Miércoles, 23 de septiembre de 2015 | Hoy
EL PAíS › LA DECLARACIóN DE LITA BOITANO SOBRE LA ACTUACIóN DEL SACERDOTE EMILIO GRASELLI DURANTE LA DICTADURA
Graselli, que fue secretario del vicario castrense, es investigado por su complicidad con delitos de lesa humanidad. Boitano contó cómo fue su diálogo con el cura cuando buscaba a su hijo desaparecido y aseguró que parecía “vinculado a la Marina”.
Por Alejandra Dandan
Julio Morresi tenía en las manos un crucifijo como amuleto sagrado convocando a la suerte. El sacerdote Emilio Teodoro Graselli acababa de despedirlo, después de cumplir con el ritual de información y desinformación con el que aplacaba la desesperación de los familiares de los desaparecidos de la dictadura, mientras les extraía datos. Julio no entendía bien por qué, pero el cura le había pedido nombres de los compañeros de su hijo. Por las dudas, él le dijo cualquier cosa: Negro, Cabezón, Japonés. Cuando se iba, el crucifijo con toda su suerte se le cayó de las manos y fue a parar al piso, gracias al cielo, porque al levantarlo vio debajo del escritorio del secretario del vicario castrense, que atendía en la Capilla Stella Maris, pegada al edifico Libertad de la Armada, un grabador.
“¡Se me cayó el crucifijo de las manos!”, dice Morresi a este diario, tantos años más tarde, desde la sede de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por razones políticas. “Graselli tenía esos escritorios abiertos adelante, me agacho, veo el grabador y me dije: ¿pero éste qué es lo que hace? ¡Salí con una bronca terrible! Parece mentira, dije yo, me fui descorazonado.”
El sacerdote Emilio Graselli es denunciado desde hace años por los familiares de los desaparecidos, pero formalmente comenzó a ser investigado en 2012 en el juzgado federal de Julián Ercolini a partir de una denuncia impulsada por la fiscalía a cargo de Martín Niklison durante el juicio sobre el plan sistemático de apropiación de bebés. La sentencia de ese juicio también impulsó la causa. Los jueces mandaron al juzgado testimonios para investigar al cura por encubrimiento o complicidad con los crímenes. Uno de los relatos más importantes fue el de Estela de la Cuadra, la hija Licha de la Cuadra, Alicia Zubasnabar, la primera presidenta de Abuelas. Graselli les dijo a ellos cuando los recibió: “Ustedes no me dijeron que su hija estaba embarazada”. Desde entonces, la causa reúne numerosos testimonios y el cúmulo de pruebas modificó la situación de fondo. El sacerdote empieza a aparecer a los ojos de los operadores judiciales como más cercano a la figura de un partícipe que de la de un encubridor, según explican en el juzgado. Pero aun así, no hay voluntad para llamarlo a indagatoria. En el juzgado explican que, pese a tener elementos para sospechar de su participación, no pueden hacerlo porque hay otras causas en paralelo que investigan al cura; porque lo que están recogiendo puede alimentar esas otras causas; y porque el juzgado debe analizar si les queda “un residual” sobre el que puedan avanzar (ver aparte). Los familiares, en tanto, insisten.
La semana pasada declaró Julio Morresi en la causa. Y poco antes, Angela Catalina Paolín de Boitano, Lita. Ella contó en el juzgado sus dos diálogos con Graselli y cómo cuando la recibió por segunda vez, mientras ella buscaba a su hijo Miguel Angel, Graselli tenía dos libros en el escritorio: “¿En qué libro estará su hijo –le dijo–: en el de los vivos o en el de los muertos?”.
Lita nació el 20 de julio de 1931. Y no para. Pasó por el juzgado de Ercolini, antes de sumarse a la audiencia del juicio ESMA, donde los fiscales alegaban por los vuelos de la muerte. Para 1976, le dijo a la secretaria del juzgado que la atendió, ella buscaba a Miguel Angel, estudiante de Arquitectura, trabajador en Techint, secuestrado el 29 de mayo de ese año, entre los militantes de la JUP de Arquitectura secuestrados por grupo de tareas de la ESMA. Lita dijo que pudo averiguar en ese momento que Miguel Angel estaba con Roberto Aravena, uno de sus compañeros, cuando desapareció. Iban a tomar un colectivo en Pa- namericana y Ugarte en dirección al centro, donde tenían una reunión. Entre las distintas gestiones que hizo ella, en junio de 1976 se entrevistó personalmente con Graselli. Era el secretario del vicario castrense, Adolfo Tortollo. Ella estaba sola. Le dijo que era prima del contraalmirante Angel Leonel Martín, comandante de aviación naval de Bahía Blanca. También le dijo que su primo contraalmirante decía que a Miguel Angel “a lo mejor se lo habían llevado sus compañeros montoneros”. El cura, entonces, le respondió “con bastante sorna” –contó ella–. “No señora, dígale a su primo que fueron los militares.”
Graselli prometió volver a llamarla. Para asegurase de todo, Lita no le dio su teléfono porque estaba todo el tiempo haciendo trámites, sino que le dio el de su cuñada. Antes de dejarla, Graselli le dio una tarjeta personal que ella todavía conserva. Se la mostró a la secretaria del juzgado. Hicieron una copia. Dijo que parte de los números escritos eran de puño y letra de Graselli.
Recién en los primeros días de agosto, Graselli llamó al teléfono de la cuñada de Lita: la invitaba a volver a la Capilla Stella Maris. Lita fue y se encontró con otras madres en el pasillo, esperando igual que ella. Y esa vez, Graselli la recibió con los dos libros sobre el escritorio. Luego, “hojeó los libros y me dijo: no lo tengo ni en uno ni en el otro. Yo le diría señora, que ya no busque más. Ya que si yo no tuve noticias...”.
Lita se fue llorando. En el juzgado le preguntaron por su primo, dijo que murió con arresto domiciliario en el Hospital Naval. Le preguntaron si vio fichas en el despacho de Graselli, probablemente por las fichas escritas por él a mano que hoy alimentan distintas causas. Le preguntaron si vio armas. Le preguntaron si la recibió acompañado de otra persona. Ella no vio fichas, ni armas, ni compañía. En cambio, cuando le preguntaron cuál cree que era la función que cumplía el cura, ella habló de un doble rol, tal como vienen diciendo otros familiares. “Estoy convencida de que Graselli tenía información de la Marina, más aún, él estaba vinculado a la Marina y a todos los hechos provocados por el golpe militar –explicó–. A lo largo de los años, a partir de los juicios por delitos de lesa humanidad, pude concluir que dentro de la táctica de la Iglesia a veces se intentaba mantener a las familias calladas pero dándoles esperanza. Pero también creo que su rol era el de desviar información y delatar.”
Casi al año del secuestro de Miguel Angel, el 24 de abril de 1977, secuestraron a Adriana Silvia Boitano, también hija de Lita. Esa vez, ella no fue a visitar al cura.
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