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De “Tristán” a “zorro patagónico”
Por Luis Bruschtein
En dos semanas de ejercicio frenético de la presidencia, en algunos medios dejaron de decirle “Tristán” y ahora le dicen “el zorro patagónico”. No tiene ningún demérito que a uno le digan Tristán, si no fuera que el verdadero va como candidato a intendente de un pueblo bonaerense por el menemismo. Pero lo de zorro patagónico, que aparece como más respetuoso, tiene un dejo a gato encerrado. Porque básicamente, el zorro es engañoso. Otros se preocupan porque Néstor Kirchner abrió varios frentes al mismo tiempo. Y también hay críticas por el método que eligió para hacerlo, sobre todo en el caso de la Corte.
Del Tristán al “zorro patagónico” está la misma distancia que entre el 6 por ciento en la expectativa de voto que tenía en diciembre del año pasado, al 92 por ciento de aceptación que tiene su gobierno en este momento. O la que existe entre el “todos son lo mismo” de Hebe de Bonafini antes de las elecciones, al “nos equivocamos, Kirchner no es lo mismo que Menem” luego de la entrevista que tuvieron durante la semana. En una asamblea de vecinos pegaron el recorte de diario con esas expresiones de la presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. Y el recorte fue arrancado por simpatizantes de la misma Universidad de Madres de Plaza de Mayo. El desconcierto en algunos casos y el entusiasmo en otros parecen ser las reacciones más extendidas por lo menos entre la población de la ciudad y el conurbano.
En una ciudadanía que fue varias veces estafada por el sistema político, tanto el desconcierto como el entusiasmo tienen un elemento en común. Todos escucharon desde hace veinte años discursos encendidos contra las corporaciones y la corrupción y todos vieron con impotencia y bronca cómo esos discursos nunca pasaban de las palabras. Y cómo después trataban de convencerlos de que esa era la única forma de hacer política. Estas dos semanas vieron a un presidente que hizo lo que los demás habían dicho que era imposible. Pero tanto los que están desconcertados como los entusiasmados no terminan de ver en qué proyecto global de país se insertan esos movimientos.
Algunos se preocupan porque abrió varios frentes al mismo tiempo. En realidad, es imposible hacerlo de a uno porque están todos entrelazados, al punto de convertirse en el verdadero sistema para la toma de decisiones. La cúpula militar fue descabezada porque actuó en forma corporativa sobre la Corte que, a su vez usó ese movimiento para presionar en forma corporativa a los demás poderes. La constitucionalidad o no de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida se convertía en una herramienta de presión. Y hay una actitud corporativa parlamentaria que se expresó con toda claridad en el escándalo de las coimas en el Senado, que también se proyectó hacia la Justicia, rebotó en el Ejecutivo y determinó la renuncia del que lo había denunciado, el entonces vicepresidente Chacho Alvarez.
Los intereses corporativos a partir del abuso de la función pública se convirtieron en una moneda de cambio para cualquier decisión política y reemplazaron las funciones genuinas de cada institución. Los intereses corporativos de los que integran las instituciones pasaron a convertirse en más importantes que los intereses de los ciudadanos. La Corte tratará en los próximos días un caso que podría plantear la redolarización. Y se da por sobreentendido que ese fallo funciona como presión sobre el juicio político contra miembros de la Corte que se impulsa desde el Congreso. La mayoría de los políticos cree que esa es la política real, y trasladan la idea del consenso a esta especie de negocio de favores e impunidades. Se trata de un sistema perverso y antidemocrático, ni siquiera corporativo al estilo fascio, sino de pequeñas castas enquistadas en la función pública. Romper ese mecanismo desquiciado no es un acto populista o socialista sino del más puro contenido republicano. Se trata de que las instituciones de la República funcionen para lo que fueroncreadas. Y la única forma de hacerlo es de un tajo y desde el principio. Cualquier otro camino implicaría entrar en la lógica de ese mecanismo y quedar prisionero del espeso entramado de conveniencias.
