EL PAíS › SCIOLI, UN CONJURADO EN PALACIO
Durmiendo con el enemigo
Mientras públicamente desde el Gobierno y la vicepresidencia tratan de suavizar las diferencias, que hicieron estallar en el gabinete las declaraciones de Daniel Scioli sobre las tarifas y la anulación de las leyes de impunidad, intramuros la desconfianza crece. El papel de Duhalde.
El neomenemismo.
Por Sergio Moreno
La tormenta se desató durante la semana pasada; las nubes venían juntándose desde hace rato. Sus movimientos, poco gráciles, estuvieron ayunos de sutileza. Daniel Scioli vino adelantando desde antes mismo de asumir que sería el representante del Gobierno ante los grupos de poder económico. Lo dijo en todos los medios que pudo, particularmente en los que responden a los intereses del establishment. No dudó en disentir con Néstor Kirchner en el pasado, cuando se dirigió a empresarios y hombres del campo. Más cercanos en el tiempo, sus decires de la semana pasada en el precoloquio de IDEA anunciando una hipotética suba de tarifas –exigida hasta al hartazgo por las empresas privatizadas y negadas con el mismo énfasis por el Gobierno– y su oposición a la anulación de las leyes de impunidad –siendo que, como es, presidente del Senado, deberá jugar un rol importante en su tratamiento– alinearon a ministros, secretarios de Estado, legisladores nacionales y gobernadores para denostarlo. Scioli se para a la derecha del Presidente. El reflejo que ofrece hace ilusionar a algunos, que lo ven como el nuevo emergente de la futura oposición; otros lo ven igual, con la diferencia que lo consideran un conspirador.
La política argentina guarda muchos estigmas. Uno cuenta que Presidente y vice serán –siempre– enemigos. Desde la recuperación de la democracia en 1983 la maldición se viene cumpliendo. A partir de Víctor Martínez, pasando por Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf y Carlos Alvarez, el vice fue presentido –en algunos casos más brutalmente que en otros– como un conjurado en potencia, cuando no en acto.
Ayer, el vicepresidente intentó morigerar el entuerto que él mismo creó: “No hay pelea en el Gobierno, estamos tirando todos para el mismo lado, para adelante. No busco diferenciarme de Kirchner. Yo no pienso en otra corriente interna del peronismo; puede haber matices en el Gabinete, pero eso es natural. Con Kirchner nos complementamos”, dijo a varias radios.
Más acá de sus declaraciones de la víspera, el caso de Scioli no escapa, gracias a sus dichos y acciones, al axioma general. Hoy, en el gabinete de Néstor Kirchner y alrededores, el convencimiento de que Scioli lanzó muy anticipadamente su política de diferenciación es casi generalizado. “No podía guardarse más porque el Gobierno tomó muchas medidas ‘progres’. Su negocio está en la derecha y, entonces, debió salir a diferenciarse. Creo que se equivoca. Lo único que va a conseguir es salir lastimado”, metaforizó un ministro ante este diario.
Hay excepciones. Otro ministro, proveniente de la provincia de Buenos Aires, no cree en las brujas que convocó el motonauta. El hombre del Gabinete dijo: “No me parece que haya un complot o sea la punta de un movimiento opositor. No puede haber tal cosa, al menos en los próximos dos años: el peronismo va a ganar en casi todos los distritos y Kirchner va a salir de este proceso muy fortalecido. ¿Quién se le va a oponer?”.
Pero no todos en Balcarce 50 lo ven de esa manera. Es más, tal como anticipó ayer Página/12, en el avión que llevó a Paraguay al Presidente y a una parte considerable de su gabinete, se derramaron sapos y culebras contra el vicepresidente. “Si es que se equivoca, se equivoca muy a menudo”; “no es casual que cada vez que viaja o que el Presidente se va de viaje salga con algunas declaraciones que no tienen que ver con las políticas que ejecuta el Gobierno”; “le está haciendo mal al Gobierno”, fueron algunas de las frases que se dejaron escuchar a bordo del Tango 01.
Un largo camino
Cuando Eduardo Duhalde cavilaba sobre la mejor manera de ganarle a Carlos Menem y ya había decidido apoyar a Kirchner en las elecciones, lo atormentaba la vacuidad del casillero a llenar en la boleta al lado del patagónico. Elección difícil, ya que había que encontrar al personaje indicado para, después, consensuarlo con el candidato. Entonces intervino Hilda “Chiche”, su mujer.
–¿Y por qué no Daniel? –dijo la por entonces primera dama.
–¿Por qué no? –se repitió Duhalde.
Chiche se había entusiasmado con el por entonces secretario de Turismo y Deportes en un viaje que hicieron juntos a Jujuy. “La señora es muy influenciable”, contó a este diario un ex ministro de aquel gobierno. Kirchner, que había descartado a laderos como la propia Chiche, Roberto Lavagna y Juan José Alvarez, compró la idea. Duhalde lo convenció de que un personaje como Scioli equilibraría la fórmula.
