Martes, 27 de octubre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
El jefe de Gobierno Mauricio Macri y el gobernador Daniel Scioli rumbearon parecido en un tramo esencial de sus discursos del domingo. Ensalzaron a distintas pertenencias políticas, diferentes a la propia, reconociendo su legado e incidencia. El gesto es una convocatoria a sumarse. La convergencia de las tácticas rivales es lógica: en la segunda vuelta se va en pos de la mitad de los votos válidos positivos. Eso, en la Argentina, supone adhesiones policlasistas y de prosapias políticas surtidas. La diferencia entrambos es corta, los dos tienen que sumar más del 40 por ciento de su caudal de votos actual. La polarización funcionó pero parcialmente: solo a favor del candidato de Cambiemos y solo implicando a poco más del 70 por ciento del padrón. La campaña es otra aunque no pura epifanía: no arranca de cero. Su base son los resultados obtenidos en seguidilla desde la primera votación de autoridades provinciales, las Primarias Abiertas (PASO) y en particular el comicio de anteayer. Pero, además, se condensa la valoración del gobierno nacional en los últimos cuatro años y la percepción de cada cual sobre el porvenir. La comidilla analítica y periodística recorre el espinel de los dirigentes que quedaron relegados. Este cronista se enrola entre quienes, a la luz de experiencias pasadas, cree que son pocos los que pueden movilizar a sus votantes a favor de un tercero. Las decisiones recaen en gentes de a pie que tampoco nacieron de gajo o el domingo. Tienen intereses, laburos, ideologías asumidas o no, lecturas del porvenir. El 21 por ciento que persistió en apoyar al diputado Sergio Massa es el núcleo más masivo. A mano alzada hay dos factores gruesos que pueden inducir su pronunciamiento. El primero, la inclinación política que podríamos dividir entre peronistas que no votarían jamás (o casi nunca, vamos) a Macri y, del otro lado, anti kirchneristas cuya contradicción principal es el oficialismo. El segundo factor lo componen sus coordenadas sociales, educativas y domiciliarias, por así decir. De cualquier manera, los presidenciables y sus elencos rondarán (ya lo están haciendo) a dirigentes para atraerlos a su redil. A partir del cuadro de situación nuevo Macri cuenta con un recurso tentador que antes hegemonizaba el Frente para la Victoria (FpV): cargos para repartir en dos distritos grandes, cuyos requerimientos posiblemente superen la dotación básica de PRO. Los correligionarios radicales pueden ponerse primeros en la fila pero en política los nuevos aliados suelen ser mejor remunerados que los compañ... correligionarios de ruta.
La creación colectiva: Los pronunciamientos electorales merecen ser leídos, razonados aunque duelan. En elecciones presidenciales convulsionan la realidad, la reformatean. El pueblo soberano vota con libertad y discernimiento, siempre lo hizo. No hay por qué aprobar todas sus definiciones lo que sería una variante mezquina del oportunismo político o estadístico. Pero sí tratar de capturar qué corrientes colectivas vertebraron los resultados, que expresan fenómenos profundos de opinión pública. Hay variables comunes y climas colectivos arduos para descifrar porque se articulan con diversidad de situaciones concretas. Los simplistas o los devotos del mono causalismo yerran de pálpito. Los que creen que una elección es una suma inarticulada de acciones solitarias también, cree este cronista como artículo de fe. Vamos a un puñado de ejemplos para ilustrar los conceptos. Podríamos multiplicarlos por diez o por cien. Hay quien describe al clientelismo como una valla a la autonomía de los ciudadanos y una condena o hablan de provincias en las que es imposible ganar. Los datos tenaces refutan a los fundamentalistas. El radicalismo gobernó en Río Negro desde 1983 hasta 2011, perdió entonces a manos del FpV. Ahora fue elegido un gobernador de un partido provincial. Jujuy era bastión peronista desde el comienzo de la recuperación democrática. Anteayer una coalición muy amplia encabezada por el senador radical Gerardo Morales relevó al gobernador Eduardo Fellner. Los invencibles pierden, si se les sabe competir. ¿Hubo un ethos emancipatorio en Jujuy e incapacidad de los formoseños y misioneros de romper el yugo clientelista? Quien esto firma se inclina por creer que no, para nada. Que las realidades locales son diferentes, tanto en la aprobación que cuentan sus mandatarios cuando en la aptitud opositora para superar el plus que tienen los oficialismos locales sobre todo en tiempos de mejora de las condiciones materiales y sociales. El colega Martín Granovsky recorrió ayer en Página/12 las elecciones en el conurbano bonaerense. Retomemos su camino. ¿Hay una diferencia esencial extrapolítica entre derrotados como los intendentes Hugo Curto (Tres de Febrero) o Francisco Gutiérrez (Quilmes) y ganadores como Patricio Mussi (Berazategui) o Martín Insaurralde (Lomas de Zamora)? Para nada, sus performances tendrán que ver con razones políticas observables que exceden esta nota. No es el azar, ni cualidades inmutables... Es la política, muchachos. Otra leyenda urbana dice que el peronismo gobernando no “se deja ganar” por un punto o dos. Que en su taimada malignidad algo urde, astucias o trampas por lo general. Ya se sabe: siendo ex presidente Néstor Kirchner fue batido por el nimio Francisco de Narváez en 2009 con margen estrecho. El oficialismo chubutense, el gobernador K Martín Buzzi, cedió ante el challenger Mario Das Neves por menos de 2000 votos sobre más de 263.000 válidos emitidos, menos del famoso uno por ciento. Apenas anteayer.
