EL PAíS › REPORTAJE AL ASESOR PRESIDENCIAL BRASILEñO MARCO AURéLIO GARCIA

“Para Brasil la Argentina es un problema bueno”

El consejero de Dilma, y durante ocho años consejero de Lula, dijo a Página/12 que los problemas comerciales no merman la intensidad de la relación entre la Argentina y Brasil, dijo que hay ardides para separar a Lula de Dilma y planteó qué quiere hacer Brasilia para regular los medios audiovisuales.

 Por Martín Granovsky

Desde Porto Alegre

Historiador, experto en política internacional, militante y dirigente del Partido de los Trabajadores, Marco Aurélio Garcia fue uno de los funcionarios de Dilma Rousseff que participaron de los debates del Fórum Social Temático “Crisis capitalista, justicia social y ambiental” en Porto Alegre, que por otra parte es su ciudad natal.

–Según fue publicado por algunos medios, el ministro de Industria de Brasil, Fernando Pimentel, comentó las restricciones argentinas a algunas importaciones y dijo que las relaciones económicas con la Argentina eran “un problema”.

–Si vamos a encuadrar la realidad en clave de problema voy a decir algo: la Argentina es un problema bueno para Brasil. Porque en la vida de los Estados hay problemas que son buenos. Si hablamos sólo de comercio, la Argentina es un gran socio comercial de Brasil y Brasil es un gran socio comercial de la Argentina. Los dos ganan. Claro que hay problemas derivados de desequilibrios y que hay que saber cómo corregirlos. Pero también existen aspectos de difícil corrección. Hay que saber acostumbrarse a su existencia. No sé exactamente en qué circunstancias habló Pimentel, qué palabras utilizó y cuál fue el contexto exacto de lo que dijo. Pero lo conozco a él, sé lo que piensa y, sobre todo, es público lo que piensa la presidenta. Ninguna declaración significa, ni de parte del gobierno ni de Pimentel, un intento de desechar la importancia de nuestra asociación: es absolutamente fundamental para las dos economías y para el equilibrio de América del Sur. Imaginemos que por alguna razón hipotética no lleguemos a una unidad sudamericana. Eso puede pasar o no. Pero lo que es seguro es que sin unidad entre Brasil y la Argentina no la tendremos.

–¿Son importantes, como obstáculos, los mecanismos que traban de hecho algunas importaciones?

–Son elementos que pueden perturbar, pero nuestras relaciones no disminuyen en intensidad por ellos. Tenemos diferencias de tamaño, de complejidad de nuestras economías, que no son ni responsabilidad del gobierno actual de Brasil ni culpa del gobierno actual de la Argentina, y hablo en términos generales. No son responsabilidad de nuestros actuales ciclos de gobierno. La Argentina pasó por un larguísimo tiempo de desindustrialización derivada de políticas aplicadas, para decirlo de un modo sintético, desde 1955 hasta la crisis del Plan de Convertibilidad. Después comenzó el esfuerzo de resolver no sólo la crisis económica sino el de tratar de diseñar, también, un proyecto nacional de desarrollo. No son sólo dificultades para nosotros, sino problemas y desafíos para la Argentina. Y debo aclarar que por suerte la Argentina decidió reindustrializarse. Resolvió aprovechar la potencia industrial que se fue perdiendo bajo gobiernos de sesgo distinto, pero que en términos generales aplicaron fórmulas de liberalismo económico muchas veces combinadas con un superautoritarismo político.

–Más allá de las invocaciones a los libertadores y a la tradición de los pueblos, que son muy importantes, ¿en qué consistiría hoy la unidad de Sudamérica?

–Hoy día es básicamente un proyecto de integración que dé fuerza a las grandes potencialidades. Estamos hablando de grandes ofertas al mundo en materia de energía, de alimentos, de minería, de un gran mercado de trabajo, de biodiversidad, de más de un tercio de las reservas de agua del mundo, de gran diversidad climática y geográfica y de valores a primera vista inmateriales: la democracia, con gobiernos elegidos por el pueblo, y la paz. No tenemos situaciones de conflictividad importantes. Los problemas de frontera que puedan existir son pequeños y se resuelven por vía diplomática. América del Sur puede presentarse al mundo como una región privilegiada. Crece, distribuye ingreso, tiene, grosso modo, equilibro macroeconómico y es democrática. Eso no es poco, ¿no?

–¿Es cierto que el gobierno de Dilma es antagónico con los de Lula?

