Lunes, 19 de enero de 2009 | Hoy
EL PAíS › DOS REFLEXIONES ENFRENTADAS EN TORNO DE UNA COLUMNA DE PINO SOLANAS
Por Hugo Barcia
Resulta evidente –y provoca tristeza– que Pino Solanas interprete cifras con el mismo método con que La Nación titula (y deforma) la realidad. Y conste que se trata de La Nación, el mismísimo matutino que don Bartolo dejara como guardaespaldas de su pretendido legado eterno, como dijera el gran Arturo Jauretche. En una columna de opinión publicada el 5 de enero en Página/12, Pino pone el dedo en la vieja llaga de la desnutrición infantil y asegura que ésta “entre 2000 y 2002 se cobró cerca de 100 mil víctimas –según el Indec– y que al final de la década habrá dejado otros 100 mil muertos si continúan las políticas neoliberales”. Más adelante, Solanas se pregunta “¿cómo es posible aceptar que magistrados, grandes intelectuales, profesores, filósofos y comunicadores, no denuncien el crimen del hambre y el saqueo de los recursos del país? Pienso en queridos y talentosos compañeros, como varios integrantes de Carta Abierta, que tantas veces hicieron oír sus voces defendiendo las causas de los derechos humanos y la democracia y hoy callan estos latrocinios”.
En clara sintonía, La Nación había titulado el 10 de diciembre de 2008 “Mueren 8 niños por día por desnutrición”. Pero, en el cuerpo de la nota, y ocultado perversamente en el título, se puede leer que “el número de muertes por desnutrición en niños menores de cinco años, no obstante mantenerse alto, ha bajado entre 2003 y 2008, ya que hace cinco años 12 niños morían por día víctimas del hambre”. Es decir, ahora mueren cuatro pibes menos por día.
Si yo fuera un desprevenido, podría decir que tanto Solanas como La Nación se equivocan: el matutino al titular y Pino al ponderar. Pero lo cierto es que no soy un desprevenido y paso a decir: lamentablemente, la desnutrición infantil en la Argentina no es un tema nuevo, con lo cual no habría materia periodística publicable, si consideramos que la materia periodística debe anunciar lo nuevo. Sin embargo, sí hay algo nuevo y bueno para publicar con este, insisto, doloroso tema de la desnutrición infantil: es lo que afirma el mismo matutino a lo largo de la nota (no en el título), la desnutrición infantil bajó en los últimos cinco años: de 12 niños que morían por día antes de 2003, en la actualidad mueren ocho. Que sigue siendo un número escalofriante, no cabe ninguna duda. Que aún resta mucho por hacer, tampoco, y que la sangre nos debe hervir para que no muera nunca más ningún pibe en esta patria llena de alimentos, debería ser y es el credo que rezamos cotidianamente. Pero, lo que no se debería hacer es cargarle la cuenta a este gobierno y al de Néstor Kirchner por la desnutrición infantil que, encima, estos dos gobiernos se encargaron de disminuir. No es ingenuo que La Nación publique lo que publica. Lo que es sorprendente es que Pino Solanas, un compañero y amigo de extraordinaria trayectoria militante en el campo nacional y popular, ostente hoy este grado de desorientación política y acuse a los dos gobiernos que, en cinco años, han logrado disminuir –nada menos que en un 33 por ciento– el flagelo de la desnutrición infantil.
Que La Nación edite y titule sus notas como las edita y titula no es ninguna novedad, no es noticia: son los viejos métodos de ocultamiento y deformación de la realidad que ha esgrimido la derecha argentina desde siempre. Así como Don Bartolo, por ejemplo, ocultó durante años el Plan de Operaciones de Mariano Moreno para no mostrarnos el gigantesco revolucionario que en verdad era, La Nación interpreta a su antojo los datos de la realidad y hace una utilización subjetiva de cifras y estadísticas. La cuestión es esmerilar al Gobierno, desgastarlo y, si es posible, alcanzar el “clima destituyente”, como bien señalaran los compañeros de Carta Abierta durante el heroico intento por redistribuir una parte de la riqueza que nos pertenece a todos los argentinos. Y conste que no me sumo al coro de grillos que se la pasó hablando del “conflicto del Gobierno con el campo” o del “enfrentamiento entre el Gobierno y el campo”, como si estas dos categorías fueran comparables, como si se pudiera comparar y asimilar a un gobierno elegido democráticamente por el voto popular con cuatro entidades sectoriales y, encima, representantes de lo más retrógrado de la sociedad argentina.
