Lunes, 21 de diciembre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Liliana Mizrahi *
Hace 50 años me sucedió esto que quiero contar hoy. ¿Para qué? Cincuenta años después. Para que se sepa, para que otras chicas, como era yo entonces, se enteren, para que otras madres como mi mamá, se aviven. Porque sigue pasando hoy igual que ayer. Para, por fin, decirlo.
Yo tenía 17 años, estaba en el último año del secundario y cursaba el ingreso a la Facultad de Filosofía, carrera de Psicología, todas las noches en el Nacional de Buenos Aires.
No me acuerdo qué síntoma tenía, pero mi madre consideró necesario que viera a su propio ginecólogo, de suma confianza, de mucho prestigio, y un señor muy serio, muy bien, por eso, según ella, podía ir sola, no era necesario acompañarme. Me mandó y fui.
El señor ginecólogo se alegró mucho de verme “¿solita?”, y supuestamente se interesó en mí. Comenzó a preguntarme cosas que para mí no venían al caso, pero para él sí: si yo era virgen, si tenía novio, si él me tocaba y hasta dónde, y cosas por el estilo. Yo, en ese momento, no era la que soy hoy. Era obediente, muy sumisa y bloqueada. Creía en todos, menos en mí.
El señor doctor me pidió que me desnudara, yo le dije que era friolenta, que sólo la parte de abajo. El sonrió complaciente. Yo era una nena ingenua, cándida, tonta. Me acosté en la camilla ginecológica, él me ayudó, todo era muy paternal y a mí me parecía verdadero, a partir de ahí comenzaron las caricias para relajarme, muchos toqueteos y otros gestos ambiguos que me confundían bastante. Estaba paralizada de miedo. Pero lo mío no era sospechar, era confiar, no iba yo, tremenda tonta, a desconfiar de un profesor de máxima confianza y prestigio, para mi mamá y mis tías.
—¡Qué sequita estás!
Me refregó bastante con alguna crema antes de colocarme el espéculo. Y una vez con el espéculo de metal adentro, comenzó a refregarme el clítoris, así el espéculo me iba a doler menos porque me iba a relajar, eso decía el bastardo. Yo estaba cada vez más tensa y confusa. Desgraciado médico, pienso ahora. Me tocó todo lo que quiso, dándome explicaciones médicas, técnicas de por qué lo hacía. Yo, cada vez más incómoda y más sola. Me extrajo flujo de la vagina e hizo unos frotis o extendidos. Yo con el espéculo, mientras él cada tanto seguía refregando para que me relajara. Por fin, me sacó el maldito aparato, me revisó el ano, no sé para qué, y me mandó a vestir. Me pidió que ahora me sacara la parte de arriba. Me sentó frente a un microscopio para que yo viera mis propios extendidos vaginales coloreados, mientras él me tocaba las tetas y me explicaba acerca de los ciclos monofásicos, que no entendí porque me erizaba la forma en que me acariciaba. Tenía 16 años, cursaba Introducción a la Historia con el profesor Arocena y estábamos leyendo a Marc Bloch, que me encantaba.
Quería huir desesperadamente de ese consultorio, de ese médico, de esa sala llena de mujeres esperando. Cuando al fin vestida, el profesor, doctor Hijo de Puta-ginecólogo, me invitó a que volviera al día siguiente que él iba a estar solo y entonces podría estudiarme con más tiempo. Me pidió por favor que fuera, que la investigación sobre mis falsas enfermedades iba muy bien. Me dijo que al día siguiente me esperaría sin falta. Estaríamos solos y con tiempo. Yo sin palabras me fui. Dudé si tendría que volver o no. No me daba cuenta de qué se trataba. No fui. No tenía con quién consultar, pero no fui. Qué suerte. En la clase de historia no pude entender nada. Llegué a mi casa, se lo conté llorando a mi vieja, que me dijo que seguro todo era mi imaginación. Me retó y que ella siempre me decía que no inventara tanto, que al final mi imaginación me iba a hacer mal, como ahora. ¡Es siempre tu imaginación! Me dijo que no lo contara de ninguna manera porque era un médico excelente y con mucho nombre, y que me olvidara de una buena vez. No pasó nada. Yo siempre supe que sí, que algo había pasado. No sabía cómo se llamaba lo que había vivido, sabía que estaba sola con esto. Nunca lo pude olvidar. Olvidé la calle y el nombre de este bastardo, pero podría llegar hasta la puerta perfectamente. El edificio está a una cuadra de Callao.
Hoy escribo esto, con el corazón latiendo a mil. ¿Para qué decirlo ahora?
Cuando leí en Página/12 la nota de Mariana Carbajal, y también la de Susana Velázquez, pensé que decirlo es decir: esto mismo que le pasó a esta joven de 27 años, profesora del Comahue, me pasó a mí hace varias décadas y sigue pasando. Entonces, lo escribo para que las niñas, jóvenes y mujeres, sepan que esto existe y mucho más. Para que estén alertas, para que el miedo no las paralice como a mí, para que sepan que no son ellas las que están haciendo algo indebido sino los otros, para que no teman levantar la voz para denunciar, para que sepan que a veces las propias madres se equivocan y muchas veces no es bueno obedecer. Para que se sepa que la ginecología y la obstetricia son especialidades donde se cometen abusos, atrocidades y perversiones de todos los colores. En otras especialidades también, pero ginecología, en medicina, es el “retorno de lo reprimido”.
¡Mami, por fin lo dije! Que lo sepan todos, qué me importa. Mami, ¿desde el cielo me escuchás? ¡Por fin lo dije!
* Psicóloga y escritora.
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