Sábado, 28 de marzo de 2015 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
Se quiso convertir en fiscal de la República a alguien que en diez años de encabezar la investigación del asesinato de 85 personas no pudo aportar ni una sola prueba. Se quiso mostrar como héroe de la civilidad a un fiscal que gastaba el dinero de la investigación en viajes de lujo con mujeres hermosas, que hacía pasar sus vacaciones como viajes de trabajo y a las mujeres que lo acompañaban como colaboradoras en la investigación, ése era el “héroe” que se quedaba con la mitad del sueldo de algunos de los colaboradores que designaba. Se quiso presentar su muerte como “magnicidio” responsabilizando al Gobierno. Con la complicidad de los grandes medios nacionales e internacionales se quiso presentar su denuncia contra la Presidenta como el motivo de su muerte. Y sobre todos esos supuestos se armó una gran campaña mundial de desprestigio y una masiva marcha opositora donde la consigna “Todos somos Nisman” hoy se parece más a una confesión judicial.
El fallo de la Cámara, que reafirmó uno anterior del juez Daniel Rafecas, que desestimó la denuncia de Nisman en términos categóricos, con tramos tragicómicos y otros muy severos para los fiscales, incluido el promotor original, pinchó el “motivo” del “magnicidio”, lo que produjo un efecto dominó de “pinchazón” en las demás construcciones artificiales que se quisieron hacer con el caso Nisman. Y hasta el famoso 18F que tanto enorgullece a la oposición se quedó sin bandera. Fue una marcha opositora y punto, en una ciudad donde las encuestas le dan más del 40 por ciento de intención de voto a cualquiera de los dos candidatos del centroderecha.
Esa bomba de estruendo que hizo estallar la derecha generó dos respuestas masivas. El 1º de marzo una multitud que superaba ampliamente a la del 18F expresó su respaldo a Cristina Kirchner ante lo que se presentaba como un ataque directo contra su persona. La campaña mediática cometió el error de poner a la Presidenta como el blanco de una falsa acusación que se originaba en una conspiración muy real y eso generó una reacción opuesta a la que se buscaba: en vez de desmovilizar por el desánimo se convirtió en la verdadera convocatoria de uno de los actos más contundentes y masivos que se hayan realizado en los treinta años de democracia. Los medios opositores insisten en ese error. El Grupo Clarín removió sus filas y reemplazó a periodistas moderados por otros recalcitrantes y amarillistas o directamente de la derecha conservadora. La embestida desaforada pero inconsistente contra el Gobierno encaja mejor con la gimnasia del oficialismo, al que el lugar del que es atacado le permite el contragolpe, que a su vez lo ubica en la mejor posición para pasar a la ofensiva. Los noticieros del jueves mostraron esa situación: por un lado se desplegaba la información sobre el durísimo fallo de la Cámara que destrozaba la denuncia de Nisman y, por el otro, la Presidenta hablaba por cadena. No dijo ni una palabra del fallo, pero anunció una batería de planes para incentivar el consumo de los sectores populares, desde descuentos con la SUBE hasta créditos para renovar instalaciones eléctricas en barriadas pobres y un plan para financiar la deuda impositiva de sectores medios.
Se mostró como una torera frente al toro mareado. En todas las encuestas, Cristina Kirchner recuperó la imagen positiva que había perdido con la campaña de Nisman y su posterior muerte, e incluso en algunas ya superó las marcas previas a esos hechos.
