Sábado, 4 de mayo de 2013 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
La persistencia del peronismo se tendría que haber ganado una consideración menos peyorativa por parte de los no peronistas. Porque si fuera como lo han descripto, como la expresión más simplona de una masa acaudillada, tendría que haber desaparecido con la muerte de Perón, hace ya casi cuarenta años. Sin embargo, hay un gobierno peronista y todo hace prever que en las futuras elecciones del 2015 otra vez la suerte del peronismo será la que decida esas presidenciales.
Más allá de sus deseos y profecías, los que se han gastado el pulgar contra la mesa de tanto anunciar la muerte del peronismo, hoy tienen que seguir con atención el desfile multicolor y desordenado de candidatos y personajes para todos los gustos, desde el gremialista tradicional y poco simpático para las capas medias, como Hugo Moyano, hasta un gremialista desprestigiado en general, como el Momo Venegas, o el profesoral Roberto Lavagna, una especie de Italo Luder menos remilgado, o un poderoso empresario como Francisco de Narváez, y un frustrado aspirante presidencial como el gobernador cordobés José Manuel de la Sota.
Un sector del peronismo que representa un pasado más o menos reciente y muy devaluado, entre menemista y duhaldista, un sector al que cualquiera hubiera dado por finiquitado, despierta la atención de los medios y mueve las aguas de la política. No son desconocidos, no son solamente nombres, hay votos y hay una propuesta que está bien representada por sus historias. No hay tampoco un esfuerzo por diferenciarse de esas historias. El esfuerzo está puesto, en cambio, en diferenciarse del kirchnerismo, y así refuerzan de alguna manera, la referencia al pasado que representan.
Son dirigentes o ex funcionarios que fueron quedando en el camino del kirchnerismo. Cada uno en su momento especuló que era el final de esa onda de ascenso y cada uno en su momento se equivocó y quedó a un costado. Las pujas por candidaturas y las pequeñas disputas normales en estos procesos no pueden ocultar que el principal problema es otro. La única opción que podría ganarle al kirchnerismo sería alguna que no convoque a un pasado que para las mayorías ha sido traumático.
Hacia el futuro es poco lo que habla la oposición en general. Sus discursos están armados sobre las críticas al kirchnerismo. De esa manera estarían proponiendo alguna variante del kirchnerismo sin esos defectos que le critican. Lavagna se presenta así. El aura de los otros está más cerca del recuerdo de Menem o de Duhalde.
Pero entonces, el más apropiado para diseñar alguna variante mejorada del actual kirchnerismo no sería la oposición sino el mismo kirchnerismo. La oposición está para plantear un modelo diferente. Es una deducción elemental que puede hacer hasta el elector más despolitizado. El argumento del “anti” tiene un doble filo. Hasta ahora la oposición –incluso los grupos del peronismo disidente, los que van por fuera del tronco madre del peronismo–, holgazanea apoyándose en el gran poder erosivo de los grandes medios, que son antikirchneristas pero no pueden ser abiertamente propositivos porque perdería legitimidad su discurso “independiente”.
Estos son algunos de los problemas que debe resolver la oposición y en particular el sector de centroderecha del peronismo disidente que se reunió el 10 de mayo en Córdoba. Hay otro más. A lo largo de su historia, el peronismo logró un efecto de marca registrada. Los que fueron por fuera, siempre perdieron. Cuando confrontaron Menem y Kirchner, la legitimidad institucional estaba en disputa y, en teoría, los dos iban por dentro.
Pese a que siempre se dijo lo contrario, en el peronismo invariablemente ha tenido peso la institucionalidad, algunas veces representada en la figura de Perón y otras en el PJ, aunque siempre hubo sectores que no la respetaron, que entraron y salieron según su conveniencia. Pero guste o no, lo institucional siempre tuvo mucha fuerza y más para una alianza con el centroderecha del PRO de Mauricio Macri, como la que está en el menú de estos sectores. Una cosa es llevar al acuerdo el trofeo de la marca partidaria y otra es hacerlo a título personal o grupal. Las posibilidades de negociar son totalmente distintas en un caso u otro.
