Lunes, 6 de julio de 2015 | Hoy
EL PAíS › NO HUBO GRANDES INCIDENTES CON EL NUEVO SISTEMA DE VOTACIóN EN LA CIUDAD
Hubo máquinas trabadas y algunas demoras, pero no se registraron quejas importantes. Los adultos mayores estuvieron entre los más predispuestos y llegaron más informados a los lugares de votación. En las filas hubo comentarios críticos y otros entusiastas.
Por Alejandra Dandan
Calle Necochea, La Boca. Primer piso de la Escuela Nuestra Señora de los Inmigrantes. Exhibición de dibujos de cuarto grado. El Obelisco. El puente. Las casas. Y una desmesurada sombra del estadio de Boca que se expande sobre un barrido de casas. A hora y media del cierre de comicios, los recuentos, aquí dentro, no enumeran (aún) candidatos. Cuentan que un elector votó al Frente para la Victoria y cuando chequeó su cómputo en la pantalla, el sistema le mostró en plena cara la foto risueña de los hombres del PRO. Una computadora se trabó. Y a otro elector la pantalla se le puso fea en medio de las chances táctiles. Pidió ayuda. Lo asistió un fiscal del PRO que para horror de los fiscales del FpV tuvo el tupé de pararse casi al lado y atravesar la valla imaginaria ubicada detrás de las pantallas. Pero, hay que decir, fueron casos excepcionales.
La ciudad de Buenos Aires inauguró su sistema de voto electrónico, boleta única electrónica, como se le dice correctamente. Para el oficialismo macrista, el sistema estuvo perfecto. La oposición opuso quejas aisladas. Los ciudadanos lo probaron más o menos animados. Los adultos mayores estuvieron entre los más predispuestos. Y hasta más informados. Llegaron después de ensayos múltiples en la calle, como televidentes y hasta con Internet. En las colas, es cierto, también fueron los que más demoraron. Y hubo algún retraso por fallas. La comunidad hackers resistió. Hubo quien se abstuvo a votar. Y quien intentó emitir con su voto una protesta contra sistema en la facultad de Ciencias Económicas. No lo dejaron. Los hackers quedaron sacudidos por los allanamientos de la semana pasada y convencidos de que una aplicación en un celular basta para volver los datos vulnerables.
Después del mediodía, Mauricio Macri ya había pasado por la escuela Wenceslao Posse, en la zona de Recoleta. A esa hora, una mujer entraba con un caniche medio escondido en la campera. La frenaron. En la puerta hay carteles de ADT y anuncios de clases de holística, área de belleza y gastronomía. Adentro, cuelgan máscaras y la leyenda del Ni una menos. Un prefecto se le tira encima a sus colegas porque quiere una foto con Riverito, que acaba de salir. “Uno es reticente a las cosas nuevas por cuestión de longevidad –dice Riverito–, pero las cosas se adelantan. En mi primer año en la escuela comercial yo tenía clases de mecanografía y ahora hace seis o siete años que se dejaron de fabricar las máquinas de escribir. Yo todavía tengo una Olivetti, pero estas cosas son una constante: a la larga o a la corta se iba a dar.”
Escaleras abajo, tropiezan los que llegan con los ojos anclados en su celular. Una señora pasa diciendo: “¡Genial!” “¡Hicimos rapidísimo!” “¡Ojalá se repita en todo el país!” Los técnicos de la Defensoría llevaban 69 personas entrenadas entre las 10 y las 12 y 91 entre las 12 y las 14. Ana y Lidia, 67 y 73 años, salían encantadas. “¡Nos habíamos hecho un mundo con todo esto!”, dice Ana. Un abogado le pregunta a su hijo si chequeó bien su voto contra la pantalla. “Para mí se votó con temor”, dice y se detiene. “Temor a cometer un error, a pedir ayuda y a pasar vergüenza. Seguramente va a haber muchas impresiones de listas completas porque la gente no quiere volver atrás. Todo el mundo vio la explicación simplificada por televisión, pero después acá la gente tiene miedo al papelón. Este va a ser el resultado. Miedo al bochorno.”
Nica González entra a la Escuela Petronila Rodríguez en Parque Chas. “Yo practiqué”, avisa sobre sus ensayos en las mesas de Florida. Nica es sobreviviente de la dictadura. En la puerta de la escuela se lee La Petro Recicla. Ya pasaron las estrellas más nac and pop. Axel Kicillof y Aníbal Ibarra, que dejó chochas a las técnicas de la Defensoría cuando se posó ante las pantallas para el aguante. Dos hermanas salen enojadas: Mara y Karina Frías, 31 y 26 años. “¡Me di cuenta de que me equivoqué!”, dice Mara. Marcó “jefe de gobierno” en blanco y, eso, teniendo la lista enfrente. “¡Voté mal! –sigue– ¡No sé si fueron los nervios! ¡¿Viste cuando ponés la tarjeta en el cajero y de repente se te va?!”
A esa hora, como en las otras escuelas, los problemas parecían soportables. Una máquina que se trabó. Pusieron otra. Una persona quería llevar su troquel convencida del trafico de información. Y a la mañana no paró la procesión de mayores. “La gente sabe más de lo que se esperaba”, informa uno de los delegados del Superior Tribunal de Justicia, encargados del contralor. “Muy temprano vino la gente grande, mucha presencia y confiada.” Una joven de la Defensoría agrega su impresión. “Eran los más predispuestos y más informados que los jóvenes. Los chicos de treinta y pico ni vieron los videos y gente mayor te cuenta que fue a la plaza o a ver cómo era. En mi opinión es que le dan más importancia al voto que nosotros que siempre votamos.”
En Económicas el flujo se paró ante la mesa 986. Cuatro de la tarde. Varios protestan. Que este ensayo fracasó en Estados Unidos. Que estamos usando algo que fracasó en Venezuela. Un fiscal pasó de ida y de vuelta. Cargó termo de agua y aguantó las quejas. “Vayan y vénguense con el voto”, les soltó.
En Parque Chas vota Graciela, 48 años. La presidenta la guía de memoria. La cola se pone nerviosa. Alguien pide que la manden de vuelta al ensayo como si la hicieran repetir. Graciela sigue. La presidenta se levanta. Se pone cerca. Graciela vota. “¡Es que no manejo computadoras!”, dice ella, afuera, liberada de esa tensión. “No encontraba la tecla de imprimir. Ella me ayudó y ahí la encontré y un poco eso y los nervios. Yo prefería el otro sistema, claro, me da mas confianza.”
Una adulta pasa por el entrenamiento. “Toque lista completa”, le dicen. “¿Dónde? –dice ella– ¿En cualquier lado?” No, le dicen, acá. Ella sigue. Va hacia la mesa 7266, planta baja. Hay cola. Espera. Sale un hombre apurado: “Es fácil, es fácil poner el voto, hay que ver qué sale después: no sé si me entendés”, dice. La mujer de la 7266 sigue esperando. Una presidenta de mesa fuma un pucho afuera. Dice que lo bueno de esto es que como no hay recambio de boletas, los fiscales están mas liberados. La mesa 7266 se movió. El presidente le grita “¡¡genia!!” a la mujer. “Recuerde que tiene que doblar ahora la boleta para que no la veamos –le dice–. Y ahora venga aquí.” En la mesa, hay aplausos.
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