“La provincia”: Buenos Aires es el más tremendo cimbronazo. Una mujer, dirigente y gobernante porteña se impuso a los varones y “barones” (esos apodos tópicos son encantadores sobre todo porque dispensan de pensar o estudiar en serio). La vicejefa María Eugenia Vidal revista en un partido de centro derecha con escaso arraigo previo en tan denso y tan peronista suelo. Nobleza obliga, los escrutinios reformatean los escenarios y fuerzan a reconsiderar análisis o especulaciones previas. Este cronista subestimó su potencial, que se comprobó empíricamente. No hay forma de exagerar el impacto del cambio de oficialismo, acaso un sismo mayor al resultado general, al menos por ahora. Resignifica la saga de las compulsas provinciales previas. Por lo pronto, reduce la gravedad de la derrota de Miguel del Sel en Santa Fe. Uno nunca creyó que haber primado a poca distancia del segundo hubiera sido un golpe severo para el futuro del inminente Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y su partido. El que gana y queda tiene cuerda y recursos para rato. Pero esa interpretación cundió bastante, fue deslegitimada. Perder su provincia es el peor record del mal domingo de Scioli. Dos tercios de los oficialismos provinciales revalidaron, resiliencia que mayormente sostuvieron los del FpV anteayer. En ese cuadro, ser batido es un mensaje cuya explicación trasciende las dotes (poco) convocantes del binomio Aníbal Fernández-Martín Sabbatella. Su desempeño no justifica que Scioli haya perdido en Entre Ríos, en la que venció el candidato a gobernador “del palo” con más votos y mejor porcentaje. Algo similar pasó en Santa Fe donde el diputado Omar Perotti se alzó con las bancas senatoriales a fuer de puntero mientras Scioli quedaba segundo. Le fue mejor en número y posición relativa. Volvamos a “la provincia”. El esquema institucional a partir del 10 de diciembre será único desde 1983. Jamás, desde entonces, el peronismo quedó privado del poder en Buenos Aires, la Ciudad Autónoma, Córdoba, Santa Fe y Mendoza al mismo tiempo. En 1983 sólo prevaleció en Santa Fe. El radicalismo alfonsinista se impuso en Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Aclaremos que la Capital no elegía a sus autoridades locales mediante el voto. A partir de 1987 el PJ se afincó en Buenos Aires y se sostuvo 28 años. Quedar extrañado de los distritos más poblados y gravitantes es un alerta roja para el FpV que acaso reaccionó poco ante las amarillas que le insinuaban bajas cosechas en las otras provincias grandes y en tantas ciudades muy pobladas.
Ganar, perder, sumar: Ganar o perder no se mide en abstracto: es situacional. Está supeditado a las perspectivas, ambiciones o posibilidades previas. Massa ganó de las PASO a las generales porque, en serio, consiguió lo que podía: resistir embates para bajarse, evitar la dispersión de sus apoyos. El Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) ganó desde 2013 hasta hoy porque incrementó los votos desde entonces y desde las PASO, sumó un diputado nacional más, libró una interna sin dividirse y renovando su elenco, avanzó en conocimiento público. Macri ganó porque creció y por la asombrosa victoria en Buenos Aires. Scioli perdió en espejo o en sube y baja. Volvamos al inicio, a los discursos. Macri pregona una sociedad sin conflictos apta para una solución pragmática, sin vencedores ni vencidos merced a un virtual diálogo superador. Scioli alude a la existencia de dos proyectos en los que hay intereses contrapuestos, que no siempre habilitan soluciones win-win. Uno comparte esta visión, que no exime del desafío político de convocar a los no encuadrados, los no convencidos, los no politizados, los tibios si uno se pone arrogante. El arte electoral no es un juego discursivo en el que prevalece quien argumenta mejor, ni siquiera quien tiene razón, si tal cosa existe. Hay que convencer, sumar, congregar. El FpV supo construir coaliciones amplias desde el gobierno desde 2003. En circunstancias muy difíciles, su reto es reencontrarse con esa destreza. La seguimos mañana.
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