EL PAíS › OPINION

Pentagonada

 Por Eduardo Aliverti

Muy cerca, en París, en los círculos politizados e inclusive en sectores populares, ya es costumbre hablar de “pentagonada”. Es el término que aparece casi invariablemente cada vez que Bush o sus cowboys hablan o anuncian acerca de Irak, los “imperios del Mal” o los controles y proyectos antiterroristas. Esa particularidad terminológica francesa expresa varias cosas respecto de una de las muy pocas cuestiones que suscitan, en Europa, el interés colectivo: psicosis por la probabilidad de atentados; molestia o hartazgo por el repotenciado papel de los Estados Unidos como gendarme universal, y polémica por el rol que los países del continente deben jugar frente a las exigencias de la Casa Blanca. En la capital francesa el miedo es una manifestación que se percibe en cada charla, en cada estación del subte cerrada de manera intempestiva para detectar explosivos, en cada presagio de que las fiestas navideñas podrían ser el momento elegido para un ataque a gran escala. París vive con miedo y el miedo convive a su vez con la aceptación de mala gana, o el rechazo directo que despierta una inmigración capaz ya de superar al 10 por ciento de la totalidad de la población francesa.
También en Italia el tema de los extranjeros ocupa la atención popular, a pesar de que la cifra de inmigrantes no supone mas que el 2 o 3 por ciento del total. No llega, claro, a equiparar la fiebre que levanta el fútbol. Ni tampoco las pasiones que genera Berlusconi a favor o en contra, en proporciones que, según cualquier consulta, dividen a la opinión pública italiana en dos mitades iguales. Por aquí anda también la grave crisis de la Fiat, que de ostentar a los Agnelli durante décadas como más importantes que cualquier primer ministro, se ha transformado en un gigante entumecido. Es otro signo de las realidades e incertidumbres que pasean por Europa y que no tienen mayor registro en ciertas pampas latinoamericanas. La Fiat está en decadencia por razones que en algún caso suenan familiares. El Estado con que operó negocios fantásticos procede a una retirada lenta pero firme, si es por continuar subsidiando sin más ni más los emprendimientos megacorporativos. Diversificó sus inversiones en ramas múltiples para aprovechar la locura especulativo-financiera. Se dedicó al intento de socializar sus pérdidas. Y también comienza a haber un límite para el desenfreno de la produccion automovilística, en un país donde llega a haber dos o tres autos por familia y en el que la gente muestra signos de cansancio por cambiar “la máquina” todos los años a cambio de farolitos nuevos.
Desde la Argentina explotada todo esto impresiona como una problemática de estupideces que más se quisieran sufrir ya mismo. Pero las cosas también deben verse en escala. La regla con que muchos europeos se están midiendo da cuenta, es cierto, de una suerte de “malestar del bienestar” resultante de que “todo está hecho y no hay más nada que hacer”. Sin embargo, en muchos otros casos –algunos dicen aquí que la mayoría silenciosa– se huele que debajo de la prosperidad y la ostentación va despertando una crisis enorme. Con decenas de millones de desocupados frente a los que la malla de protección estatal puede verse desbordada. Con emporios otrora inmaculados en profundas dificultades financieras. Y con legislaciones xenófobas que, por un lado, responden a ese desagrado popular ante la invasión inmigratoria, pero que, por otro, hacen pensar a las capas medias si acaso el futuro no les deparara trabajar en los empleos de baja calidad que hoy cubren árabes, turcos, africanos y latinoamericanos.
Sol de Noche, el film que el autor de estas líneas vino a presentar en esta gira en junto a sus dos directores y que trata de la historia de Olga y Luis Aredez y de la “noche del apagón”, en Ledesma, en uno de los hechos más escalofriantes de la dictadura argentina, resulta un suceso en cada presentación porque el público no solo descubre un episodio desconocido deaquel horror sino porque enseña, en definitiva, las consecuencias de un plan económico de aplicación universal que tuvo a América Latina como uno de sus epicentros. Consecuencias que, de a poco, los europeos comienzan a ver como algo más cercano que una lejana periferia.

* Desde Roma.

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