Martes, 26 de mayo de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Oporto *
El Bicentenario es, sin duda, un acontecimiento saliente. Frente a una fecha tan trascendente como los 200 años de la Revolución de Mayo de 1810, surgen distintas miradas para el análisis: algunas se centran en el propio acontecimiento que se recuerda, otras se orientan al futuro. Hoy tenemos el desafío de pensar el Bicentenario en nuestra provincia, y pensarlo, a su vez, en el ámbito de la escuela.
Tal vez resulte tentador recordar el Bicentenario desde la historia misma de un hecho, pero la forma en que se recuerdan los aniversarios es una postura política, y eso también forma parte de la historia. Recordarlo es una responsabilidad política, y no conviene caer en la tentación del acontecimiento, porque eso significaría repetir la historia del Cabildo, la escaramuza municipal en un rincón poco poblado y periférico del imperio español, que generó un proceso que llevó a la independencia.
El Bicentenario debe ser mirado desde una perspectiva más amplia. No recordamos sólo aquel acontecimiento del Cabildo, sino que recordamos los 200 años de la emancipación americana. Aquel hecho ocurrido dos siglos atrás, el 25 de Mayo de 1810, se debe ubicar en un contexto más amplio: es un acontecimiento en sí mismo, pero forma parte de un hecho más ambicioso, como la emancipación de América. El continente era una unidad; al menos contenía estructuras estatales (los virreinatos) con ese rasgo; entre 1809 y 1810 esas estructuras se independizan y tratan de rescatar la unidad.
Pero también puede pensarse el Bicentenario como la historia de un fracaso: el fracaso de la unidad. Es que la independencia se alcanzó a costa de la unidad porque, hacia 1850, aquello que se pensó logrado en la batalla de Ayacucho, se había perdido en las guerras civiles, y aquellos ejércitos que habían luchado juntos para independizarse del imperio, habían caído en la órbita de otros imperios y peleaban entre sí por las fronteras ficticias en las que se había dividido este continente.
Lo cierto es que el resultado final de esa historia –a mediados del siglo XIX– fue la creación de países, independientes entre sí, más relacionados con Europa que entre ellos, en los cuales lograron crecer y desarrollarse sectores que vincularon su economía al mercado global. Los fundadores de la nacionalidad americana pensaron en la igualdad social, en la independencia nacional y en la unidad del continente, pero la derrota política hizo que el continente se resquebrajara en dos docenas de países, que la independencia nacional quedara debilitada y se transformara en dependencia económica, y que la desigualdad social no se resolviera.
El modelo educativo dio sustento a la construcción de la nacionalidad, aunque desde la división y el aislamiento. La escuela construyó la chilenidad, la argentinidad, la peruanidad, pero no pensadas como un todo. En 1810 no existían los nombres de las nacionalidades. Se era americano.
Hoy, a 200 años, debemos volver a pensar en esa cuestión si realmente anhelamos que nuestro destino de unidad sudamericana sea el futuro. El sistema educativo fue exitoso a la hora de crear los ritos de los próceres y de la nacionalidad, con sus símbolos, sus fiestas patrias, sus monumentos. Ahora la escuela tiene que asumir el papel de construir la conciencia de ese futuro, porque no concretaremos la unidad sudamericana si no construimos el pensamiento y la cultura de la unidad.
Si la nacionalidad argentina se construyó a través del sistema educativo, si la idea de libertad tuvo en la educación un papel fundamental en nuestro país, creo que la educación no puede ser ajena al ideal latinoamericano. Si la educación no está presente, es probable que esa idea sea más débil y mucho más trabajosa.
El Bicentenario es un buen momento para pensar nuestra realidad, pero no hay que avanzar sólo con dogmas o certezas. No se trata de cambiar una visión histórica por otra, sino de abrir un debate en el que se pueda mirar la historia desde otros aspectos –geográfico, cultural– y donde la escuela tiene mucho que hacer. Necesitamos un profundo debate en libertad, con amplitud y sin prejuicios. No sería bueno un Bicentenario restaurador, que sólo mire el pasado. No sirven las nostalgias nacionalistas, sino las visiones de futuro. Los grandes acontecimientos de la historia argentina y de Latinoamérica se sintetizan en la lucha por ingresar a la modernidad, pero desde una visión propia. Vale la pena este debate, y ampliar en nuestros alumnos y en nuestra población las miras del conocimiento. El Bicentenario debe ser un espacio de debate, de apertura, de pluralismo y democrático, no de imposiciones.
* Director general de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.
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