Ex presidente y ex motonauta siempre atesoraron una buena relación, soldada en largas partidas de ajedrez. Sin ir más lejos, dos semanas atrás Kirchner llevó a ambos a Jujuy. El Presidente decidió volver directamente a Santa Cruz y envió al Tango 01 a Buenos Aires con su carga de funcionarios. Duhalde y Scioli ocuparon todo el trayecto de regreso a la Capital jugando ajedrez en el área presidencial del avión. El jueves pasado, en medio de la tormenta que había desatado con sus declaraciones públicas, el vicepresidente fue a buscar cobijo a Lomas de Zamora. Lo encontró, una vez más, frente al tablero cuadriculado, moviendo alfiles y peones con el ex gobernador.
Duhalde, que acaba de ser elegido como una especie de “secretario general” del Mercosur, atesora amistades políticas que, ahora, se antojan indigestas al estómago del Gobierno. Scioli es el nuevo ingrediente de ese plato; el misionero Ramón Puerta es otro. Puerta le viene ofreciendo al bonaerense una casa que posee en el barrio montevideano de Pocitos, habida cuenta del deseo hecho explícito por el ex presidente: “Me quiero ir a vivir a Uruguay, aunque sea por un tiempo”, suele decir a sus centuriones. Quizás su deseo se cumpla con la nueva designación en el Mercosur, aunque aún falta bastante tiempo para que eso se concrete.
Mientras, Duhalde aduce que puede contener tanto a Puerta cuanto a Scioli para que no se transformen, junto a Mauricio Macri, en la troika que inicie una nueva oposición dentro del peronismo. Este polo antikirchner podría cristalizar siempre y cuando el misionero y el presidente de Boca ganen sus respectivas elecciones. “Si pierden el único que queda vivo es Scioli”, dijo un joven economista vinculado al –casi extinto– menemismo.
Conjurados
“Nadie puede dudar de que este Presidente debe durar cuatro años y medio. Nadie, menos aún el vicepresidente”. La frase pertenece a un dirigente muy cercano al gobernador bonaerense, que mantuvo más de una conversación con él al respecto. “Scioli dice que él aporta moderación. ¿Qué? ¿Acaso el Presidente es un extremista? No lo es. Scioli hace giras propias, habla con los empresarios, anda prometiendo cosas que nada tienen que ver con las ideas que hay circulando en el Gobierno”, dispara, vitriólico, el contertulio de Página/12.
Amén del énfasis que inyectó en sus frases el dirigente citado recién, Scioli no ha dejado de diferenciarse del Gobierno. Veamos algunos ejemplos:
u En marzo de 2003 sostuvo que la pesificación asimétrica ameritaba un resarcimiento económico a los bancos.
u Con respecto a un posible fallo redolarizador por parte de la Corte, el pasado 11 de junio dijo: “La Argentina debe recuperar un clima de paz, de seguridad jurídica, de reglas claras y por eso nuestro esfuerzo está en el respeto de las instituciones y el respeto por la independencia de los poderes.”
u En la Rural, el 30 de julio, prometió bajar las retenciones al campo “en cuanto se pueda”.
u En la Cámara Argentina de Comercio, tres días antes de asumir, el 22 de mayo, dijo que sería “el interlocutor de las necesidades sectoriales del Ejecutivo”. Prometió a los empresarios “condiciones de previsibilidad, reglas de juego claras y seguridad jurídica”. “De esta manera, Scioli demostró un mensaje más moderado con respecto a los sectores empresarios que el de Kir-
chner, quien dijo días atrás que no va a ser un gerente del establishment económico y que no iba a permitir ser presionado por las organizaciones empresarias”, escribió en ese momento el diario La Prensa.
u El diez de junio se despachó contra Fidel Castro. “Más que nunca, la Argentina está por la democracia, la libertad de prensa, la propiedad privada, pero sobre todas las cosas la defensa de los derechos humanos”, dijo a El Nuevo Herald, en Miami. Lo paradójico de esa defensa de los derechos humanos es que esta semana se descolgó contra la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que acababan de ser aprobadas por la Cámara de Diputados a pedido de Kirchner.
Un ex ministro del gobierno de Duhalde, que conoce bien a quien fuera su compañero de gabinete, expuso ante Página/12 sus resquemores. “Cuando vienen los empresarios y te dicen ‘ya hablé con Daniel’ o ‘coincidimos con Daniel’ me pregunto, ¿qué significa todo esto?, ¿solidaridad porque era empresario?, ¿porque vendía tostadoras?”, dice, irónico y enojado a la vez.
Desde la Casa Rosada han tratado de suavizar públicamente el entripado que genera Scioli. Intramuros, y en voz no tan baja, no ahorran adjetivos descalificativos para con el vice. “Cada vez que Kirchner se va de viaje, Scioli utiliza el despacho presidencial. Debería usted ver la fauna que se arremolina en la antesala: desde Javier Mouriño (ex diputado ultramenemista) hasta esos muchachitos bronceados a mitad de año, que traen sus ‘proyectos’ bajo el brazo. Si hasta el paisaje apesta a otros tiempos”, contó un secretario de Estado a Página/12.
La tirantez durará, quizás por todo el mandato. Un ministro que trató de morigerar el asunto expuso sus dudas: “Esta espuma va a bajar porque, de lo contrario, Daniel sería tonto. Ahora, la impresión es que Scioli siempre puede estar más a la derecha”.