EL PAíS › EN LA CAUSA ESMA, UN TESTIGO CONTó QUE PRESENCIó EL ASESINATO DE RODOLFO WALSH EN 1977

“Veo que le tira a un cuerpo en la vereda”

Miguel Angel Lauletta, ex militante de Montoneros, declaró sobre su detención ilegal en el centro clandestino de la Armada. Reconstruyó el intento de secuestro de Walsh, que terminó con su asesinato, y dijo que el escritor no pudo defenderse.

 Por Alejandra Dandan

Miguel Angel Lauletta se sentó el viernes pasado en los Tribunales de Comodoro Py a declarar por primera vez de forma oral sobre su secuestro en la ESMA. Reconstruyó entre otras cosas parte del intento de secuestro que terminó con el asesinato de Rodolfo Walsh, y reveló que ese día estuvo presente. Poco después de empezar, dijo que para salvar a su mujer y su hijo dio los datos de una cita en la que cayeron cinco de sus compañeros. En ese momento, lloró. Cuatro de esos cinco compañeros, dijo, están desaparecidos.

“Yo siento que la tortura es nada más cuando te atan a una picana, pero para todos los que pasamos por el centro clandestino de detención todo el tiempo era una tortura. A mí me sacaban de ahí (del sótano de la ESMA), me ponían en un banquito al lado de la puerta, entraban. Se sentían los gritos y yo después volvía a entrar con el olor del cuerpo de una persona que es sometida a la tortura, pelos en la pared con sangre, eso también es tortura. La tortura no es solamente los golpes que uno recibe: tortura es esa sensación que teníamos los días que había traslados y decían los números. Pese a que yo era ateo militante, rezaba para que no dijeran el mío.”

Lauletta militaba en Montoneros y estaba a cargo, según contó, del Servicio de Documentación del área federal. Veinte días antes de su secuestro, la organización levantó la estructura por el rapto de un compañero. “Mi señora, mi hijo de tres meses y yo empezamos a circular por algunas casas operativas hasta que el 13 de octubre conseguimos un alojamiento más definitivo en la casa de una compañera que no militaba, pero nos ofreció refugio.” El 14 de octubre a la mañana, salieron al departamento de otro compañero para pasarse información sobre cómo iba a funcionar el servicio. “Una vez que llegué, le dije a mi compañero que hiciéramos un ‘control de teléfonos’ para ver si estaba todo bien, él se fue y me quedé leyendo en la casa. Era un departamento de un ambiente. Yo leía y siento que se abre la puerta: cuando levanté la vista tenía cuatro personas que me estaban apuntando con sus armas.”

Lo ataron por la espalda, lo tiraron a la cama, lo golpearon, le preguntaron quién era y qué hacía. “Yo recuerdo que dije que era de la Juventud Radical, que no tenía nada que ver con nada, pero rebotaba por los culatazos que me pegaban.” A esa altura, mientras daban con las bolsas con pasaportes y DNI en blanco, entró Francis Whamond, un oficial retirado de la Armada. “No le peguen más”, les ordenó, y lo identificó como Caín. Caín era su nombre de guerra, un personaje del Corto Maltés, de Hugo Prats: “Yo, para no ponerme Corto, decidí llamarme Caín, y la verdad es que eso me descolocó: no esperaba que tan pronto supieran quién era”.

Del departamento se llevaron su agenda, donde aparecía una cita a las 20.30 con su mujer para entrar en la nueva casa asignada. En la ESMA, después del sótano, el rótulo y las picanas, lo reunieron con un grupo de detenidos, le preguntaron si quería ver al Beto Ahumada, alguien que él daba por muerto. Poco después, habló de las citas. “En mi debilidad no encontré otra forma de ganar tiempo para que no encontraran a mi mujer que darle la cita donde secuestraron a cinco compañeros míos. De los cinco hay cuatro compañeros desaparecidos.” Nombró a María Laura Taca de Ahumada, que fue liberada, a María Elena Miretti, su esposo Adolfo Anselmo Eier; a Gustavo Delfor García Capani y una chica de nombre Anahí. En la ESMA, los sentaron frente a él. “Cuando me sacan la capucha, veo que eran mis compañeros, y Anahí me escupe en la cara: eso me dio mucha vergüenza como ahora ante ustedes, pero eso fue como un rescate.”

