EL PAíS › OPINIóN

La visita

 Por Horacio González *

Un viejo tema de la antropología es la visita. ¿Cómo definirla? Es un acto que pone a lo que se visita (el domicilio de un amigo, un templo, un paisaje) bajo un manto de teatralidad, cortesía, diversas estrategias y predisposición para lo sagrado. Entre las tantas entrevistas que ha realizado, en Rusia la Presidenta ha visitado a Edward Snowden. Pongamos esta visita bajo otro dominio. La veríamos como un signo expresivo de un anhelo. Que surja una forma efectiva, diseminada y pública para desentrañar la extensa estructura mundial de subordinación a las tecnologías que convirtieron al antiquísimo espionaje en una omnisciencia secreta de datos. Sin esa sapiencia, no nos sería posible saber hoy cuáles son los límites y las características soberanas de la libertad comunitaria o individual. Viejo problema de la filosofía, que no puede ahora dilucidar sin el estudio de todos los sistemas de vigilancia implicados en las millones de pulsaciones que albergan las redes comunicacionales, que a diario son interceptadas por los conocidos organismos de una celaduría mundial en las sombras. No en vano la llamada “teoría de la información” se encuentra colocada en un primer plano en la terminología habitual de cualquier ciudadano interesado en hablar un idioma contemporáneo que parezca pertinente a la rutina de los hechos. ¿Pero esta rutina no oculta, muchas veces invocando la “transparencia democrática”, un conjunto de acciones de sociedades secretas abovedadas en napas muy influyentes pero soterradas del Estado visible?

La terminología de la “sociedad de la información” puede ser dadivosa, aunque lo que implica en su trasfondo no siempre lo sea, pues con ella viene tácitamente arropado un proyecto de control de las conciencias colectivas, que hacen de la información una de las tantas expresiones de una física social que conduce a un “individuo recalculado”. A pesar de las críticas hacia el individuo “propietario de sí” (las vicisitudes de este concepto histórico son estudiadas en un reciente libro de Cecilia Abdo Ferez), hoy es posible una pregunta más radicalizada. ¿Qué nos deja de esas vidas singulares la brutal redefinición ocasionada por las grandes maquinarias estatales de examen oculto de los “consumos”? ¿Y qué se consumiría? Precisamente eso, se consume individuos convertidos en mónadas informativas, meros emisores de signos sigilosamente computables, consumidos por lo que consumen (su participación en el mercado) y consumidos por lo que opinan (su participación en la sociedad política).

Sin embargo, es sabido que el secreto –otro gran tema de las viejas teorías sociales– es constitutivo de todo vínculo entre personas o grupos. Es lo que permite premeditar lo que se dice y lo que no se dice. Se funda así la infinita y necesaria tensión entre lo que son nuestras relaciones visibles y el armazón no declarado, tácito e implícito que las sostienen. Ahora bien, el modo en que las agencias de información de los Estados más poderosos invocan el específico concepto de información –a través de “análisis de tráfico en la web”, actividad que tiene un rostro hacia el mercado público de consumo y otro hacia las hipótesis que emanan de la “razón de Estado”–, ha avanzado hacia zonas intolerables de clandestinidad y “uso oficial de la ilegalidad”. Ninguna teoría del Estado de los tiempos preinformáticos, ni aun las más decisionistas, había encarado esta nueva situación. La que sí ha avanzado, una nueva teoría de la guerra, ahora bajo lo que podríamos considerar su continuidad “por otros medios”, los cuales serían las políticas de captura informática de pulsaciones de riesgo, definidas al capricho de aquellas agencias especializadas con técnicos de análisis que suponen vigilancias diversas. Tal es el caso del programa Prism, que recopila información clandestina sobre países, movimientos políticos y personas. En la Argentina tenemos el remedo del casus belli informático que se instaló sobre la infortunada muerte de Nisman, a través de peritajes que pueden quedar presos a su propia idea de la manipulación informática, ante un evidente caso de suicidio. El viejo sentido común aun es un antídoto frente el seudocientismo que toma literalmente la idea, no obstante verdadera en otras circunstancias, de las operaciones de confusionismo en las redes.

