EL PAíS › OPINION
El último exabrupto
Por Horacio Verbitsky
Néstor Kirchner desbarató la última conjura del general Ricardo Brinzoni, quien pretendía retener hasta mañana la jefatura de Estado Mayor, para leer un mensaje crítico en el rostro del nuevo presidente, durante la conmemoración del 193º aniversario de la creación del Ejército. El ministro de Defensa José Pampuro intentó convencer a Kirchner de que Brinzoni tenía derecho a pronunciar un mensaje de despedida. Además argumentó que antes de la asunción del general Roberto Fernando Bendini era necesaria una autorización del Congreso, ya que apenas tenía un año y medio de antigüedad en el grado. Kirchner desconoció ese presunto derecho al exabrupto del estribo (en las últimas dos décadas sólo Francisco Gassino y Martín Balza pronunciaron mensajes de despedida) y ordenó a Pampuro que preparara ya mismo el decreto de designación de Bendini.
También rechazó la pretensión de Brinzoni de que su principal colaborador el secretario político del Ejército, general Daniel Reimundes, fuera designado como asesor en el Estado Mayor Conjunto y de que el general Mario Luis Chretien ocupara la subjefatura del Estado Mayor del Ejército. Sólo aceptó, por iniciativa de Bendini, que no pasaran a retiro todos los compañeros de promoción del nuevo Jefe de Estado Mayor, la 99. En realidad, Bendini fue postergado por Brinzoni en el orden de méritos, en beneficio de otro nostálgico de los tiempos de Videla, Massera & Cia, Francisco José Goris.
Brinzoni y Reimundes se creían acreedores de reconocimiento por la subordinación militar al poder político en los últimos cuatro turbulentos años. Kirchner no comparte esa idea. Bajo la conducción de Brinzoni, y con Reimundes como principal operador, el Ejército no recayó en el viejo golpismo pero reocupó posiciones en la escena política, cosa que no ocurría desde la finalización de la dictadura militar. El lobby castrense sobre la Corte Suprema de Justicia en favor de las leyes de impunidad fue apenas la punta de un iceberg, debajo de la cual había encuentros permanentes con los jueces federales, con obispos, legisladores, periodistas, intelectuales, profesores universitarios y hombres de negocios, y una cuidadosa selección de los ascensos de modo de que nadie con ideas nacionalistas o populares pudiera llegar a la primera línea.
Bajo la mirada complaciente de dos ministros ultraliberales, como Ricardo López Murphy y Horacio Jaunarena, Brinzoni y Reimundes, como el saliente responsable del Estado Mayor Conjunto, Juan Carlos Mugnolo y el almirante Joaquín Stella recuperaron el gusto por la actuación política de las Fuerzas Armadas. Junto con los ex funcionarios menemistas Roberto Dromi y Eduardo Menem intentaron modificar la legislación vigente y permitir una vez más la actuación policial de las Fuerzas Armadas, desatino frustrado por la oposición decidida del ex ministro de justicia Juan José Alvarez, quien llegó a poner su renuncia sobre la mesa en las discusiones al respecto.
No es seguro que el flamante ministro de Defensa tenga las ideas tan claras. Brinzoni, Stella y Mugnolo lo habían persuadido de confirmarlos en sus cargos hasta fin de año, cosa de la que se jactaron como un hecho en recepciones diplomáticas y en conversaciones off the record con periodistas. Eso convenció a Kirchner de la conveniencia de un recambio inmediato y profundo. Volvió a contradecirlo ayer, cuando supo que Pampuro había aceptado que Brinzoni mascullara su resentimiento en el acto por el Día del Ejército. Si entendió que debe conducir a los uniformados y no convertirse en su vocero, éstas serán apenas un par de anécdotas de la prehistoria de un gobierno decidido a pisar fuerte y sobre los callos debidos.