Sábado, 23 de enero de 2010 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
Por J. M. Pasquini Durán
La “ley cósmica que nos dejaron los antepasados”, según el reelecto Evo Morales, presidente boliviano, ahora plurinacional, incluye tres mandamientos: “Ama Sua (no seas ladrón), Ama Qella (no seas mentiroso) y Ama Llulla (no seas ocioso)”. Deberían grabarse en piedra sobre las fachadas de numerosas sedes oficiales aquí y en América latina para restablecer el prestigio de la política, por ahora muy deteriorado en la consideración pública, a partir de la estricta aplicación de esas normas éticas. Mientras tanto, la escena política local sigue aburrida y con escasas ideas. Para verificarlo, sobra con gastar tiempo y paciencia en seguir los debates de comisiones en el Congreso, como las de Presupuesto y Finanzas el jueves en Diputados, y advertir, con algún escalofrío de hartazgo, cuántos legisladores están dispuestos a decir lo que venga a cuento, sin ninguna referencia doctrinaria o programática, a cambio de algunos minutos en pantallas de TV. Para evitar que le interrumpan la perorata en los canales privados con promociones publicitarias de detergentes o algún producto similar, basta con mantenerse en una sola línea: pegarle a la Casa Rosada con las dos manos, los dos pies y algún cabezazo. El anti-K vende bien en estos días.
La escasa ponderación de muchos legisladores no impide, al contrario, que el Congreso, la casa de los representantes del pueblo, sea un protagonista mediático de largas horas diarias, como lo fue muy poco en gobiernos anteriores de la etapa democrática iniciada en 1983. Nada de eso lo convierte en un hecho dramático. No será éste el primer Ejecutivo en gobernar con oposición bicameral y resistencias legislativas militantes, sino uno de tantos. El propio Néstor Kirchner hizo alarde de su experiencia de gestionar en minoría, pese a lo cual, hay que decirlo, el Ejecutivo está procediendo con instrumentos, como los famosos DNU, que parecen fabricados con dosis exageradas de improvisación, ya que después son zarandeados con cierta facilidad por políticos opositores y jueces que le hacen el aguante a la contra o, más simple todavía, exponen al aire los procedimientos apresurados. De seguir así, el asunto tendrá que aterrizar en la Corte Suprema, estación inexorable de la judicialización de los pleitos políticos, por impotencia de oficialistas y opositores para resolver los litigios en su ámbito natural. Es cierto, además, que este gobierno colecciona insubordinados pertinaces, pese a la fama de cuasi tiránicos. Algún ex ministro aseguró que los Kirchner no buscan colaboradores sino súbditos. Si es así, tienen más de un pobre imitador de Espartaco.
La atomización política que resultó de la crisis del 2001/02 se acentuó debido a la posterior ausencia de una alternativa creíble y legítima de gobierno para el electorado que, a la hora del cuarto oscuro, sin una guía predominante, repartió favores a diestra y siniestra. Ayer Macri, ahora Solanas, dale que va, todo es igual... A diferencia de la colcha de retazos, aquí faltó la mano de obra hábil para juntar los múltiples fragmentos y sólo alcanzó a amontonarlos bajo el membrete genérico de “la oposición”, una definición que no quiere decir nada, excepto el deseo común de sobresalir en la carrera hacia la renovación presidencial del próximo año, puesto que no distingue medianos de chicos, izquierdas o derechas o al menos los intereses federales y territoriales diversos. Es un conglomerado cuyo único pegamento consiste en rechazar todo lo que tenga olor a oficialismo.
Julio César Cleto Cobos sobresalía en ese conjunto desde que traicionó, con el voto negativo que desempató en el Senado contra una iniciativa del Ejecutivo, su compromiso previo de identificación con las políticas gubernamentales. Fue un héroe para la oposición mediática que pretendió convertirlo de vice en presidente paralelo o, lo que es peor, sustituto. Desde aquella madrugada en el Senado apareció entre los primeros en las encuestas sobre intención de voto, cuando nadie se apresta a votar, y de pronto el globo se infló hasta mostrarlo como eventual protagonista del hipotético ballottage de 2012... pero eran gases. El actual vicepresidente, la esperanza blanca del antiperonismo, camina sobre humo, no tiene ni siquiera el respaldo activo, decidido, de su partido de origen, la UCR. Más de un insospechable de oficialismo –Macri, Carrió, Solanas, entre otros– le han pedido la renuncia, lo mismo que a Redrado.
