Martes, 2 de marzo de 2010 | Hoy
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Por Raúl Dellatorre
Argentina es un país real. Tiene una economía real. Un gobierno y una oposición reales, aunque cada uno piense del otro que no lo es. Pero la discusión entre oficialismo y oposición parece terminar indefectiblemente en un terreno virtual. Es lo que se registra desde la resolución 125 para acá. En esa virtualidad, ni siquiera hay espacio para ponerse de acuerdo, al menos, acerca de qué se está discutiendo. El Fondo del Bicentenario, o del Desendeudamiento, es apenas un ejemplo de ello.
Cristina Fernández intentó explicarlo así: si Argentina iba a entrar en default en 2010, según las especulaciones de ciertas aves de rapiña que revolotean por el mercado financiero, qué mejor que ofrecer garantías de pago. Disponer de una parte de las reservas inmovilizadas en un banco suizo, cobrando una tasa del 0,5 por ciento anual en dólares, pareció una solución lógica, sobre todo si con ello se evitaba tomar préstamos en el exterior, pagando intereses del 14 o 15 por ciento.
La oposición reaccionó enfadada, entendiendo que se estaba “pasando por arriba” del Congreso. Los más airados hablaron de “saqueo” de las reservas, presuponiendo un destino oscuro para los fondos que se distrajeran de su descanso en tierras helvéticas. Reclamaron protección a los jueces, y hasta un presidente del Banco Central cayó envuelto en la bandera de la defensa de la santa autonomía de aquella entidad. Cada uno, viendo a su propio espacio como el valor supremo.
El Fondo del Bicentenario, pensado para liberar 6569 millones de dólares, se trabó en el Congreso y en la Justicia. Ayer el Gobierno lo dio por muerto por vía de la derogación y sacó otra carta de la manga. Un nuevo Fondo, por 4382 millones, para pagar deuda a acreedores privados, con un mecanismo similar al anterior en cuanto al uso de las reservas y a su implementación mediante un DNU. Los otros 2187 millones corresponden a deuda con organismos multilaterales, para los cuales el Gobierno puede disponer de las reservas internacionales sin pedir permiso. Pero el nuevo Fondo, ¿por qué habría de pasar airoso por el Congreso, si el primero no pasó? La oposición volvió a darse por ofendida, se exhibió burlada, y amenaza con volver a la Justicia.
El Gobierno busca avanzar, porque cree en la justicia y necesidad de su propuesta de desendeudamiento. La oposición lo deslegitima. El debate es virtual, porque cada uno sólo entiende sus propias razones.
El poder está dividido, el Ejecutivo no logra convalidar lo que decide en el Congreso. La mayoría circunstancial en éste obstaculiza, sin sustituir ni someter a su voluntad al Ejecutivo. En este conflicto de poder (no de poderes) está el verdadero problema real.
El país real no está en riesgo de default, porque tiene recursos para hacer frente a sus vencimientos y una relación deuda/PBI cómodamente favorable.
El país virtual discute instrumentos de pago pero sin discutir, porque lo que uno propone el otro mecánicamente lo invalida.
El país real tiene una economía que ha logrado salir de una peligrosa etapa de la crisis internacional (2008/2009) sin pagar grandes costos y retoma los ritmos de producción previos a la crisis.
El país virtual teme una escalada inflacionaria por presiones salariales y el desabastecimiento de alimentos por extinción del stock ganadero y de las espigas de trigo.
Con un poder dividido, el Gobierno está expuesto a que las fantasías de un país virtual se transformen en conflictos del país real, si la oposición logra invalidar instrumentos, si los temores se expanden y la desconfianza atrapa a productores y consumidores.
¿Por qué perdió poder el Gobierno? ¿Estará pagando el costo de haber afectado con sus medidas al poder real, al de los dueños del capital en los grupos más concentrados? ¿O estará pagando el costo de no haberlos afectado suficientemente, como para torcer la relación de fuerzas a su favor?
En este país real con discusiones virtuales, el Gobierno hoy enfrenta dificultades hasta para hacer uso de los mismos recursos que genera. Habrá quien entienda que el Gobierno paga el costo de sus desprolijidades en los procedimientos y en las formas. Descartemos rápidamente esta última alternativa: en un país real, la verdadera disputa es la que dirime poder, no las formas. Más útil será seguir analizando por qué cedió espacio el Gobierno a manos de un poder real. Aunque, en apariencia, se enfrente a la oposición en una discusión virtual.
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