Miércoles, 7 de agosto de 2013 | Hoy
EL PAíS › CRISTINA KIRCHNER RECLAMó UNA REFORMA DE LA ONU
La Presidenta habló en el debate abierto que encabezó en el Consejo de Seguridad. Reiteró las críticas al Reino Unido por Malvinas y a Estados Unidos por el espionaje.
Por Victoria Ginzberg
Desde Nueva York
En el amplio e imponente salón del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se destaca un mural al óleo. En el centro hay un fénix, que simboliza la reconstrucción del mundo tras la Segunda Guerra. En la parte inferior hay figuras oscuras, arriba hay gente contenta y colores luminosos, la esperanza de un futuro mejor. Los conflictos siguen existiendo, pero el momento histórico que representa ese cuadro y el que llegó luego, durante la Guerra Fría, quedaron atrás. Algo de esto dijo ayer la presidenta Cristina Kirchner al hablar en el debate abierto organizado por la Argentina: “Tenemos un nuevo mundo y no se puede enfrentar un nuevo mundo con viejos instrumentos y viejos métodos”. Se refirió así a la necesidad de hacer cambios en el funcionamiento del organismo para que no haya países privilegiados a la hora de tomar decisiones y de cumplir con las disposiciones. De esta forma, volvió a quejarse porque el Reino Unido no se sienta a dialogar sobre la soberanía de las Islas Malvinas a pesar de que existe una resolución del organismo internacional que así lo demanda.
La Presidenta encabezó un “debate abierto” en el Consejo de Seguridad, el máximo órgano de Naciones Unidas. Su función, según la Carta del organismo, es mantener la paz y la seguridad internacionales. En la práctica, es donde se toman las decisiones importantes y sus resoluciones tienen carácter obligatorio para todos los países que integran la ONU. Tiene cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Rusia y China (las potencias ganadoras de la Segunda Guerra) y diez no permanentes. La Argentina fue elegida el año pasado para ocupar una de esas bancas durante 2013 y 2014. En agosto ejerce además la presidencia del Consejo, lo que supone proponer un plan de trabajo. En ese contexto es que CFK invitó a un debate abierto sobre “La relación entre las Naciones Unidas y las organizaciones regionales y subregionales en el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales”. Poner este tema bajo discusión le permitió a la Argentina convocar a la Unasur y Celac, organismos regionales de los que forma parte el país, para que hablen en el Consejo de Seguridad, donde nunca habían tenido la palabra. También participaron del evento la Liga Arabe, la Unión Africana, la Unión Europea y la OEA (fue el secretario general José Miguel Inzulsa). En total, acompañaron a CFK catorce cancilleres de todas partes del mundo, en buena medida de Latinoamérica, lo que fue destacado ayer por algunos oradores e interpretado como un fuerte respaldo a la Argentina. También estuvo presente el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.
El debate comenzó a las diez de la mañana y lo abrió Fernández de Kirchner con unas palabras protocolares. Allí anunció el tema –que obviamente todos conocían– a los invitados y se aprobó una resolución o declaración de la presidencia en nombre del Consejo. Cada vez que cumplía con uno de estos pasos, debía hacer bajar y sonar un martillo de madera, como un juez inglés o norteamericano después de dar su veredicto.
CFK volvió a hablar antes del almuerzo. En ese momento, dijo que hacía uso de la palabra en calidad de presidenta de la Argentina y no del organismo. Así fue que expresó algunas cosas no tan cómodas de escuchar para quienes son los “dueños de casa”. Algunas de estas opiniones las había tratado el lunes durante la reunión con Ban Ki-moon y las había transmitido a los periodistas cuando terminó el encuentro. Pero ayer las sostuvo ante los representantes de las potencias cuestionadas. Su discurso contrastó con las lecturas, en su mayoría monocordes, de muchos de los embajadores que hablaron durante la mañana. Por la tarde, cuando participaron los cancilleres latinoamericanos, se escucharon discursos en línea con el planteo de la Argentina que, incluso, generaron réplicas por parte de Estados Unidos y el Reino Unido (ver aparte).
CFK comenzó con el relato de algunas experiencias de la Unasur y Celac en situaciones de conflictividad. Habló de la intervención –como Grupo de Río, antecesor de la Celac– en el conflicto entre Ecuador y Colombia y en los intentos desestabilizadores contra Evo Morales, en Bolivia, y Rafael Correa, en Ecuador.
“¿Cómo tomamos las resoluciones en la Celac o en la Unasur? Se toman por unanimidad cuando hay conflictividad y esto es lo que tenemos que distinguir. Cuando en la gestión de conflictos aparece el derecho de veto, la solución se torna mucho más difícil y por momentos imposible. Por lo tanto creemos que sería necesario revisar el funcionamiento de las instituciones en general de Naciones Unidas y en particular del Consejo de Seguridad, que responden a una lógica diferente, que fue la lógica de su fundación con posterioridad a la Guerra Fría. Ante el peligro de un holocausto nuclear, el derecho de veto era casi una salvaguarda. Terminada esta suerte de Guerra Fría y dado que los que estaban enfrentados están todos sentados en esta mesa y no tienen grandes conflictividades, creo que debemos repensar el funcionamiento de los organismos porque tenemos un nuevo mundo, una nueva realidad y no se puede enfrentar un nuevo mundo, una nueva realidad y nuevos problemas con viejos instrumentos y con viejos métodos, porque no nos van a dar una respuesta. Por eso creemos en la necesidad de elaborar consensos, consensos que no se basen en los intereses particulares de cada Estado que tenga el derecho a veto, sino en asegurar en serio la paz y la estabilidad”, dijo la Presidenta.