Bastó que la presidenta Cristina responsabilizara a Cobos por la postergación de su visita oficial a China, con los perjuicios que acarrea semejante decisión ante los ojos del mundo, para que comenzara a desinflarse y ya sus amigos dejan saber que su intención es retirarse en el primer trimestre del próximo año. Lo está abandonando hasta lo que nunca tuvo, el sentido común. Es que sin el despacho en el Senado, don Cleto desaparecería en la multitud de hombres grises.
Es una trayectoria que más de un congresal debería anotar para no repetir, en especial los antiperonistas acérrimos, es decir buena parte de los que hoy disfrutan del calor de las luces de la tele. ¿Seguirían teniendo esos espacios si en lugar de intentar humillar a la Presidenta con la deuda tomaran posición, por ejemplo, sobre el monopolio de telecomunicaciones? ¿Qué pasaría si además de consignas fáciles, y vacías, sobre el desarrollo, expusieran un verdadero plan de futuro con más riqueza y más equidad redistributiva, con bienestar y dignidad para las mayorías populares? Si lo hicieran serían, entonces sí, una amenaza para el destino de los Kirchner porque forjarían una real alternativa de poder. Nadie puede creer que “la oposición” como tal, ese conglomerado multiforme, pueda gobernar en conjunto y ni siquiera nominar a una fórmula común.
En los últimos días, como parte de la campaña “desprestigie al gobierno y gane cinco minutos de fama”, articulistas y personajes opositores han levantado polvareda sobre las eventuales virtudes de concordia cívica demostrada por chilenos y uruguayos en presunto contraste con la crispación confrontativa que aquí alimentaría el gobierno, nunca los opositores. Sólo les faltó decir: son peronistas, incorregibles. Esta gorilada, cuasi racista –¿sobreviviría el peronismo sin la negrada que lo vota?–, asoma la identidad cuando a la hora de los ejemplos elige dos países de blanquitos y elude a Bolivia, también fronterizo, recién votado, en calma pese a los fuertes conflictos de intereses con algunas regiones, con un ganador que obtuvo un porcentaje de votos más alto que sus pares de la derecha chilena y el frente amplio uruguayo. Pero es un indio.
Evo Morales asumió una doble presidencia, la que le otorga la mayoría de votos, más del sesenta por ciento, y la que le concedieron los pueblos originarios, la nación Plurinacional, a la que se dirigió en quechua, aymara y castellano. Para un país como Argentina, con influencias culturales dominantes de la inmigración europea, tal vez aparezca exótica, quizá ridícula, la ceremonia aborigen en Tiwanaku, pero expresa una visión cada vez más consolidada en el norte argentino, Paraguay, Bolivia, Ecuador y Perú, donde el ejemplo de Evo está alentando a la construcción de puentes entre las distintas etnias que se reconocen a sí mismas como una sola nación, sin los membretes poshispánicos. Es una masa, pobre en su mayoría, que tiene por lo menos una coincidencia con el proletariado de los libros: tiene poco y nada para perder, salvo las esperanzas.
Resaltar la experiencia de Evo no significa ignorar todas las especulaciones derivadas del cambio en Chile, no sólo por el desplazamiento de la Concertación democristiana y socialista sino por las derivaciones de un gobierno de derecha, con raíces incluso en nostálgicos del pinochetismo, tanto para el porvenir de la Unión Sudamericana como para las relaciones bilaterales. Más todavía: la Concertación fue una visión que aleteó en la imaginación de los Kirchner, de la que emergió un subproducto como Cobos, como una forma posible de gobernar por veinte años, tiempo estimado para la realización más completa del modelo nacional y popular de desarrollo. Al final, los tiempos se han acortado para todos, oficialistas y opositores, en relación inversa con el aumento de la impaciencia social. Harían falta respuestas cósmicas para empatar esas dos tendencias hasta acortar la brecha que hoy separa el micromundo de los forcejeos interpartidarios, por un lado, y por el otro las necesidades y expectativas sociales, desde los más pobres hacia arriba.
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