EL PAíS › OPINION

La necesidad de una autocrítica

Por Jorge Rivas *

Los socialistas hemos sufrido una derrota muy dura en las elecciones del domingo. Las derrotas, por supuesto, nunca son buenas. Pero hay quienes sostienen, al menos, que ellas pueden transformarse en un estímulo eficaz para producir una buena lectura de la Historia. Para que así suceda en nuestro caso, es imprescindible que desechemos cualquier actitud indulgente con nosotros mismos.
Nos hemos equivocado sin atenuantes, y nuestros errores han contribuido a la relegitimación electoral del modelo económico y político al que pretendemos poner fin. Desperdiciamos de ese modo la oportunidad histórica que ofrecía la fragmentación del frente conservador que tuvo su eje en el justicialismo durante los últimos quince años. En efecto, no logramos articular una fuerza alternativa a las diversas variantes de la derecha, que a pesar de haber destrozado el país siguen siendo la única oferta disponible para la mayor parte de la población. Y sería absurdo que nos consoláramos con la suposición de que la sociedad no nos ha entendido. Fuimos nosotros los que no supimos proponerle a la sociedad algo que pudiera comprender.
Hemos carecido de la vocación, de la claridad y de la racionalidad política que eran necesarias para generar un debate franco en torno de qué país queremos. No lo hicimos ni siquiera cuando el derrumbe general de diciembre de 2001 nos colocó, como a todos nuestros conciudadanos, frente al abismo. En esos momentos dramáticos seguimos atados a nuestras pequeñas lógicas sectoriales, a nuestros reflejos corporativos, mirando hacia adentro de nuestros partidos. La reunificación del socialismo, sin duda un salto hacia adelante, resulta en ese sentido insuficiente.
Durante demasiado tiempo nos limitamos a responder, con la oposición y la denuncia a las iniciativas de quienes ejercían el poder. Omitimos, por el contrario, los pasos que podrían haber conducido a vertebrar un proyecto totalizador que integrara, con intención superadora, nuestras críticas al bloque dominante.
Deberíamos haber estado dispuestos a correr el riesgo de poner en crisis nuestra identidad partidaria, a hacernos cargo del anacronismo de muchas de nuestras prácticas. Deberíamos haber cuestionado, incluso, la identificación de los sujetos sociales que pueden encarnar nuestras posiciones políticas. Nos conformamos, en cambio, con la idea de que la sociedad nos considera gente honesta y de principios, sin reconocer que también nos percibe como un partido estático, sin audacia ni vocación de poder.
La fragmentación de la centroizquierda, espacio del que nos postulamos como la izquierda democrática, no es el primero de los problemas a resolver. Si esa fuera la conclusión, volveríamos a equivocarnos. En efecto, la solución no consiste en que nos juntemos para ver qué hacemos. La tarea que los socialistas tenemos por delante, y nos comprometemos a llevar a cabo, consiste en explicitar quiénes somos y qué proponemos, para después convocar a todos los sectores afines a discutir, entonces sí, un proyecto de país.
* Presidente del bloque socialista de la Cámara de Diputados.

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