La otra marcha reactiva a esa campaña y al 18F fue el acto del 24 de marzo, probablemente el más masivo de los que se hayan hecho desde 1996, cuando se hizo la primera convocatoria abierta. La asistencia creció, por algún motivo hubo más que otras veces muchos pibes, y después de mucho tiempo hubo quienes iban por primera vez. Poder ofrecer primera vez en política vale oro, habla de vigencia, habla de raíces y habla de futuro. Para los que acompañaron a los organismos de derechos humanos, esa marcha era una especie de contracara de los cacerolazos. Aunque en el 18F, los grupos pro dictadura no son mayoría, tienen una participación importante que es aceptada de manera complaciente por el resto, integrado incluso por algunos que alguna vez fueron a los actos del 24 de marzo. Las declaraciones de varios candidatos de la oposición como Elisa Carrió, Sergio Massa o Mauricio Macri, incluyendo algunos de centroizquierda que también marcharon el 18F, que calificaron de “revanchismo”, “negocio” o “enchastre” los juicios a los represores y las políticas de derechos humanos, produjeron inquietud y escozor. Los cacerolazos y el 18F aparecen en la vereda opuesta a los derechos humanos. La participación de radicales y socialistas santafesinos en esas marchas opositoras junto a los grupos que defienden a los represores los aleja cada vez más del movimiento de derechos humanos. El vuelco de la UCR en su alianza con Mauricio Macri produjo la participación de un grupo nutrido de radicales descontentos que se identificaban como “jóvenes alfonsinistas” en la marcha del 24, la que también fue más grande que la del 18F. No hace falta hablar de números. La reticencia de los medios opositores a mostrar imágenes de las muchedumbres que asistieron el 1º y el 24 de marzo constituye la mejor evidencia. El público del movimiento de derechos humanos no ve con mucha simpatía, dentro del kirchnerismo, a Daniel Scioli, por los cruces con la Bonaerense y las críticas a los ministros de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal y Alejandro Granados. Pero al mismo tiempo es consciente de que Mauricio Macri podría significar un retroceso aún mayor. El ascenso de Macri como principal opositor polariza mucho a este sector que se manifiesta con los organismos de derechos humanos.
En el aire flotaba también que se trataba de la última edición de este acto emblemático de los derechos humanos bajo un gobierno encabezado por Néstor o Cristina Kirchner. La consigna de este año: “Defendamos las victorias y vamos por más democracia” rozaba esta implicancia. La marcha de los partidos de la izquierda opositora que se realizó después tenía reclamos muy duros al Gobierno, algunos de los cuales también estaban incluidos en el acto de la mayoría de los organismos. La diferencia es que ante la pregunta sobre lo que consiguieron ambos sectores, los partidos de esta izquierda sólo tienen reclamos, mientras que la mayoría de los organismos de derechos humanos puede enumerar la anulación de las leyes de impunidad, los juicios a centenares de represores, las condenas en cárcel común, la recuperación de numerosos nietos de desaparecidos, el desarme de las fuerzas policiales que participan en la seguridad de actos políticos, e imponer una política oficial de la memoria y se consiguió juzgar a integrantes de las fuerzas de seguridad como los asesinos de Kosteki y Santillán y de Mariano Ferreyra y algunos cómplices civiles –empresarios y jueces– de la represión durante la dictadura, más todas las medidas de igualdad de género y ampliación de derechos como el matrimonio igualitario. Quedan todavía hacia adelante una Justicia conservadora, policías bravas de gatillo fácil, cárceles en condiciones infrahumanas y la situación de jefes militares, como la del general César Milani, que la Justicia deberá aclarar. “Defendamos las victorias y vamos por más democracia” abarca ese escenario de débitos y haberes. En cambio, el planteo de esos partidos de izquierda aparece como el reclamo de un chico a los adultos, sin asumirse como un posible protagonista de la solución a lo que reclama. El agravante de este planteo es que, en democracia, para avanzar en cada uno de esos objetivos se necesita reunir una masa crítica para contrarrestar la fuerza opuesta de los poderosos. Debilitar ese esfuerzo termina favoreciendo a los que con mucho poder político y económico se oponen a estas políticas progresivas. Una demostración muy gráfica fue la quema de un muñeco que representaba a la presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, en el acto que hizo este sector de la izquierda en La Plata. Los partidos tomaron distancia del hecho, pero la quema del muñeco es la consecuencia de plantear que todo es lo mismo, incluso la dictadura, menos los pequeños grupos que ellos representan. En este caso Hebe simboliza a las Madres de Plaza de Mayo que constituyen el mayor referente ético de la resistencia a la dictadura. Pero con esa metodología de análisis, aunque se diga que no, Hebe de Bonafini termina siendo igual que Videla.
Aunque dirigentes de la oposición han subido y bajado en las encuestas electorales, la mayoría sigue favoreciendo al kirchnerismo, que entre el 1º y el 24 de marzo demostró una capacidad de convocatoria y de movilización tan poderosas como en las mejores épocas del peronismo. Lo cual también es un mensaje de advertencia para los que aspiran a conducir el país con esta fuerza en el llano. En el caso de ganar, tendrían un escenario muy difícil por delante.
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