Desde el juicio a los ex comandantes de la dictadura durante la presidencia de Raúl Alfonsín, la política argentina tendió a judicializarse cada vez más. No fue responsabilidad del ex presidente radical, ya que esa fue su decisión más valiente, sino de la fragilidad de la cultura y las instituciones democráticas en un país que salía de un proceso de 50 años de golpes y dictaduras militares. Pero de esta manera, lo que no podía resolver un sistema político débil y viciado por esa historia, terminaba resolviéndose en la Justicia. Ese proceso se acentuó porque la debilidad política pasó de obedecer a una causa concreta para convertirse en una característica de la política. La expresión más alta de esa debilidad fue Carlos Menem que llegó al gobierno como dirigente de un movimiento popular de masas para ponerlo al servicio de los intereses más reaccionarios y conservadores. Y lo mismo sucedió con la Alianza que fue votada para no hacer lo mismo que Menem y terminó profundizándolo.
De la misma forma como la política se fue judicializando, la Justicia se fue politizando. Si los temas más gruesos de la política se resolvían en la Justicia, nada mejor que tener una Justicia afín. Y así surgieron los jueces de la servilleta y la mayoría automática de la Corte. La tentación de tener una Corte que obedezca las decisiones políticas es muy grande. Para los viejos políticos rechazar esa tentación es una estupidez, es negar la esencia de la política. Pero en realidad, esa relación incestuosa entre la Justicia y la política es expresión de la debilidad de la política. Transformar esa situación requiere una decisión política fuerte. Y, al mismo tiempo, fortalecer la política, en definitiva va a despolitizar a la Justicia.
El menemismo y sectores conservadores vieron el discurso de Kirchner que se difundió por cadena nacional como una avanzada del Poder Ejecutivo sobre la Justicia. Y efectivamente, en otra situación, haciendo abstracción de la historia de esta Corte y si hubiera habido un fallo contrario en el camino, se hubiera podido hacer esa lectura. Pero en este caso no se trata de una Corte impoluta y tampoco el discurso de Kirchner fue una reacción por un fallo contrario. Es más, antes de que asumiera se lo acusó de haber negociado el fallo de redolarización y de la constitucionalidad de las leyes de impunidad a cambio de no meterse con los jueces. En ese sentido, el discurso fue una demostración de que no lo había hecho. Y, más precisamente, que no lo quiso hacer. Haber usado la cadena nacional para expresar su polémica con la Corte fue también una forma de incorporar a la opinión pública a ese debate. No fue un presidente que presionaba al Congreso y a la Corte con movimientos silenciosos de alianzas y compra de voluntades, sino que eligió hacer pública la polémica, transferirle protagonismo a la opinión pública que pasó así a convertirse en la verdadera presión sobre los senadores y la Corte.
El proceso del juicio político será difícil porque en realidad el cargo más importante que le hace la sociedad no es por un fallo específico, que son los que se toman para ese proceso, sino por su desempeño global, por haber convertido al más alto órgano de Justicia en parte del juego político, de las estrategias del poder político. Kirchner es el comandante de las Fuerzas Armadas, y puede ordenar retiros y promociones, pero institucionalmente no tiene ninguna atribución sobre la Corte y debe seguir los procedimientos legales. Lo que puede demostrar y ejercer es la voluntad política de terminar con las presiones corporativas en la función pública y asumir los costos que puedan resultar.
En el plano económico y en el social, que en definitiva darán el perfil central de su administración, es poco lo que se puede decir del gobierno de Néstor Kirchner en sólo dos semanas y muchos interrogantes quedan abiertos todavía. Pero sería injusto no señalar que en ese tiempo, elnuevo presidente derribó varios imposibles de la vieja política. Se ha ganado el lujo que pocos políticos se han podido dar como hacerse una escapada para tomar un café en un bar de la Avenida de Mayo a dos semanas de su asunción. La reacción normal de los parroquianos es un indicio de que algunas cosas ya cambiaron.