Ese sector de la diáspora peronista comparte el mismo electorado que el centroderecha de Macri, de la misma manera que el socialismo santafesino comparte electorado con el radicalismo. Son confluencias naturales que si no se producen dividen fuerzas. Pero en este momento, en la negociación para una futura fórmula presidencial en común, Macri tiene más credenciales: él representa a una fuerza y los demás son dirigentes dispersos.
Sin embargo es un acuerdo que no termina de cerrar ni entre ellos ni con Macri porque depende de lo que pase en el PJ y si allí podría producirse una deriva institucional que ellos pudieran aprovechar para regresar al cauce peronista del que se alejaron. Esa deriva tiene nombres y apellidos. O por lo menos la expectativa de que ella se produzca. El más ominoso es el del gobernador bonaerense Daniel Scioli. Francisco de Narváez, junto a quien figura Pepe Scioli, hermano del gobernador, está convencido de que Scioli decidirá jugar por fuera del kirchnerismo. Para el gobernador es una apuesta fuerte. Dentro del kirchnerismo, junto a la presidenta Cristina Kirchner, los números le dan muy altos. Fuera del kirchnerismo no le alcanzan porque baja mucho.
En un momento ascendente aunque con menos entidad, el intendente de Tigre es otra figura que puede gravitar en los avatares del peronismo. En su caso, la situación es más difícil: los encuestadores le dijeron que no tenía que mostrarse a favor ni en contra de Cristina. Si se muestra en contra, pierde respaldo popular, si lo hace a favor, pierde el aporte de las capas medias altas de los distritos del norte del conurbano donde tiene su fuerte. Pese a las ambiciones de ambos, que se pondrán en la mesa de negociación en su momento, y si no le juegan solapadamente en contra, lo lógico es que el kirchnerismo trate de contenerlos.
Fuera del kirchnerismo y del PJ, lo que puedan aportar Scioli y Massa no les alcanza por sí solo para ganar. A lo sumo, y con el kirchnerismo en carrera, se crearía un escenario más parejo que el actual. Pero a todas estas ecuaciones les faltan variables y una de las más importantes es que el kirchnerismo todavía no eligió sus candidatos y ni siquiera hay pistas sobre quiénes podrían ser.
A esta altura de la historia la paradoja es que aquellos que no le reconocen nada al peronismo, para tomar sus decisiones todavía tienen que estar atentos a los movimientos de ese magma detestado, aun cuando lo más previsible es que el próximo presidente también sea peronista.
La persistencia del peronismo demuestra que es una expresión de la sociedad argentina, el cauce para un sector importante de esa sociedad a la que representa con sus cosas buenas y malas más allá de las leyendas perversas que le construyen. Pero representar a un sector de la sociedad es un mérito en la medida que vaya acompañando sus cambios, de lo contrario dará lugar a otra expresión política. Tampoco representa a un sector social ideal de una perfección imaginaria como tratan de hacerlo algunos izquierdismos, y menos puede representar a un grupo social del futuro. Lo que puede hacer es expresar el futuro que desean sus representados.
En el otro extremo, algunos peronistas le dan un carácter infalible y supremo a su doctrina, de la que por supuesto, como ocurre con todas las teorías sociales, cada corriente tiene su interpretación. Es su doctrina, pero más que ella, el peronismo es la capacidad que ha tenido de representar a diversos sectores populares, de convertirse en un cauce de expresión. Lo mismo podría decirse del radicalismo que, en conjunto con el peronismo, conforman un mapa de la sociedad argentina. Cuando se habla del peronismo o del radicalismo, de sus cosas buenas y malas, de lo que se está hablando es de los sectores sociales que se sienten representados por ellos. No son una abstracción.
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