Dos símbolos se unieron en el cierre de campaña de Alan García. Frente al escenario levantado en el limeño Paseo de los Héroes está el Palacio de Justicia. Detrás del candidato se levanta el edificio gris del hotel Sheraton donde antes había una cárcel, en la que el padre de García estuvo varios años preso y donde conoció a un hijo recién nacido. Ollanta Humala cerró su campaña en la capital del imperio Inca, Cusco. Desde esa ciudad, ubicada a 3800 metros sobre el nivel del mar, el “comandante” Humala disparó contra García, a quien acusó de ser “el candidato de Fujimori, de Montesinos, de Toledo y de Estados Unidos”. Humala señaló que “en estas elecciones se juega el control político y económico del Perú. El Estado ha sido secuestrado por una minoría y nosotros vamos a cambiar eso”. Una vez más habló con entusiasmo de nacionalizar los recursos naturales y atacó con dureza a la clase política. Como orador, Humala se parece más al militar que fue que al político que ahora es. A pesar de su dureza cuartelaria para hablar, Humala entusiasmó a los cusqueños. En la primera vuelta, el candidato nacionalista ganó ampliamente en Cusco, con cerca del 60 por ciento de los votos. Desde Lima, García respondió los ataques de su rival, acusándolo de representar “una derecha militarista” y se presentó como “una alternativa democrática” frente a lo que llamó el autoritarismo de Humala. “Derrotemos a quienes pregonan el odio y la violencia entre los peruanos”, exclamó García. Siguiendo la línea de su discurso inicial, Alan García habló de “un cambio responsable para enfrentar la demagogia”.