Al mismo tiempo todo esto se sabe, pues estos programas y una biografía sumaria del propio Snowden figuran en las entradas normales de Wikipedia y otras fuentes públicas de información. Snowden era un agente de Inteligencia norteamericano que develó procedimientos y datos de programas del Neo-Estado de encriptación, hacia el cual podría marchar riesgosamente la humanidad. ¿Qué su caso se halle a la luz, es la “democratización” del mundo web paralelo, constituido en el nuevo Contrato Social de Inspección Mundial? Wikipedia expresa la posición de las grandes compañías, en un debate que ya no es nuevo: empresas como Google, Microsoft, Facebook y otras alegan que sus servidores sólo prestan información gubernamental bajo pedido judicial. Pero es conjeturable que, aun siendo así, no puedan impedir la existencia de formas de intercepción de datos, que alimenten bancos invisibles a disposición de las maquinarias ilegales que señorean por dentro a los grandes Estados.

Sin embargo, Snowden, como antes el caso de Assange, son manifestaciones individuales de un nuevo tipo de comportamiento (y militancia) de algunos jóvenes sectores profesionales de las tecnologías de la información, cuando se ponen en juego sus valores morales, acaso una educación puritana en el seno de la escolaridad del “capitalismo ascético” – la antigua manera de Max Weber–, frente a la índole oscura de las nuevas éticas clandestinas del discurso, al servicio de las hipótesis de la guerra informática. Estas nuevas éticas de las penumbras nos llevan también a un tipo de conflagración que no excluye el uso convencional de las armas, pero que por el momento esgrime su condición bélica transmutando la condición misma de individuo. La de individuo es la noción laboriosamente creada por los estilos propietarios generados en siglos de capitalismo. ¿Pero no está vulnerada hoy en sus retazos últimos de libertad, por una tesis paradójicamente basada en un ideal abstracto de sociedad cognoscitiva sin fronteras? Ideal que además es inexacto, pues esas fronteras hoy se reconstituyen en rituales recónditos de las manipulaciones que alcanzan desde las pinchaduras sistemáticas de las redes informáticas hasta las intervenciones anónimas deformantes de lenguaje público que se incluyen detrás de las notas de los diarios de mayor tiraje.

Resulta históricamente significativo que la visita de la Presidenta a Snowden se haya realizado en Rusia, país donde está refugiado. Allí desde el siglo XIX hubo experiencias de policías estatales secretas de gran volumen de operaciones. La Ojrana, servicio secreto de los zares, sobre la Europa del siglo XIX. Luego, la Unión Soviética organizó su fatídico reverso, cuestión que hay que restar a todo lo que la tradición del socialismo tiene de memorable. El delicado asunto del refugio a Snowden encuentra a Rusia en un momento novedoso de su política mundial, a pesar de lo dificultoso que es juzgar a este Estado en todas las materias que competen a la refundación de un humanismo crítico, políticamente completo. Al mismo tiempo, parte de la dificultad contraria, es la apertura de un nuevo tipo de juzgamiento sobre la política norteamericana. En esa zona compleja de la humanidad hay una sociedad pluritonal donde se mueven heterogéneos agrupamientos y movimientos sociales. De numerosas maneras aparecen insospechados compromisos libertarios que arrojan conductas disidentes como la de Snowden y fertilidades diversas en el campo científico, que originan formas de la imaginación técnica en condiciones de cuestionar las derivas de control tortuoso sobre la conciencia crítica. Junto a ello, los viejos “grupos de presión” de las teorías funcionalistas del Estado de los años ’50 se han convertido en fenómenos nuevos, de carácter avieso en relación con las lógicas de la convivencia económica entre países (los “fondos buitre”) y de carácter controlador a través de sus “centinelas informáticos” sobre las libertadas ciudadanas. Son formas complementarias de las mismas inspectorías sobre los proyectos de vida colectiva en libertad y sobre los tipos autónomos de intercambios de dones. La visita de la Presidenta a Snowden toca implícitamente estos puntos sensibles. Es lo implícito sobre lo que vale la pena echar luz; es lo que provoca hablar con formas nuevas y de cuestiones hasta ahora poco consideradas. Bien entendida, una visita oportuna y singular es el reinvento de una soberanía conversacional entre personas y países.

* Sociólogo. Director de la Biblioteca Nacional.

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