Sábado, 30 de septiembre de 2006 | Hoy
Por O. G.
C. tiene todavía el terror en los ojos. Le cuesta mirar a la cara a su interlocutor, balbucea al hablar, es imposible saber en qué piensa mientras cuenta su historia. El miedo le impide decir su nombre. “No quiero problemas, no quiero que me devuelvan a mi país”, susurra en un francés con claro acento senegalés. Hace unos meses abandonó Senegal luego de que su familia lograra reunir los 900 dólares que le pedían los traficantes de inmigrantes para llevarlo hasta las islas Canarias. “Mi padre vendió sus animales, le pidió prestado dinero a su hermano, todos ayudaron como pudieron porque ellos saben que ahora yo les devolveré todo y que todo lo que me sobra aquí se los enviaré, así podrán comer, comer bien, como hace mucho que no comemos nosotros allá.” Luego de una travesía por mar repleta de riesgos, C. llegó a Canarias “con mucha sed y hambre, porque en el cayuco no había agua ni comida”. Una vez en territorio español lo detuvo la Guardia Civil y como no pudieron identificarlo porque ni siquiera llevaba sus documentos, no les quedó más remedio que dejarlo en libertad con una orden de expulsión sobre su cabeza que todavía tiene pendiente.
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