EL PAíS › OPINIóN

La conducción corporativa

 Por Eduardo Aliverti

¿Habría ocurrido el infernal despliegue mediático que siguió al bloqueo a la distribución de Clarín si hubiera una oposición cuya jefatura no fuera Clarín?

Es una pregunta que suena distractiva respecto de lo que tanto se consideró como el centro de la cuestión: un ataque, y feroz, contra la libertad de prensa. Pero sucede que ese eje también puede pasar por otro lado. Tomada la primera versión de la historia, hay un diario que un día no salió porque sus propietarios están en guerra contra el Gobierno; y a éste se le dio por joderles la vida impidiéndoles nada menos que una circulación dominical. Abordada otra visión, es atinado preguntarse a qué oligoide gubernamental, o conjunto de ellos, se le ocurriría ordenar una medida tan grosera y opuesta a cualquier recomendación de sentido común. ¿En qué cabeza entra la existencia de alguna otra capaz de pensar como fantástico que medio mundo periodístico y político se venga encima? Una respuesta factible –y escuchada, de hecho– es que, aunque en efecto sea difícil imaginar a imbécil semejante, se han generado condiciones institucionales para que cincuenta o cien personas se animen a meter una pata autoritaria terrible. Vaya problemón, en ese caso, porque entonces querría decir que la cosa pasó por cincuenta o cien personas y no por una persecución oficial a la “prensa libre”. Apliquemos lógica, no emociones. Es también bajo el arrebato como suelen cuestionarse las manifestaciones generadoras de inconvenientes callejeros, porque más que de la bronca comprensible parten de creer que hay una suerte de acción-inacción oficial destinada a estimular el caos de tránsito. Es un argumento análogo al anterior, que también requiere de someterse a contraposición por vía del ridículo: ¿se supone que hay autoridades –las actuales o las que fueren– dichosas con incitar al mal humor popular? ¿O debe entenderse que se mantiene firme la decisión de no reprimir porque es preferible a carecer de válvulas de escape social, en un país que viene de haber estallado? Después, ¿qué se conjetura como probable si se aplicara la represión planteada por las derechas dirigenciales y las de ciudadanía frívola, que al cabo, naturalmente, son lo mismo? ¿De qué estaríamos hablando si se obrase a la bala y el palo reclamados por la demagogia y la furia? ¿De la paz convivencial en la gran urbe?

Volvamos al episodio de ese domingo. Está bien: se le hizo el juego al enemigo. O mejor hablemos del contrario porque, si bien el convencionalismo de la frase previa es más rápido y eficaz, hay formas políticamente correctas que a veces es mejor respetar. Bloquear la salida de Clarín sirvió en bandeja a todas sus firmas, y alrededores políticos, la posibilidad de contragolpe. No hay nada que festejar. La portada en blanco del lunes no fue original, pero sí una muy buena idea. Y ni qué hablar de haberla implementado el 25 de marzo de 1976. Si la derecha tuviera cuadros se habría diligenciado un término medio, entre lo negativo de que no salga un diario y el advertir que de ahí a establecer al paisaje argentino como nazi, casi, hay una diferencia de tamaño bizarro. Pero la derecha no los tiene, a los cuadros, y pasó lo que pasó: un bombardeo de victimización como si estuviéramos en, digamos, la Uganda de Idi Amin. La manera en que el Grupo Clarín ataca a este Gobierno está, apenas, un escalón por debajo de lo que se ve, oye y lee en Venezuela, donde los medios privados directamente convocan al asesinato de Chávez. Pensemos en la CNN o la Fox llamando al magnicidio, a ver qué haría el Imperio. Debe disponerse de una cara de piedra imperturbable –modestísimo adjetivo– para decir que Argentina tiene en riesgo la libertad de expresión como si los sectores alarmados por eso que inventan, o compran, no dispusieran de infinitas opciones de soporte informativo para esquivar la persecución denunciada con increíble desparpajo. Solamente por Cristina: cornuda, bipolar, montonera, depresiva de luto, más pintada que una puerta, sus carteras y sus zapatos, el cajón sin el cuerpo del marido, el velorio a cargo de Fuerza Bruta. ¿Cuántos más calificativos y figuras monosémicas, explícitos e implícitos, que no se registren todos los santos días en opiniones, y títulos noticiosos, y sugerencias, y entrevistados, y tendenciosidad sistematizada? ¿Cuántos más? ¿En peligro la libertad expresiva? Con una mano en el corazón, ¿están jodiendo, no?

El firmante es reacio a írseles tan encima a los laburantes de Clarín que bloquearon la salida de la planta. Hubo en exceso ese señalamiento. Hubo demasiado de “esta gente... hay que comprenderlos, pero cómo no se avivaron”. Cómodamente sentado frente a la compu, y al micrófono, se puede largar así como así que, en vez del abuso de animárseles a los camiones de distribución, podrían haberse encadenado al Obelisco o a la Pirámide de la Plaza. U otros modos de llamar la atención. Pero los que ya se cansaron de años y años de que El Grupo los bastardee son ellos, no uno en la placidez de su análisis. Los que se hartaron de que echen delegados, de que los fallos de la Justicia no sirvan, de que en Clarín no pueda haber comisiones gremiales, de que no pueden cubrir ni la mitad de la heladera, son ellos. Y contémplese que ni siquiera se coteja autoridad moral, porque es republicanamente cierto que la incursión en un presunto delito penal no autoriza la ejecución de otro. Es decir: no hablemos de la complexión ética de quienes claman por la libertad periodística en el mientras de Papel Prensa; de las tramoyas de grandes bufetes para que se evadan análisis de ADN, hasta el punto de ingresar al Guinness de las gambetas jurídicas; de los vericuetos que sirven, con jueces enamoradizos, para trabar una ley de medios sancionada en democracia. No. No hablemos. Concedamos el beneficio de inventario de que el asunto es la yegua presidencial cebada y desorientada; y sus sub-40; y sus chicos de La Cámpora; y que está presa de los gordos de la CGT; y que no previó ni pudo evitar que no saliera Clarín un domingo. ¿Y?

La táctica y estrategia de la oposición encabezada por El Grupo, según acaba de confirmarse con el bombardeo mediático y el documento para “cuidar la democracia”, quedaron prácticamente reducidas a la demonización de Hugo Moyano. Su carácter de pistolero pianta-clase media y extorsionador –complicado para desmentir, acéptese– es el palenque al que ir a rascarse. Bien que sin rumbo claro, es acierto comunicacional. ¿Y? ¿Se va por Macri y su terapia de grupo en un shopping de Recoleta? ¿Se va por El Padrino? ¿Por la psiquiátrica-ambulatoria, por el que usa el apellido, por el traidor? Los sibaritas de Capital y aspirantes a sinónimos, que ya votaron a Erman González, a De la Rúa, a Solanas, al hijo de Franco, a Carrió, a Zamora, en blanco, ¿no deberían, alguna vez en la vida, introspeccionarse acerca de a dónde quieren ir, y con quién? ¿Van a votar, por puro resentimiento de clase, a un tipo que dice querer ser presidente cuando no puede arreglar un conflicto en el Colón, para que les cante Plácido Domingo?

Tal vez el maridaje comparativo suene agarrado de los pelos. No menos que hablar de una situación digna del liderazgo de Goebbels, porque un día no salió Clarín. Es una de las circunstancias que pueden acontecer, cuando la conducción política opositora la ejerce una corporación empresaria.

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