Un día le anunciaron que tenía una cita en la zona sur. Lo llevaron en un coche el Halcón (Néstor Omar Savio) y Gato (Alberto González Menotti), al que identificó en una ronda de personas en el juzgado de Sergio Torres. “Me quedo ahí –dijo–, veo que alguien se acerca vestido con traje, en el bolsillo lleva una contraseña de la orga.” Una chica iba a su encuentro. Halcón y el Gato se bajaron con una escopeta, uno gritó: ¡Alto, policía! Y la chica cayó en la calle. El chico corrió, Gato le tiró con un arma de puño, el coche lo siguió y el chico cayó una cuadra y media después. Los dos represores metieron al chico en el baúl, dijo Lauletta, y subieron una libreta ensangrentada que tiraron en el piso del coche. “Siento patear adentro del baúl hasta que en un momento no pateó mas: el día de las citas nacionales cayeron muchos compañeros en la ESMA”.

“El día de las citas nacionales” fue un momento de caídas masivas. Según Lauletta, los marinos habían encontrado el modo de convertir las citas en trampas. Si alguien estaba secuestrado y también lo estaba la persona que debía dar la alerta, el tercer enlace de la cadena iría a la cita convencido de que no había problemas. Ese día, dijo, cayeron Lisandro Raúl Cubas, Marta Bazán, Anita Dvatman. “Veo compañeros muertos en camillas y eso les permitió hacer muchas caídas.”

En diciembre del ’76 tomaron la decisión de falsificar documentos. Hasta ese momento, usaban los documentos del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), pero eran de mala calidad, dijo Lauletta, convencido de que además desde la ESMA buscaban independizarse. El primer laboratorio fotográfico se monta en una estructura de aglomerado frente de las piecitas de material del sótano, en una pieza que usaba el civil que iba a arreglar la picana. Ahí falsificaron pasaportes argentinos, DNI, pasaportes diplomáticos, uruguayos, registros de conducir, la credencial del SIN. También cédulas de automotor, títulos de propiedad de automotor, registros de conducir internacional y facturas de empresas francesas radicadas en Francia, dijo, para justificar los gastos de lo que fue el Centro Piloto en París. Como no tenían la impresora, algunas impresiones las hicieron en el Edificio Libertad.

“Ya estamos en marzo –dijo–, se produce la caída de parte de la logística: o sea que entre octubre y mitad de marzo habían caído cerca de 400 compañeros.” El 25 de marzo de 1977 le avisaron que había una cita a la que iba a ir Walsh. “No lo conocía –dijo–, no lo había visto antes.” A Lauletta lo subieron a una Renoleta que manejaba el “Gordo” Juan Carlos, lo sentaron adelante. Atrás iban otros compañeros, dijo. Con ellos, salieron otros coches, entre ellos un Peugeot, un Ford y un camión militar. La Renoleta agarró Avenida San Juan, que era de doble mano desde Entre Ríos. “Ibamos circulando y sentimos por la radio: ‘Emergencia, emergencia’; la Renoleta dio vuelta en U por Entre Ríos, retoma San Juan y cuando pasamos a la altura de Combate de los Pozos, en el medio de la calle estaba Yon”, por Enrique Yon, “Cobra”, fallecido. A una distancia de unos tres metros, “veo que tira con un arma de puño a un cuerpo que está tirado en la vereda de enfrente y gritaba ‘¡Pepa! ¡Pepa!’, que era como le decíamos nosotros a la granada”.

Al día siguiente, en la ESMA, Weber (Ernesto Frimón) se quejó por la actuación de uno de los guardias del Peugeot. “Weber venía por atrás, de espaldas a Walsh, dijo que él iba a agarrarlo, y según él, lo que cuenta, es que a menos de un metro siente que gritan los policías. Walsh se empieza a dar vuelta, ven que tiene un sobre de plástico en un portafolio, es como que quiere sacar algo y ahí es donde le tiran.”

Ese relato, que sitúa a alguien por primera vez como testigo del secuestro de Walsh, echa por tierra por si todavía hiciera falta la hipótesis del enfrentamiento. Lauletta explicó además que al día siguiente llegaron ficheros que estaban en la casa de Walsh, en las carpetas había escritos sobre el bombardeo a la Plaza de Mayo, recortes de una revista con detalles de los aviones que participaron. “El operativo duró una media hora”, dijo. “No veo que cargan el cuerpo, ni el cuerpo en la ESMA”, dijo sobre el cadáver del militante, escritor y periodista que efectivamente entró en el centro clandestino.

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“Tortura es esa sensación que teníamos los días que había traslados y decían los números”, dijo Lauletta.
Imagen: Sergio Goya
 
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