tiene cero drama, no es autocompasiva, lo que es una virtud maravillosa. Sigue siendo muy lectora, jugamos scrabble y nos entretenemos mucho.
–¿Lamentó su padre no haber tenido un hijo hombre?
–Mis padres nunca tuvieron hijos varones, aunque estuvieron próximos a tenerlos y ese capítulo fue bastante triste. El año 53 mi madre tenía un embarazo casi de seis meses y perdió esta guagua que después se supo era hombre. Fue bien traumático. Después de eso hicieron un largo viaje por China, por Rudis, por Europa, que duró como cinco meses. Fue muy importante para ellos.
–¿Le gustaría ser abuela?
–Ni Marcia ni Gonzalo quieren tener hijos. Marcia es bióloga, está haciendo un magister en Londres por un año, le gusta mucho lo que hace, y siempre ha pensado que este mundo está muy poblado y que el día que quiera tener un hijo lo puede adoptar. Y este discurso lo tiene desde los 20 años, hoy tiene 31 y sigue con eso. ¡Y no hay manera que lo cambie! Gonzalo siempre ha dicho que él será el mejor tío del mundo pero que no tiene por qué tener hijos. ¡No quieren! Es una generación que me asombra. Ya estoy resignada. Viven conmigo desde hace años la hija de Tati, Maya, con su pareja y Fernando, mi sobrino nieto.