Sábado, 25 de enero de 2014 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Los medios de la oposición le dieron poca importancia al Progresar frente al dólar. Para esos medios el Progresar está catalogado en el rubro de más gasto público, el cual es para ellos el malo de la película, el factor foráneo que desnaturaliza el mercado y empuja el dólar para arriba. Su receta es siempre bajar el gasto público para enfriar la economía, reducir el consumo y con ese recorte a los pobres financiar a los ricos que fugan capitales.
Si la presión sobre el dólar trata de forzar ese camino, la presentación el miércoles por parte de la presidenta Cristina Kirchner del programa para contener a jóvenes de entre 18 y 24 años que no trabajan ni estudian mandó una señal contraria. Fue otra decepción para la ortodoxia neoliberal que pugna por el regreso al desastre social de los años ’90.
Cuando hicieron referencia al lanzamiento de este programa, los medios opositores, sobre todo en radio y televisión, se centraron en estigmatizar al sector joven que resulta beneficiado. Se hicieron bromas despectivas: “se lo van a gastar en birra y faso” y otras por el estilo. Estigmatizar a los grupos sociales más vulnerables que requieren contención estatal o ridiculizar y despreciar la solidaridad como política de Estado resulta coherente con el reclamo de achicar el gasto con el que insisten los economistas ortodoxos. Hay un sector de la sociedad en la que esta ideología rígida con que los medios opositores machacan todos los días, ha echado raíces, incluso en algunos que serían muy perjudicados si se aplicara nuevamente.
El aumento del precio de la soja no es mérito del Gobierno, pero el surgimiento de 85 mil nuevas empresas industriales desde 2003 hasta ahora, al igual que miles de nuevos comercios, reflejan méritos de la política económica que creó las condiciones para que se produjera ese fenómeno que, a su vez, explica en gran parte la baja del desempleo y la pobreza. No se trata de una cuestión de índices sino del sentido más común posible. Porque a esa estrategia económica se suma la cobertura a los jubilados con dos aumentos por año y la Asignación Universal por Hijo con lo que la cobertura social en Argentina es la más completa de América latina, con excepción de Cuba.
Una parte de las clases medias han ubicado en el centro de sus temores a la problemática de la seguridad. Y en muchos casos se reducen las soluciones al aumento de efectivos policiales, de penas carcelarias y la instalación de cámaras de vigilancia. El programa Progresar es una de las medidas más contundentes en la problemática de la seguridad pero desde un ángulo mucho más efectivo. La presidenta Cristina Kirchner aportó algunas cifras. El desempleo es de algo más de seis puntos. Es una cifra baja, pero de esos seis puntos y pico, el 70 por ciento son jóvenes de entre 18 y 24 años. Es un universo con pocos recursos y posibilidades para integrarse al mercado del trabajo y al mismo tiempo está asediado por peligros y tentaciones tramposas. Es un programa que disputa al narcotráfico y al delito porque ofrece opciones, abre puertas que antes no existían para ese sector de la juventud que no ha tenido la posibilidad de estudiar ni trabajar.
Al finalizar los años ‘90, Argentina tenía el coeficiente de Gini arriba de 0,55. Con la aplicación del nuevo programa Progresar, que se suma a políticas sociales persistentes desde el 2003, este coeficiente que mide la distribución del ingreso –o sea la desigualdad– estaría por debajo del 0,30, según datos del Banco Mundial, lo cual indicaría que se trata de uno de los períodos de la historia moderna con mayor igualdad relativa en Argentina. Es un momento histórico. En el futuro se hablará más de este dato que del precio del dólar aunque hoy parezca lo contrario.
Es cierto que si bien el coeficiente de Gini ha llegado a uno de los niveles más bajos en la historia del país, no quiere decir que no haya más pobreza, ni personas en situación de calle. Es más evidente cuando una persona se enriquece que cuando una sociedad se hace más igualitaria porque el progreso económico que protagonizan cientos de miles es más gradual que cuando una sola persona o un pequeño grupo se favorece con esa riqueza.
Son datos que se pueden discutir y habrá quienes muestren situaciones puntuales en el afán de generalizarlas para negar la progresividad en la distribución del ingreso, pero todas las fuentes económicas coinciden en que en mayor o menor medida, desde 2003 en adelante se produce una tendencia permanente al descenso del coeficiente de Gini. Eso es mucho más de lo que puede ostentar cualquier gobierno en Argentina en los últimos cincuenta años.
Hubo gobiernos progresistas como los de Alfonsín y la Alianza que se propusieron transformaciones que nunca realizaron y hubo gobiernos de derecha como el menemismo que prometieron de la misma manera elevar el nivel de vida de los argentinos en general y de los sectores más humildes en particular. Se dijo que la democracia proveería esa calidad de vida y se dijo que había que llenar la copa de la abundancia para que derramara sobre la sociedad. Nunca se derramó ni un peso, los dueños de la copa se quedaron con todo y la democracia no proveyó más que la posibilidad de que los avances se produjeran. Pero los únicos gobiernos que aprovecharon esa posibilidad fueron los kirchneristas.
El dólar ha sido la víscera más sensible en estos procesos. Es por donde muchas veces se expresan intereses económicos que tratan de condicionar las decisiones de políticas públicas. Y, al mismo tiempo, la divisa norteamericana replica hábitos y miedos históricos en amplios sectores de la sociedad. Es como una especie de espiral que termina siempre donde empezó, cuellos de botella, ciclos históricos de la economía argentina, fenómenos que se repiten aunque no tienen por qué repetirse las salidas ni las consecuencias.
El año 2013-2014 dejó una marca histórica en cuanto a distribución progresiva del ingreso –una meta de sociedades avanzadas y de construcción de ciudadanía–, pero al mismo tiempo la problemática del dólar surge disruptivamente como una amenaza letal para esas marcas. No parece una irrupción casual. La problemática del dólar ha ido creciendo al mismo tiempo que crecía la tendencia distributiva. En algunos aspectos los dos procesos tienen elementos que se complementan y regulan al incidir también en la puja distributiva en una punta y en la defensa o la destrucción de fuentes de trabajo en la otra, según los valores de los salarios en pesos y de los dólares frente al peso.
Es una relación compuesta de tensiones entre los dos procesos, pero que pueden complementarse en forma más o menos acompasada. Cuando el hilo se rompe, siempre tiende a hacerlo por el mismo lado: el dólar busca desprenderse en forma abrupta, presionado por diferentes mecanismos, muchas veces perversos, que pujan por desestabilizar o simplemente terminan desestabilizando por afán de especulación. En ese sentido puede ser una encrucijada para la calidad de vida que se ha ido ganando con mucho esfuerzo.
El proceso que sufrió el precio del dólar los últimos dos meses estuvo motorizado por todos esos factores. El Gobierno dio la impresión de que hubiera preferido un proceso más paulatino pero cuando el precio del dólar llegó a ocho pesos consideró que estaba en condiciones de eliminar a la mayoría de las trabas que había implementado para la compra. El lunes será el día D.
En ese proceso la economía acumuló tensiones y cambió el escenario político y gremial. Hay un porcentaje de devaluación importante que seguramente hará presión sobre algunos precios. Aunque esa presión sea menor a lo devaluado, se transmitirá a la puja salarial en las paritarias. La tensión está entre impedir que la suba del dólar despoje a los trabajadores o que se convierta en un factor de desestabilización del proceso económico.
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