Luego, vinculó el estatus privilegiado de algunos países y la eficacia (o no) de las Naciones Unidas para resolver problemas y aprovechó para reiterar e reclamo sobre las Islas Malvinas. Así, citó la intervención del representante de la Liga Arabe, quien se quejó de que no se cumpliera con todas las resoluciones del organismo. En su caso, se refería a la vinculada con Palestina.
CFK dijo que “parece casi una obviedad” que todos los estados den cumplimiento a las resoluciones de Naciones Unidas, pero que “el rasgo distintivo ha sido muchas veces que quienes se sientan en este ámbito y porque son miembros permanentes y con derecho a veto, utilizan esta facultad que les otorga reglamentariamente la Carta de Naciones Unidas, el reglamento del Consejo de Seguridad, pero son los que obturan la verdadera resolución de los conflictos”. Allí mencionó el hecho de que el Reino Unido no acepta sentarse a dialogar sobre Malvinas con la Argentina, aunque así lo establece una resolución de la ONU.
“Ser eficaces en la gestión es mediar y otorgar una solución a esa mediación, sobre todo cuando la mediación ha sido objeto también de una resolución”, señaló también la Presidenta. El lunes cuando pidió a Ban Ki-moon que intercediera nuevamente en esta controversia, el secretario general le dijo que lo veía “muy difícil” debido a la negativa de Londres. La Presidenta también mencionó el escándalo desatado por la revelación del espionaje cibernético llevado a cabo por Estados Unidos. No mencionó directamente el tema ni el país, pero reiteró “la necesidad de establecer regulaciones de carácter global para asegurar la soberanía de los estados y la privacidad de los ciudadanos en el mundo ante hechos que son de público y notorio conocimiento”. Como el lunes, luego de su reunión con Ban Ki-moon, recordó la película La vida de los otros, que refleja cómo la policía secreta de la RDA espiaba a los intelectuales.
CFK ocupó la punta del hemiciclo del Consejo. Con ella, pero en segundas filas, estaban el canciller Héctor Timerman, el secretario de Comunicación Pública, Alfredo Scoccimarro; la embajadora ante la ONU, Marita Perceval, y la embajadora en Estados Unidos, Cecilia Nahon. Entre ministros e invitados, las sillas reservadas para los asistentes se fueron poblando desde temprano, algo que no es usual en las sesiones del organismo. La presencia de un jefe de Estado allí tampoco es de todos los días, aunque para nada es inédita. Desde 2008, concurrieron dos o tres presidentes cada año. Lo que fue nuevo, como se dijo, fue la presencia de Unasur y Celac y de tantos cancilleres que acompañaran.
El debate fue extenso. Si bien muchos participantes –sobre todo los miembros del Consejo– hablaron en la jerga burocrática-diplomática sobre lo auspicioso que sería que la ONU y los organismos regionales trabajaran en una más estrecha colaboración, no todos dijeron lo mismo. Los representantes de los miembros permanentes, como Estados Unidos o el Reino Unido, sugirieron que las organizaciones regionales tienen algunos límites y fallas para encabezar procesos de mantenimiento de paz y de seguridad internacionales y hablaron de la preeminencia del Consejo de Seguridad en esta materia.
Varios embajadores latinoamericanos, como el de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla –que habló por la Celac–; de Venezuela, Elías Jaua –por el Mercosur–, y de Uruguay, Luis Almagro, ratificaron en el recinto el apoyo de la región a la Argentina en su reclamo por Malvinas. El diplomático cubano también habló de la causa sobre el desarme y aprovechó para recordar que ayer se cumplía el 68 aniversario de la bomba nuclear que Estados Unidos tiró en Hiroshima. “Sobre Cuba, que lucha, no debo decir nada porque concurro en nombre de la Celac. Hay que continuar adelante. Que ninguna diferencia nos detenga”, terminó.
En el salón del Consejo de Seguridad no entraba la luz natural del sol que brillaba afuera ni la cálida brisa de verano. Unas enormes y pesadas cortinas y un aire acondicionado al máximo hacían que la ciudad de Nueva York pareciera estar lejos y contribuían con la sensación de que esas siete hectáreas en el lado este de Manhattan son territorio internacional. Seguramente no tiene que ver con el frío que hacía, pero el recinto en sí mismo es un regalo a la ONU de Noruega. En aquellas cortinas, como el empapelado de seda de las paredes figuran el ancla (de la fe), el trigo espigado (de la esperanza) y el corazón (de la caridad).
Luego de varias horas de escuchar las palabras de representantes de países de distintas partes del mundo, la Presidenta concluyó su jornada. Cruzó el límite de las 193 banderas colocadas a lo largo de la primera avenida en orden alfabético en inglés (desde Afganistán hasta Zimbabwe, desde la calle 48 a la 42) y comenzó el viaje de regreso a Buenos Aires.
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