Lunes, 21 de diciembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
De toda la batería temática que sobresalió en los últimos días, quizá no haya nada que conmueva mayormente al grueso de la sociedad. ¿Esto es bueno o es malo?
La salvedad podría ser los ya crónicos aunque aumentados inconvenientes de tránsito que generan cortes y acampes. Pero en definitiva eso se remite a la geografía porteña. Y el horrible humor de usuarios de transporte y automovilistas particulares, que la radio y la tevé amplifican poco menos que en cadena, no alcanza para darle al punto una gran dimensión. O tal vez sí, pero en sentido contrario al que suele dársele bajo el expediente simplote del yo no sé dónde vamos a ir a parar: si todo lo que pasó en este país tras el huracán de los ’90 y el estallido de 2001, y la subsistencia del núcleo duro de pobreza e indigencia, es que hay cortes de calles y campamentos públicos de quienes piden reingresar al sistema... deberíamos darnos por conformes o, mínimamente, ser mucho más contemplativos. Como se lo fue durante el conflicto con los campestres, después de todo, cuando los cortes de rutas eran saludados cual muestra digna e indignada de productores que ya no daban más. O hace justo ocho años, cuando los ahorristas reventaban los frentes de los bancos y la tele los presentaba como la furia que debía entenderse. Pero ya se sabe cómo es esto. Negro que hace quilombo es un vago que no quiere trabajar, y blanco iracundo es un ciudadano al que le violaron sus derechos.
Lo destacado pasó por unas cuatro cuestiones que fueron neutralizándose entre sí en su repercusión mediática. Y cuando eso ocurre, más allá de que es lo correspondiente al vértigo enloquecido de la circulación informativa, significa que no hay mayor interés popular. Hubo el acto de Hugo Moyano en Vélez. La denuncia sobre un complot de policías tras la serie de asesinatos de las últimas semanas. La dura respuesta del Gobierno después de que un enviado de Obama hablara de la inseguridad jurídica argentina, y de lo mejor que estaba el país bajo los designios de la rata. Y la irritación prolongada por el nombramiento de un tiranosaurio al frente de la cartera educativa porteña. Lo primero mostró una impresionante capacidad de movilización por parte del camionero que, a pesar de triplicar la convocatoria gauchócrata del Rosedal midió, en los medios, en forma inversa. A cambio de ello, se prefirió resaltar que el hecho reveló lo profundo de la alianza entre la CGT y los Kirchner, abandonándose, por parte de éstos, toda pretensión mayor de construir por centroizquierda. Lo segundo corroboraría lo que todo el mundo conoce sin que sirva para ponerles alguna sensatez a los reclamos de más seguridad. Lo tercero exhibe que en Washington cambiaron los nombres, pero no las pretensiones. Y lo cuarto pone a la vista algo parecido, sólo que desde el ámbito más pedestre de la pobrísima derecha macrista.
Los cuatro episodios tienen dos hilos conductores. Uno es ése de que no sacuden el registro social mayoritario, sin que esto implique restarles relevancia. Que la potencia movilizadora de Moyano se haya expuesto tan cierta como el apoyo gubernamental recibido es, a no dudarlo, un dato político superlativo. Porque, efectivamente, espeja cuál es una de las apuestas centrales de los K para llegar con chances a 2011: articular con quienes estarían en condiciones de ofrecer alguna garantía de paz gremial, aun a costa de acentuar antipatías en la clase media y enemistad de un órgano como la CTA, a priori afín a los grandes trazos oficiales. ¿Realmente le sirve esto al Gobierno? ¿O tiene la misma pinta del abrazo del oso que lo condujo a la derrota del 28 de junio, cuando el presunto poder del aparato del PJ bonaerense no pudo impedir la caída frente a la nodular consigna de Alica-Alicate? Tampoco es menor que la autonomía de la mafia policial proceda a perpetrar asesinatos por su cuenta, con fines desestabilizadores, por muy natural que eso parezca. No es material de descarte la apretada de un emisario de la Casa Blanca, al confirmar que no es ahí donde están los amigos si se busca una política exterior independiente. Y lo de Posse, en tanto enseñanza de que Mauricio nunca dejará de ser Macri, más bien que también tiene lo suyo (pero no sólo por la reacción provocada, que suscitó estimulantes reflejos democráticos en la, digamos, comunidad progre, sino porque es estimable que una gran o buena porción de la sociedad –no únicamente de los porteños– piensa igual que el alter ego del intendente: basta de juzgar a los milicos, cuidado con los que usan arito, el rock es para estúpidos y los Kirchner son el libertinaje comunista). Cuando todo esto entra por un tubo, del otro lado sale el arrebato de la simpleza tilinga: patotas sindicales apañadas por el matrimonio, la policía será lo que será pero hay que hacer algo, por algo dijo lo que dijo el que mandó Obama y cómo puede ser que a Posse lo puteen si todavía no hizo nada. Eso como mucho, siempre hablando de una fracción de la sociedad que contrasta con la que tiene inquietudes un poco, bastante o mucho más elevadas, capaces de advertir que la vida es un tanto más compleja. Pero, para unos y otros, nada que suponga grandes novedades.
En cambio, ¿cuál es el segundo hilo conductor? Que no hay, y hace rato, en ese escenario de juicios y prejuicios, la presencia de la economía. El “campo” está feliz con los rindes de la soja y cabe el desafío de que alguien encuentre reclamos por las retenciones. El consumo se reactivó, con el aporte de las asignaciones por hijo y las expectativas por los 350 pesos a los jubilados y, en todo caso, alertas como el aumento de precios tienen de base una mayor demanda por la suba del poder adquisitivo. El dólar está quieto; entran los bonistas que se habían quedado afuera del canje; ninguno de los gurúes del establishment pronostica grandes tormentas; el uso de reservas para pagar deuda no alteró nervios. Etcétera. Luego, resulta que, al estar en calma ese macro, el debate se circunscribe a Moyano, enviados especiales, Posse, comisiones de Diputados, Multicanal-Cablevisión, interna de los Aeronavegantes, camping en la 9 de Julio, asociaciones ilícitas de obras sociales, Consejo de la Magistratura. La lista es más amplia, pero pasa toda por ahí, no por la marcha de la economía.
¿Es bueno o es malo? Las dos cosas. Porque expresa que, más o menos, el país salió o está saliendo bien parado de una crisis mundial apreciable. Siempre que se lo vea, claro, desde una óptica superestructural y no a partir de las lacras persistentes: trabajo informal no reducido, empleo precario, dramas y tensiones sociales. Pero, por otro lado, ese mismo paisaje de relativa calma representa que debe estarse atento a quiénes son más vivos. Si los que pueden aprovecharlo para fugar hacia delante en la mantención e incremento de lo que se hizo bien, o los que quieren volver para atrás recuperando lo bien que les fue cuando la mayoría estaba peor.
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