Lunes, 6 de julio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
Como sucede en cada una de las elecciones, la totalidad de los candidatos, ganadores y perdedores, construyen su relato buscando justificar sus argumentos y sus posiciones. Pero lo único verdaderamente indiscutible son los sufragios, clara manifestación de la expresión ciudadana. Y los votos –otra afirmación que puede sonar a lugar común– no pertenecen ni a los partidos ni a los candidatos. Esto significa que es difícil “nacionalizar” cualquier resultado distrital. También que nadie puede “transferir” automáticamente un caudal de electores como si se tratase de un haber propio, ni partidario ni personal.
Dicho esto habría que retomar el debate sobre los proyectos. Y está claro que, por más que la fuerza que encabeza nacionalmente Mauricio Macri pretenda ahora en sus artilugios electorales sostener que no existe una diferencia de “modelos” sino apenas de “estilos” de gobierno o de gestión, lo que se está discutiendo en este proceso electoral argentino es una forma de entender el país, la ciudadanía, la construcción política y también los criterios con los que se maneja la economía. Entendiendo que este último rubro no es una cuestión abstracta y lejana de la vida cotidiana de los ciudadanos. Cuando se plantea qué hacer con “los fondos buitre” también se está discutiendo cuánto dinero va a llegar cada fin de mes al bolsillo de los trabajadores.
Yendo a los resultados de la elección porteña está claro que la mayoría de los ciudadanos está haciendo una elección política e ideológica. Después de ocho años de gobierno del PRO con Mauricio Macri a la cabeza, Horacio Rodríguez Larreta, sin muchos de los atributos del actual mandatario de la Ciudad Autónoma, logró mantener el caudal de votos de su jefe político. Es evidente que los habitantes de la ciudad, más allá de los nombres, están eligiendo una manera de entender la política, de gestionar. Al respecto se puede hacer una lectura mucho más contundente si se toma en cuenta que entre Rodríguez Larreta y Martín Losteau no existen grandes diferencias ideológicas y que ambos candidatos apenas se distinguen por el estilo y el cotillón. En el mismo sentido vale señalar que el Frente para la Victoria sigue muy lejos de seducir a los ciudadanos porteños. Esto independientemente del candidato. Los nombres pueden seguir girando pero, por lo menos hasta el momento, la propuesta política que a nivel nacional encabeza la Presidenta no hace pie en la Capital. Corresponde a los politólogos explicar un fenómeno difícil de comprender: que muchos sectores populares de la Ciudad Autónoma ofrezcan su respaldo electoral a un modelo político que, sin lugar a dudas, no está pensando prioritariamente en ellos. Habrá, sin duda, otras explicaciones.
¿Qué festejó el FpV en Buenos Aires? Probablemente que se consolidó un recambio y que el antiguo peronismo de la Capital ya no juega y ha sido reemplazado por una nueva fuerza hegemonizada por La Cámpora. No le alcanza para dar batalla, pero sí para conservar el promedio histórico de su caudal electoral en torno del 20 por ciento. Puede pensarse que es un nuevo comienzo, pero habrá que consolidarlo en las urnas más adelante. Para ello la nueva versión del peronismo capitalino (¿kirchnerismo?) tendrá que profundizar su tarea de convencimiento y militancia con aquellos sectores medios y bajos que pueden ser más afines –también por ser los más favorecidos– al modelo que pretenden representar nacionalmente.
Decíamos antes que los resultados de los distritos no suelen ser fácilmente nacionalizables. Aunque cada fuerza triunfante en una provincia pretenda que eso se proyecte para su candidato a nivel nacional. Así, por ejemplo, es muy probable que la fórmula Scioli-Zannini obtenga más respaldo capitalino que el obtenido ayer por el FpV y que, por el contrario, para la elección nacional Macri no pueda sumar los votos de Rodríguez Larreta más los de Losteau. Lo mismo podría decirse de otros distritos con resultados inversos. La elección nacional seguramente tendrá otra lógica y en ese caso sí habrá una discusión mucho más clara y categórica respecto del camino a seguir. Aun con las dudas que Scioli sigue generando en muchos votantes del llamado “kirchnerismo puro” (algo que parece ser cada vez menos “puro” si se analizan los saludos de felicitación del candidato oficialista hacia Schiaretti y Verna, por ejemplo) es posible que el hoy gobernador bonaerense coseche para presidente más votos que los que Recalde consiguió para jefe de Gobierno. Y todo parece indicar que a Macri le costará mucho saltar los límites de la General Paz. Fundamentalmente porque en octubre habrá que decidir si seguimos caminando por la senda que vamos, o por una similar, o si torcemos totalmente el rumbo. Y frente a esta disyuntiva resulta difícil pensar que la mayoría hasta hoy favorecida por los años de gobierno precedentes decidan tirar por la ventana aquello que conquistaron.
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