Pero, insisto, no me preocupa La Nación. Me preocupa y me duele Pino Solanas y otros queridos compañeros que hoy están del otro lado.
Humildemente creo que el error de estos compañeros pasa por no poder precisar con exactitud la hipótesis de conflicto correcta, para no caer en la tentación de aliarse con quien no se debe. A partir de esa elección primaria (y de manual, en política) se pueden establecer con corrección el sistema de alianzas a implementar, los objetivos políticos, el discurso y el sujeto social al cual habrá que referirse. Pero si se le pifia en lo primero –en la elección de la hipótesis de conflicto principal– todas las demás categorías serán un rosario de errores. Y, como lo demuestra el caso de la Resolución 125 para estos compañeros, se termina siendo aliado funcional del enemigo.
¿Cuántas veces la historia nos puede dar la oportunidad de enfrentar al adversario histórico –encarnado en la Sociedad Rural, amiga y cómplice de cuanta dictadura haya habido en la Argentina– como nos la dio con el debate de la 125? Sin embargo, Pino y otros amigos más se sacaron, en ese entonces, una foto horrible: no sólo votaron en contra en Diputados, sino que indujeron a un senador de Tierra del Fuego para que votara en contra. Si se hubieran abstenido, al menos, uno les podría aceptar algunas posturas. Pero el error es imperdonable: votaron funcionalmente para la Sociedad Rural y me hacen acordar a aquellos otros muchachos que, en los años ’40, quedaron del lado de Spruille Braden en la Unión Democrática.
Proyecto Sur, de Pino Solanas, publicó una solicitada, en tiempos de la Resolución 125, denunciando la no devolución de un porcentaje de las alícuotas al fisco por parte de las multinacionales del cereal. Aducían corrupción.
Los que hacen únicamente eje en la denuncia, equivocan al enemigo principal, equivocan su política de alianzas (aún las fácticas o funcionales), equivocan su discurso y equivocan al sujeto social al cual deben referirse. Cuando estos compañeros hacen eje en el tema de la corrupción, como en aquella solicitada, cometen un pecado grave, sobre todo teniendo en cuenta el difícil momento histórico que vivía el país. En primer lugar, colaboran con la confusión general cuando opinan igual que la Sociedad Rural. Porque una cosa es que Biolcati esté en contra de las retenciones móviles y otra cosa –para la opinión pública– es que Pino o Lozano, con orígenes políticos tan diferentes a Biolcati, se opongan a esa política. Además, cuando disparan ese discurso, estos compañeros no le hablan a los muchachos que habitan, por ejemplo, el segundo y tercer cordón del conurbano. No. Parecen voceros del medio pelo. Ese medio pelo que siempre espera que amigos como Pino Solanas o Claudio Lozano denuncien a este gobierno, pensando socarronamente “no hay peor astilla que la del mismo palo”.
Pino: vos que enronqueciste tu voz contra aquel progresismo genuflexo que empezó hablando, a principios de los ’90, de llenar de contenidos a la política y que terminó devolviendo a Cavallo al Ministerio de Economía, no podés confundirte tanto ni podés despotricar contra los compañeros de Carta Abierta. Pero, fundamentalmente, lo que no podés hacer es tener el mismo idioma de los medios de difusión propagandísticos que quieren ver por el suelo a este gobierno, para después brindar con champán con la oligarquía terrateniente.
Por Julio Raffo
Bienvenido sea el debate que plantea el doctor Eduardo Vior –en su artículo “Los derechos humanos son indivisibles”, publicado en Página/12 el pasado 9 de enero– porque implica analizar la cuestión de la responsabilidad de los intelectuales por lo que dicen, cuando escriben y –también– por lo que dicen cuando no escriben ni se expresan sobre algunos asuntos.
