Martes, 6 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Jorge Rivas *
Hace unos días, cuando iba a ingresar al edificio anexo de la Cámara de Diputados, una señora madura, muy elegante y simpática, detuvo la marcha de mi silla de ruedas con el objeto de saludarme. Se inclinó, me tomó de la nuca y me susurró al oído: “Te quiero mucho. Pero no podés ser socialista y apoyar a este gobierno. Mucha fuerza”. Mi imposibilidad de hablar, sumada a la de gesticular, hizo que me limitara a mirarla, para luego seguir mi camino.
Quisiera, mediante este texto, contestarle. En primer lugar, le agradezco el saludo y el afecto. Luego, le aseguro que no le guardo ningún rencor por el reproche, porque no tengo dudas de que usted, señora, igual que miles de integrantes de nuestra sociedad, es víctima de una profunda desinformación o falta de información política.
Usted tiene razón, señora, soy socialista. Quédese tranquila, que no pienso aburrirla detallándole las razones. Sí me gustaría contarle que el siglo XX ya se encargó de demostrarnos en la Argentina que el slogan que sintetizaba aquella idea, “cuanto peor, mejor”, no era más que un trágico malentendido. Estoy convencido ahora de que cada avance, grande o pequeño, debe contar con nuestro respaldo militante, porque nos acerca a la sociedad que queremos construir.
Entiendo que las disquisiciones, las dudas y aun los cuestionamientos en torno de las políticas de asistencia social expresan diferencias de opinión, naturalmente atendibles. Otra cosa son los prejuicios, nunca inocentes, que los privilegiados en la vida y reaccionarios en la política suelen difundir en nuestro país.
Lugares comunes que repugnan al corazón y a la cabeza, como “los pobres son pobres porque son vagos”, “acá no trabaja el que no quiere”, “lo que pasa es que se les da demasiado y no lo merecen”, “mandan a los hijos a pedir para gastarse lo que traigan en vino”, o el histórico “les das una casa y levantan el parquet del piso para hacer un asado”, y ni hablar de las nuevas fábulas como “se afanan la guita en bolsos”, o “construyen bóvedas para guardar el efectivo”, se ubican en el subsuelo de la dignidad y de la inteligencia.
En cuanto a que como socialista no puedo apoyar a este gobierno, respeto su posición, pero déjeme decirle que estoy convencido de que un verdadero socialista debe respaldar este proyecto nacional y popular que lidera Cristina Fernández de Kirchner. Está claro que ese respaldo significa también que cada desvío, cada retroceso, tiene que ser objeto de nuestra crítica franca: la adhesión ciega y la obsecuencia son tan enemigos de cualquier proceso de cambio como la reacción más empecinada.
Además, usted debe saber que la política tiene una dialéctica en la que el contrario nos constituye. Es decir, que el ser político también se define por su contrario, por lo que ese contrario forma parte de nuestra identidad política.
Por eso me pregunto qué pensaría usted, señora, si me viera a mí, socialista, codo a codo con los patrones de la Sociedad Rural, o dándome golpecitos en la espalda con los dueños de las corporaciones económicas y mediáticas, o formando parte de un rejunte de opositores que sólo tienen en común su desprecio por lo popular, o si me escuchara decir que si viviera en Venezuela, entre Chávez y Capriles, votaría a Capriles. A mí me daría vergüenza. Por el contrario, siento un profundo orgullo militando en este proyecto que cotidianamente nos permite acercarnos a una sociedad menos injusta.
Le mando un beso, señora, y espero que siga bien.
* Diputado nacional, Confederación Socialista, Frente para la Victoria.
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