Sábado, 24 de enero de 2009 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Sectores que aquí en Argentina trataron de obstaculizar los juicios por violaciones a los derechos humanos se mostraron sin embargo complacidos con la decisión de Barack Obama de prohibir la tortura y cerrar la cárcel de Guantánamo. Aplauden cuando Obama anuncia que abrirá la mano con sus adversarios y se rasgan las vestiduras porque la presidenta Cristina Fernández se reunió con Fidel y se convirtió de hecho en transmisora de un mensaje de distensión entre Cuba y Washington. Primero dijeron que el viaje de la Presidenta se había postergado porque había caído en un tremendo pozo depresivo y luego que lo había postergado como gesto desafiante hacia Washington. Mientras encomiaban que Obama hablara de desideologizar las relaciones internacionales, se enfurecían porque la mandataria argentina visitaba Cuba y Venezuela. Y varios dirigentes opositores, quizá inducidos al error por los medios, cuestionaron que Cristina Fernández estuviera en Cuba “en vez” de asistir a la asunción de Obama.
Ningún presidente del planeta asistió a la ceremonia frente al Capitolio porque ninguno fue invitado; el viaje fue postergado por una lipotimia porque nadie que cae en un pozo depresivo se sobrepone en cinco días; y la visita coincidió por esa circunstancia con la asunción de Obama porque estaba prevista para una semana antes.
El discurso de los medios, plano y simplificador y cada vez más abiertamente ideologizado desde el 2003, quedó en falsa escuadra con el cambio abrupto que se produjo en los Estados Unidos. Aceptaron y aplaudieron las políticas conservadoras y guerreristas de las administraciones norteamericanas anteriores y por inercia siguieron aplaudiendo las ideas, contrapuestas, del nuevo presidente Barack Obama. Es como aplaudir el progresismo del papa Juan XXIII y seguir aplaudiendo al actual papa Benedicto XVI. Claro que en este caso, los católicos deben obediencia al Papa, lo cual no debería ocurrir con los presidentes norteamericanos.
Los que justificaron la tortura y los secuestros porque aquí había “una guerra” y se vieron respaldados con la justificación de la tortura y los secuestros cometidos por la administración Bush en su guerra contra el terrorismo, deberían ser críticos con la decisión de Obama, como lo son aquí con los juicios por violaciones a los derechos humanos. Pero lo aplauden porque es el nuevo presidente de los Estados Unidos. Ninguno se atrevió a decir esta boca es mía. Y lo mismo se podría afirmar sobre las políticas económicas anunciadas por Obama que no siguen la letra dura de las recetas neoliberales.
Cuando fue el juicio a empresarios venezolanos acusados por el valijero Antonini Wilson de ser agentes de Chávez, hubo políticos aquí que hablaron maravillas de la “independencia” de la Justicia en un país “serio” como Estados Unidos. En ese momento, el presidente Bush afrontaba tremenda crisis por la manipulación política de los fiscales, y los tribunales de Miami ya eran famosos por su caza de brujas, anticomunistas y “antipopulistas”. Esos mismos ahora dicen que la elección de Obama es una demostración de la vitalidad de la democracia norteamericana. Pero si se apoya a Obama, necesariamente habría que ser crítico de Bush. Una cosa o la otra. Las dos son contrapuestas a no ser que se piense que todo lo que venga de Estados Unidos, o del nuevo Papa, siempre es bueno.
Obama fue elegido porque criticó todo lo que ellos respaldaron y asumieron como verdades consagradas, como ejemplo civilizador y democrático y ahora resulta que todo eso pertenece a un período nefasto. Ese desfasaje quedó en evidencia con el viaje de la Presidenta argentina a Cuba. Estados Unidos hostigó y acosó a Cuba con un planteo de derechos humanos esencialmente hipócrita porque las mismas fuerzas norteamericanas estaban torturando en territorio cubano y secuestrando a personas en todo el mundo. En oposición a ese planteo, los gobiernos latinoamericanos acordaron una estrategia de integración de Cuba. El viaje de Cristina Fernández fue parte de esa política y del acuerdo de diferentes gobernantes latinoamericanos que anunciaron visitas a la isla como una acción concreta para romper ese aislamiento. Antes que la mandataria argentina, ya habían estado Lula, Rafael Correa y Martín Torrijos y durante el año harán lo mismo otros presidentes, entre ellos la chilena Michelle Bachelet y el mexicano Felipe Calderón, dos mimados por buena parte de los analistas políticos locales.
Frente a las propuestas de integración surgidas de los nuevos gobiernos latinoamericanos, que sintonizan más con las ideas de Obama, la gran mayoría de los medios argentinos se enroló en la estrategia de Bush y trató de forzar el caso de la doctora Hilda Molina para instalarlo como el eje de la visita. Hubo primeras planas y editoriales, análisis intrincados y verdades inciertas para instalar un tema que forzara al gobierno argentino a encuadrarse en esa estrategia. No hubo una sola línea que vinculara el viaje con esa especie de acuerdo integrador entre gobernantes latinoamericanos para normalizar una situación anómala, como era la de un país de la región que no tenía interlocutores locales y que sufre el asedio de la nación más poderosa del planeta.
En los últimos meses habían pasado dos o tres cosas que cambiaron el escenario sobre el que se había montado el discurso de Bush. En primer lugar, en el estado de Florida perdieron los residentes cubanos más recalcitrantes ante el voto de los jóvenes que optaron por Obama. Es una generación que se aleja de las posiciones trogloditas de la anterior y se propone una relación diferente con Cuba. En segundo lugar, Obama ganó las elecciones planteando el diálogo y la desideologización de las relaciones internacionales. Y en tercer lugar, en la última reunión del Grupo Río se concretó la incorporación de Cuba, aprobada incluso por gobiernos que son aliados de Washington como el de México y El Salvador. Los analistas locales subestimaron ese proceso porque el gobierno argentino era uno de sus principales protagonistas y se aferraron al viejo enfoque, empujando a la oposición a una catarata de declaraciones en el mismo tono desencajado de una nueva realidad que va más allá del gobierno argentino. Arrastrada por el envión del simplismo mediático, la oposición apareció así como analfabeta respecto de la nueva geopolítica. La lógica de polarización entre oposición y oficialismo y el peso decisivo de los medios genera así posicionamientos forzados de agrupaciones políticas que se contradicen con su tradición histórica. Después de todo Raúl Alfonsín visitó Cuba en 1986, con Guerra Fría y con Reagan en la Casa Blanca. Los grandes medios descuartizaron al mandatario radical por esa visita, que ahora se podría calificar como visionaria. Sin embargo, dirigentes de las diferentes variantes del radicalismo, incluyendo al cobismo, se sumaron a ese cuestionamiento del viaje de la Presidenta a Cuba para ejercer un oposicionismo condicionado por los medios que termina por cederle otro espacio de realismo progresista al Gobierno.
Fidel, que desde su retiro sigue los movimientos de la actualidad internacional con la obsesión de un entomólogo, se montó rápidamente sobre el flamante escenario. Escuchó el discurso de Obama y aprovechó la presencia de Cristina Fernández para hacer política con las herramientas de esa nueva realidad. Lanzó una sonda de prueba hacia Washington, rodeado por el renovado contexto regional de Cuba simbolizado por la Presidenta argentina y abrió la puerta para un cambio en las relaciones entre los dos países. Es difícil saber lo que hará Obama en el futuro pero todos sus planteos presuponen, por lo menos, un punto de partida mejor.
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