Ese texto es una encendida respuesta al artículo de Pino Solanas titulado “Oro, hambre, saqueos y complicidades” –también publicado en este diario, el 5 de enero– aunque en lo central del tema el crítico está de acuerdo con el criticado en cuanto éste dijo “es condenable el silencio de aquellos que saben y callan” frente al tema del hambre y la mortalidad infantil y, por coincidir en ello, es que Vior se considera calumniado al sentirse injustamente comprendido en aquella alusión puesto que él –sí– se ha ocupado del tema. Dice bien ese distinguido doctor al afirmar que Pino “acusa a las grandes corporaciones de estar afectando la alimentación de nuestra población, critica la supuesta complicidad de los gobernantes y cuestiona ‘el silencio cómplice’ de muchos”, dice bien, pero razonó mal.
A poco que se examine el texto que lo irritó se advierte que Pino condenó “el silencio cómplice de muchos” de los integrantes de Carta Abierta y parecería que es fácil el advertir que lo que se predica de “muchos” no se predica de todos; así es que, al sentirse aludido, el crítico se puso un sayo que, según entiendo, a él no le correspondía.
Hasta aquí el error en el punto de partida, pero hay también un error en la defensa esgrimida incurriéndose, esta vez, en la falacia ad hominem. Pino estaría equivocado en la alusión que hizo porque habría tenido una errónea posición en asunto de la Resolución 125 pero, ¿qué tendría que ver la posición buena, regular, mala o pésima de Pino en aquel conflicto con el silencio cómplice de algunos intelectuales frente al hambre y la mortalidad infantil?
Sobre el tema cabe recordar –o quizás ilustrar– que aquella resolución no propiciaba la reforma agraria, ni la creación de la Junta Nacional de Granos, ni la expropiación del negocio de los exportadores, ni –tampoco– su rechazo implicaba un referéndum revocatorio del mandato presidencial, como ligeramente lo habían interpretado algunos intelectuales desorientados o serviciales acudiendo a la expresión del “clima destituyente”, cuya única expresión en los hechos perceptibles fue la destitución del ministro de Economía y del jefe de Gabinete. Lo que proponía la 125 era un esquema recaudatorio mediante el cual se recuperaría algo así como la mitad de lo que, a su amparo, se robaron las exportadoras del cereal, uno de cuyos más conocidos personajes viajó con la Presidenta a Venezuela para ser presentado como amigo y mago del negocio de la soja. Tampoco quedaba afuera del negocio el senador oficialista Roberto Urquía, dueño de Aceitera General Deheza; y Proyecto Sur –y por ende Pino– no acompañó la 125 porque el bloque oficial se negó a incluir en ella la investigación de aquella estafa.
La crítica de Pino respecto del “silencio” de algunos intelectuales puede comprenderse si se reflexiona respecto de la escasa o nula cantidad de líneas que Carta Abierta le ha dedicado a la escandalosa concesión del yacimiento de Cerro Dragón, a la proliferación del negocio del juego y sus ribetes de corrupción, al veto a la ley que prohibía la explotación minera en los glaciares, a las prometidas ventajas del tren bala, al abandono de nuestros ferrocarriles, a la ilegal prórroga de las licencias de televisión, al sentido de la opción ético-política que implica pagar deuda externa mientras el hambre y la mortalidad infantil nos azotan, a las legitimación política recientemente brindada al Sr. Rico, al meteórico enriquecimiento del Sr. Ulloa, al deterioro institucional que nos impide a los argentinos saber hoy quién es quien realmente nos gobierna, a la persistente negativa al reconocimiento de la CTA, a la manipulación de datos en el Indec, y, con el decir de ese silencio aparecen en el rostro de algunos de sus intelectuales los rasgos de la neutralidad de Pilatos.
Si en lugar de atacarnos con virulencia podemos ser capaces de dialogar serenamente sobre aquellas cuestiones, y algunas otras, podríamos ayudarnos recíprocamente a comprender la realidad por la cual transita nuestro país, y contribuir, en la medida de nuestras posibilidades recíprocas, con la solución de los problemas que, como la mortalidad infantil, el hambre, y el silencio cómplice de algunos intelectuales, laceran a nuestra sociedad.
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