–Ese es el ardid ideológico de la oposición, que está muy mermada en Brasil. El gobierno de Dilma es un gobierno distinto, y debe serlo, como Lula Dos, que comenzó en 2007, fue distinto de Lula Uno, iniciado en 2003. En todos los casos hubo condiciones preexistentes. Dilma hoy puede ir más adelante que Lula. Y Lula mismo, Lula Dos, fue más adelante que Lula Uno. El ardid no es muy original. En la Argentina también se usa o se usó. ¿Cristina hizo un gobierno distinto al de Néstor Kirchner? Por supuesto. No existen los mimetismos personales. ¿Y el gobierno actual de Cristina no será, acaso, distinto de su primer gobierno? Naturalmente. Si hubo una inflexión positiva de Dilma en todos los casos se debió al trabajo de preparación preexistente. En economía y en política exterior, por ejemplo.

–¿Qué cambios hubo en política exterior?

–Pequeñas modificaciones, porque el contenido de la política exterior se mantuvo. Los pequeños cambios son consecuencia de las novedades de la situación mundial. Dilma tuvo que prestarle más atención a la situación económica internacional porque sufrió un deterioro que amenaza no sólo a Brasil sino también al orden global.

–Un estereotipo que puede leerse a veces en algunos medios brasileños es que el gobierno de Lula era corrupto y el de Dilma no. O que Brasil es un país corrupto.

–No creo que sea más corrupto que otros. El lector puede hacer la comparación leyendo la prensa inglesa, la francesa o la latinoamericana. Cuando hubo fueron situaciones muy especiales y siempre fueron tratadas en forma enérgica, tanto por Lula como por Dilma. También hay un ardid que consiste en tratar de separar a Dilma de Lula. Tengo una idea sobre eso: es un prejuicio de clase. Para muchos es insoportable que un metalúrgico haya sido el líder del cambio. No votaron a Dilma, pero ahora prefieren ponerle a ella el crédito de lo que anda bien desde el 1º de enero de 2003.

–¿Y por qué?

–Porque es universitaria y no tornera. El ardid es tonto, porque más bien que Dilma no establece diferencias. Y además el ardid olvida que en Energía y después en la Jefatura de la Casa Civil de la Presidencia, Dilma fue una pieza esencial del gobierno de Lula, a tal punto que Lula la propuso como sucesora.

–Ya que Brasil es el socio principal de la Argentina, ¿qué previsión tiene el gobierno para los años que vienen? El economista Luiz Gonzaga Belluzzo me dijo que en 2013 su previsión es de un crecimiento de un cinco o un cinco y medio por ciento.

–Todas las estimaciones que tenemos son de crecimiento hacia arriba, y no son una expresión de deseos sino una tendencia. De hecho, ya el último trimestre del año pasado demostró que la pequeña curva hacia abajo empezó a corregirse. Hay una cosa que nadie debe ocultar. El comercio exterior de Brasil es 12 o 13 por ciento del PBI. La dinámica de la economía está dada por el mercado interno. Entonces, un comercio exterior mejorado puede ayudar al avance no solo cuanti sino cualitativo de nuestro sistema industrial. Hoy la competitividad agrícola no deriva del viejo esquema primario-exportador sino del nivel de sofisticación tecnológica de nuestra agricultura por obra de la investigación. Ahora estamos tratando de trasladar la experiencia de la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria al sector industrial y crear una especie de símil para la industria. Debería servir para inversiones de otro tipo y supondría elevar los niveles de nacionalización. Apostamos a la inversión en innovación tecnológica. En Porto Alegre se está montando una fábrica de semiconductores, de chips. Cuando eso funcione el impacto positivo sobre la balanza brasileña será impresionante.

–¿Cómo cuadra en ese plan el acuerdo de Dilma y Cristina para crear un mecanismo de desarrollo productivo entre los dos países?

–Es vital. Demanda un esfuerzo muy organizado. Y no sólo en el plano retórico. También podemos avanzar en el sector naval, y hay acuerdos ya en aeronáutica y defensa. Hubo experimentos en el sector de muebles.

–Todas las sociedades de Sudamérica debaten la regulación de los medios audiovisuales. ¿Cómo está la discusión en Brasil?

