ESPECTáCULOS › “ESPERANDO EL MILAGRO”, LO NUEVO DE LAS PELOTAS

Una leyenda con bajo perfil

El CD del grupo radicado en Nono, Córdoba, resume las características que lo acompañan desde siempre: ironía y cero complacencia.

 Por Fernando D´addario

Esa vieja necesidad de categorizar y clasificar ubicó a Las Pelotas en un incómodo lugar de indefinición, pero siempre en los suburbios del llamado rock barrial. Los parámetros para incluirlos en ese target son ciertamente difusos y no resistirían una rigurosa comprobación empírica, pero hay una mística, un “espíritu” que los encolumna vagamente junto a bandas como Los Piojos, La Renga, Divididos, etc. Esta clasificación arbitraria, en definitiva, describe con alguna lógica los intereses comunes del público rockero-barrial, pero simplifica peligrosamente la diversidad musical que expresan esos grupos arriba del escenario o en un estudio de grabación.
La flamante edición de Esperando el milagro, último CD de Las Pelotas, ilustra sobre esas pequeñas verdades relativas que pretenden venderse como certezas absolutas. La banda fundada hace ya catorce años con parte de las esquirlas de Sumo (Germán Daffunchio, Alejandro Sokol y, por entonces, Superman Troglio) parece refugiarse cada vez más en su micromundo (musical y existencial), a salvo de cualquier tentación movimientista. Hay una cuestión estilística que los despega de esa previsible identificación con lo chabón: no vienen del blues ni del hard rock, no coquetean furtivamente con la chacarera ni cruzan el Río de la Plata en busca de inspiración candombera. Sus letras tampoco transcriben el amplio –aunque previsible– ideario del rock barrial; no remiten ni al costumbrismo de Los Piojos ni al cripticismo telúrico de Divididos. Y, por encima de todas las cosas, lo suyo no es el barrio, como concepto de universo creativo. No reivindican “la birra” (aunque no son, precisamente, ascetas) ni alientan militancias futboleras. Por el contrario, Daffunchio es, según afirman sus allegados, un esforzado jugador de golf, que supo prescindir de sus pruritos anticholulos para ir a ver a Tiger Woods. En todo caso, Las Pelotas se manifiestan como sobrevivientes de una cultura nocturna, más cercana a los sótanos del centro que a las esquinas de Hurlingham.
Su lugar de encuentro musical es Nono, un paradisíaco paraje de Traslasierra, Córdoba, donde tienen armada su estructura logística. Pero su usina creativa parece estar lejos, geográfica y temporalmente. No hay en Esperando el milagro, ni en ninguno de sus anteriores trabajos, odas a la naturaleza ni planteos bucólicos. No se los ve muy “hippies”, en el sentido romántico del término. Más bien se desprende de sus canciones una sensación de rebeldía sofocada, de opresión canalizada anárquicamente, resabio, quizás, de unos años ‘80 hiperurbanos e irreversibles en su virulencia. Guitarras filosas, climas obsesivos, resultan la pesadilla ideal de aquella primavera ochentosa. El tema “Desaparecido”, acaso el mejor del CD, refleja con precisión esa idea de desasosiego y desconcierto que los arrastra: “¿Qué es esto?/¿Qué está pasando aquí?/La gente está refugiándose/no encuentra más lugar/para esconderse/Pudiste ser seleccionado/pudiste abrir la carta magna/ahora cerrás las ventanas/te tiembla la nuez/¿Viste? el río está en llamas/todas las calles están bloqueadas/y ahora que estás solo/ponete a correr”.
No es éste el mejor disco que hayan sacado. Tampoco el peor. El techo es demasiado alto, de todos modos, si se recuerda un trabajo notable como Corderos en la noche (1992, uno de los mejores álbumes de esa década) y el piso es respetable (podría ser Amor seco, de 1996, pero esto ya es más discutible). En el medio, Las Pelotas construyó un camino de credibilidad musical y personal. No se recuerda que haya tenido alguna vez un hit radial, del tipo “Qué ves” o “Fasolita”. Esto, que puede ser una limitación propia (que deben ver reflejada en sus cuentas bancarias), los empujó a una carrera sin vaivenes traumáticos, siempre en leve ascenso, casi en silencio. Claro que esta ausencia de “grandes éxitos” (irónicamente llamaron a uno de sus discos La clave del éxito) no se corrobora en la relación con su público, que fue canonizando himnos inmunes a las variables del mercado: “Sin hilo”, “Muchos mitos”, “Capitán América”, entre otros, representan para miles de fans, que llenan periódicamente El Teatro, Hangar o el Estadio Obras, un código decomplicidad sin fisuras. El fan de Las Pelotas tendrá también en este disco canciones con las que se identificará (en rigor, muchas de ellas ya fueron probadas varias veces en vivo, porque los muchachos se toman su tiempo para terminar sus discos), desde la ya citada “Desaparecido” hasta “Tiempo de matar”, pasando por “Si sentís” y “Será”. Se siente, eso sí, la falta de un par de reggaes dulzones, de esos que, perdidos en los discos, distendían un poco el viaje. La banda de Nono sigue esperando el milagro, que, ironías al margen, difícilmente llegue por el lado de la explosión mediática y la acumulación de discos de platino. Sus méritos y sus flaquezas transitan otro camino, más cercano a la vida normal, a la ilusión de hacer música y de sobrevivir a un país llamado Argentina.

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Las Pelotas reconocen la herencia de Sumo pero tienen mística propia.
 
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