Sábado, 26 de mayo de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Daniel Goldman *
Todo acto de celebración implica el noble ejercicio de la memoria.
Durante este día recordamos una gesta del siglo XIX. Del siglo anterior al anterior. Del siglo que desde sus comienzos marcó rupturas, transiciones y orígenes que nos remiten a vivencias colectivas esenciales generadas por varones y mujeres de antaño. Día de festejo emotivo, que nos liga con lo más hondo y lo más tierno, ya que el ser humano lleva en sí la historia que decide indagar.
El mensaje bíblico recorre el vocablo “memoria” en sus diversas formas no menos de 270 veces.
270 veces en el texto sagrado significa mucho. Ello implica una construcción ideológica intelectual y espiritual, con una carga presente. Toda memoria que no pretenda ser de uso nostálgico se construye desde el presente.
Y así ellos, hombres y mujeres de ese Mayo del inicio del siglo XIX, motivados por el vigor de sus propias memorias para remodelar con pasión sus destinos, me inspiran a vincularme con nuestra historia cercana. La de “nuestro” siglo anterior. De 202 años atrás a sólo 30 años atrás. El símbolo de los números redondos contiene una densidad inconmensurable y coloca en la superficie relatos que nos comprometen.
Es por ello que traigo el recuerdo vívido y dramático del conscripto Silvio Katz, miembro de mi congregación, quien en la víspera del 25 de mayo de 1982, sirviendo a la patria en la isla Soledad, allí en Malvinas, fue estaqueado desnudo en medio de las gélidas temperaturas por su superior, quien posteriormente lo obligaba a colocar sus manos en el agua helada hasta llegar a un punto donde no las sintiera.
De estas historias en latitudes australes, narraciones angustiantes, relatos tormentosos, conocemos de a centenas. Porque no eran excepciones. Y tampoco ignoramos que lamentablemente los responsables de esas violaciones de lesa humanidad, quienes aprendieron en los campos de tortura de la dictadura a aplicar los vejámenes, siguen caminando libremente por las calles de nuestras urbes.
La tradición judía me enseña que todo acto que quiera celebrarse en plenitud debe representar tanto el noble ejercicio de la memoria como el de la denuncia, sabiendo que la vida en la multidimensionalidad del presente requiere ejercitar la expresión de la conciencia.
Una historia puntual, personal, individual, de un 25 de mayo de 1982, simboliza gráficamente toda una dramática época. Epoca que los argentinos que con lucha por la democracia, la igualdad y la solidaridad manifestamos no querer volver a vivir.
La saga que no se cuenta no se conoce, y por lo tanto no madura.
Como religioso y activo perteneciente al Movimiento de Derechos Humanos, aprendí de mis amigos en esta senda y esencialmente de mi maestro, el rabino Marshall Meyer, que ninguna memoria es sustituto de la justicia. Y que si una sociedad no plantea sus responsabilidades, dificultosamente podrá comprometerse con sus problemas éticos cotidianos, presentes y futuros.
En la evocación a los padres de la Patria de 1810 y enlazándolos con estos jóvenes de la patria, a quienes la tragedia los hizo héroes en 1982, se nos exige el mandato venerable de revisión que contenga la responsabilidad de la justicia, para no esperar números redondos, de modo tal que la celebración de próximos 25 de Mayo puedan verse coronados con el grito sagrado de existencia con gloria.
* Rabino de la Comunidad Bet El.
Palabras pronunciadas en el Tedéum del 25 de Mayo en Bariloche.
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