–Las medidas en relación con los medios son de gran complejidad. Cada vez que se habla de un proyecto de regulación gran parte de los medios dice que es un intento de imponer censura. Lo reiteraron con Lula y con Dilma. Cualquier opinión sobre los medios, sobre todo de alguien del gobierno, es vista como un intento de controlar la opinión pública. En Brasil hay un gran interés por el tema. El proyecto que lanzará el gobierno analizará compatibilidades en la misma área. Quiero que tengamos la posibilidad de que la sociedad pueda opinar sobre ella. Pero de verdad. Es curioso, ¿no? Cuando aparece el tema aparece en algunos un sentimiento anti-Estado y algunos se creen representantes de la sociedad civil. Pero cuando el año pasado impulsamos la conferencia nacional de comunicaciones, que fue masiva, muchos medios importantes no quisieron participar. Lo que buscan, en realidad, es una reserva de mercado. Nosotros queremos un gran debate y, mientras, seguimos con la extensión de la banda ancha.

–¿En Brasil pronostican la aparición de nuevos medios?

–La ventaja de los medios llamados alternativos es que no sólo no están sometidos a la presión del gran capital sino que se están expandiendo mucho. No sabría decir si en algún momento no serán más importantes que los medios convencionales. Es difícil tratar de descubrir cómo serán los mecanismos de comunicación dentro de, pongamos, diez años. A lo mejor en dos o tres años habrán ocurrido cambios más espectaculares.

–De todos modos, los grandes medios no lograron determinar la política en Sudamérica. Al margen de la información, cuando tomaron posición ideológica lo hicieron contra gobiernos que se legitimaron con los votos.

–Es que terminó habiendo una separación entre la opinión pública y la opinión publicada. Por eso, en mi visión el problema de la prensa como cuestión de interés social no es un problema de qué posición adopta.

–¿Cuál es?

–Sobre todo cuando hay de por medio una concesión pública, como ocurre en el espacio audiovisual, hay que discutir qué función debe cumplir. Separemos. Por un lado existen las presiones de todo tipo y los imperativos éticos en el ejercicio del periodismo. Lo ideal es que los periodistas produzcan información verdadera y opiniones, a favor o en contra de determinadas posiciones. Ese es un terreno distinto del que estamos discutiendo. Pero en el caso de las televisiones, que son concesión pública, más allá de la función de información debe haber una función educativa. Si uno mira la televisión, sobre todo la televisión abierta, es difícil considerar que la mayoría de los programas pueda ser considerado como una contribución a la elevación cultural.

–Uno podría decir que la novela de TV Globo contribuye a la elevación cultural.

–Por supuesto. Y no lo discutiría. Pero no sé si pasa lo mismo con algunos reality shows. Y no estaría mal que a la vez hubiera buenos programas de información histórica. Brasil tiene gran diversidad cultural y expresiones culturales muy importantes. Eso no aparece o aparece de forma muy reducida. Planteamos aumentar el contenido regional de las televisiones y estimular producciones independientes. No es nada raro. Ocurre en Europa. Si tuviéramos una televisión como la europea habría un gran avance. Combinan mucha información (con reglas muy precisas sobre imparcialidad) y también documentales. Pienso en la BBC. O en programas del canal Encuentro de la Argentina. Y para qué vamos a hablar de las radios... Los noticieros en las radios están llenos de comentarios absolutamente ideológicos. Cada uno se presenta como politólogo o analista que quiere ventilar su propio discurso. Las principales redes tienen una preferencia brutal por ese tipo de comentarios.

–Entonces lo que preocupa al gobierno no es la posición ideológica de los medios.

–Retomando la pregunta inicial de este tema, los grandes medios no influyeron políticamente en forma decisiva pero no estimularon el debate y la confrontación. No oxigenaron las discusiones. Por eso vivimos una situación paradójica. Hay transformaciones económicas, sociales y políticas muy importantes que no se reflejan en el ámbito de la producción de ideas y artística. Es distinto de lo que ocurrió durante los gobiernos de Getúlio Vargas, de Juscelino Kubitschek, de Joao Goulart, con expresiones culturales que todos conocen, desde la bossa nova al teatro de los ’50 y los ’60, pasando por la propia creación y el diseño de Brasilia.

–En el Fórum Temático de Porto Alegre Dilma dijo que no podía esperarse del gobierno que albergará la cumbre ambiental Río+20 en junio lo mismo que puede esperarse de un movimiento social.

–Hay dos escenarios en Río+20 que sería bueno que pudieran converger. Uno es el de los Estados, sobre todo de los gobiernos de la región. El otro es el de los movimientos sociales. Será normal que existan algunas diferencias e incluso discrepancias entre posiciones de la sociedad civil y posiciones de los gobiernos. Digo esto dejando en claro que el término “sociedad civil” no describe un campo homogéneo sino un terreno heterogéneo con contradicciones importantes. El gobierno será sensible a esas demandas, pero siempre teniendo en cuenta las limitaciones que tiene un gobierno, sean legales o políticas.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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