EL PAíS
“Lula terminará como De la Rúa”
Domingo Cavallo, que fue expulsado del poder junto al presidente, predice que si los mercados y el FMI no lo ayudan, Luiz Inácio Lula da Silva va a derrochar su capital político en una inútil estrategia de ajuste fiscal.
Por Julio Nudler
Según Domingo Cavallo, la historia vuelve a repetirse, o al menos podría. Luiz Inácio Lula da Silva puede terminar como Fernando de la Rúa (y, cabría agregar, como el propio Cavallo). El proceso parece calcado: un presidente que gasta su capital político en una estrategia de ajuste fiscal para seducir a los mercados y bajar las tasas de interés. Pero la medicina no surte el efecto buscado y la popularidad del nuevo gobierno se derrumba. El punto de partida guarda grandes semejanzas: Lula, como antes Chupete, hereda un país abrumado por la deuda, herencia de una era de neoliberalismo, vivida tanto en la Argentina de Menem como en el Brasil de Cardoso. Ahora Cavallo lanza su ominosa advertencia como si él no hubiese sido un actor determinante en esa fracasada experiencia, así en su auge como en su agonía. Pero este detalle no resta voltaje a las observaciones que acaba de confiar en Nueva York a Fábio Alves, corresponsal de O Estado de Sao Paulo. En ellas hace referencia a “una dinámica insostenible”. Y lo sabe por experiencia.
El mediterráneo afirma que Lula está haciendo cosas buenas, pero aun así, si los mercados y el Fondo Monetario no lo ayudan a bajar las tasas de interés y los spreads de la deuda (el denominado riesgo país), “enfrentará problemas tanto económicos como políticos... Si las tasas no caen, la popularidad de Lula sufrirá mucho”. Aludiendo a José Luis Machinea y Fernando de Santibañes, Cavallo recuerda que De la Rúa fue convencido por “economistas ortodoxos” de aplicar un fuerte ajuste fiscal, pero el mercado no redujo los spreads (sobretasas cargadas al crédito para el país). Lula, para desazón de la izquierda de su partido, también ha debutado con una política fiscal y monetaria muy dura.
Aunque, en el caso brasileño, Cavallo dice no ver una alianza política que el día de mañana intente forzar una salida anticipada de Lula (alusión a la presunta conspiración justicialista contra la Alianza), el metalúrgico “puede pagar el mismo costo político que pagó De la Rúa” si no retroceden las tasas, condición necesaria para restablecer la solvencia fiscal. En cierto modo, Lula la tiene más difícil –razona el cordobés– porque en su caso son mayores las expectativas del electorado de una mejora en la situación social, y también el rechazo de sus pares políticos a las medidas económicas ortodoxas.
Cavallo acusa al FMI y a otros organismos multilaterales de haberse “lavado las manos” a finales de 2001 respecto de la Argentina. Por lo visto, aún sueña con la restructuración de la deuda que no pudo completar y que, teóricamente, habría evitado el default. “Brasil no puede seguir pagando 9 por ciento de su PBI en intereses de la deuda –señala–, que es demasiado, incluso con un superávit primario superior al 4 por ciento. El FMI debería tomar una actitud preventiva y ayudar al país a reducir su deuda pública interna de manera amigable y ordenada.”
Mientras se conocían estas declaraciones, Ecolatina –la consultora que perteneciera a Roberto Lavagna– completaba un diagnóstico sombrío sobre la situación de la economía, estado que el líder del PT intenta corregir con una política sorprendentemente ortodoxa para “revertir los temores preelectorales de los mercados financieros”: el Banco Central subió un punto y medio (a 26,5 por ciento) la tasa de interés de referencia Selic, y fue elevada de 3,75 a 4,25 por ciento del PBI la meta de superávit fiscal primario (antes del pago de intereses).
Con una fuerte dependencia del ahorro externo (ingreso de capitales), y la consecuente necesidad de ganarse la confianza de los inversores extranjeros para financiar el crecimiento, al nuevo gobierno no le resultaba sencillo cumplir de entrada con su promesa electoral de políticas redistributivas y de expansión del gasto social. Tres fenómenos enmarcaban la asunción de Lula: altas tasas pagadas sobre una deuda desbocada, desaceleración de la actividad económica y escalada del dólar.
Por de pronto, el nuevo gobierno consiguió cierta revaluación del real y un repliegue significativo del riesgo país, que se alejó, según juzga Ecolatina, de la zona de potencial default (niveles superiores a 2000 puntos). Pero estos logros no pusieron fin hasta ahora a la desaceleración del Producto, iniciada en el año 2000, mientras la inflación anualizada escaló de nuevo a dos dígitos (se espera un 12,5 por ciento para este año), y en tanto sigue expandiéndose el endeudamiento del sector público, que ya desborda holgadamente la mitad del PBI. Tampoco se recupera la inversión extranjera directa, como es lógico en el actual contexto internacional que extrema la aversión al riesgo. Con insuficiente ingreso de fondos, la economía está condenada al ajuste para poder manejar su balance de pagos.
“Parecería que las actuales autoridades económicas de Brasil –consigna la consultora–, conscientes de la restricción externa que limita las posibilidades de crecimiento, basan gran parte de su estrategia en enviar señales positivas a los mercados, de manera de recuperar tan pronto como sea posible la confianza de los inversores, aun al costo de una mayor desaceleración del nivel de actividad en el corto plazo.” Así, el ministro de Finanzas, Antonio Palocci, anunció recortes de casi 4000 millones de dólares en el presupuesto y diseñó duros proyectos de reforma tributaria y previsional, además de elevar la meta de superávit primario.
La combinación de una política monetaria y fiscal restrictiva, con un panorama adverso de estancamiento y desconfianza en la economía mundial, induce a pronósticos muy humildes de crecimiento para Brasil: apenas 2 por ciento este año, y quizás un punto más el próximo, y ello gracias a las exportaciones y a la sustitución de importaciones, estimuladas por un tipo de cambio alto, que los brasileños pagan a través de la inflación. Se trata, al fin y al cabo, de circunstancias parecidas a las argentinas, lo cual aconseja no esperar que el socio mayor del Mercosur actúe como locomotora regional.
Ante este cuadro, Cavallo aprueba la línea ortodoxa adoptada por Lula, limitándose a dirigir una invocación a los mercados y al Fondo para que lo ayuden. Si aquéllos y éste fueran a responder de la misma forma en que respondieron en su momento a la Argentina, la suerte de Brasil estaría echada y la cesación de pagos sería inevitable. De todas formas, hay ciertas diferencias que Cavallo omite en sus declaraciones, y entre ellas el corsé de hierro que significaba para la Argentina la convertibilidad, un régimen en cuya sustentabilidad ya nadie creía, mientras que Brasil se maneja con un régimen flexible de flotación cambiaria, que permite navegar mejor en aguas turbulentas.